"¿Qué haces aquí tan tarde? Deberías estar en la cama," dijo, su tono más de costumbre que de verdadera preocupación.
"No podía dormir," respondí sin levantar la vista de mi cuaderno de bocetos.
Se acercó y miró por encima de mi hombro.
"¿Estás trabajando? Pensé que te tomarías un tiempo."
"Es para un proyecto personal," mentí.
Se quedó allí un momento, en silencio, luego dijo: "Isabella está teniendo problemas con el diseño del stand para la expo, está muy estresada, ¿podrías echarle un vistazo a sus ideas mañana?"
La desfachatez de su petición me dejó sin aliento, no solo me engañaba con ella, sino que además esperaba que yo, una diseñadora con años de experiencia, le hiciera el trabajo a su amante inexperta.
De repente, un recuerdo vino a mi mente, hacía años, cuando recién empezábamos, un colega me pidió ayuda de manera similar, Ricardo se había enfurecido.
"Jamás regales tu trabajo, Sofía," me había dicho. "Tu talento vale, que no te usen."
Qué irónico, ahora él era quien me pedía que me dejara usar, y por ella.
"Claro," respondí con una calma que me sorprendió a mí misma. "Le echaré un vistazo."
Ricardo pareció aliviado, como si hubiera cumplido con su deber.
"Gracias, eres la mejor," dijo, dándome un beso rápido en la frente. "Bueno, estoy agotado, me voy a dormir."
Se dio la vuelta para irse, pero se detuvo en la puerta.
"Ah, por cierto, mañana por la mañana no podré llevarte a tu cita de seguimiento con el doctor, Isabella tiene una cita con el dentista y le da pánico ir sola, le prometí que la acompañaría."
Se fue sin esperar mi respuesta, dejándome sola en el silencio del estudio, sentí una risa amarga subir por mi garganta, mi cita médica, para revisar las secuelas de un accidente que nos hizo perder un hijo, era menos importante que el miedo al dentista de su amante.
La apatía se apoderó de mí, ya no sentía dolor, solo un vacío inmenso.
Un momento después, escuché el sonido de su celular en la otra habitación, la curiosidad, o quizás la necesidad de una última y dolorosa confirmación, me hizo levantarme y caminar sigilosamente hacia la puerta de nuestra habitación.
La puerta estaba entreabierta, lo vi sentado en la cama, sonriendo a la pantalla de su teléfono.
"No seas boba, claro que iré contigo, mi niña," le decía en un susurro meloso. "No, no te preocupes por ella, ya está mejor... Sí, tú eres mi prioridad... Duérmete ya, princesa."
Me asomé un poco más, él no se había dado cuenta de mi presencia, su teléfono estaba desbloqueado sobre la cama mientras iba al baño, me acerqué con el corazón latiéndome en los oídos.
En la pantalla estaba abierta su conversación de WhatsApp con Isabella.
Isabella: "Ricardito, ¿de verdad vas a venir conmigo mañana? ¿Y Sofía?"
Ricardo: "Claro que sí, mi amor, a ti nunca te dejaría sola, Sofía puede tomar un taxi."
Isabella: "Ay, es que me da miedito el dentista 🥺"
Ricardo: "No te preocupes, tu héroe estará ahí para sostener tu manita. 😘"
La infantilización, los apodos cursis, los emojis, era todo tan ridículo y tan doloroso al mismo tiempo, sentí una oleada de asco, cerré los ojos, respiré hondo y volví a mi estudio.
Se acabó el tiempo de sentir, era tiempo de actuar.
Regresé a nuestro cuarto cuando él ya estaba dormido, roncando suavemente, abrí el clóset y saqué mis maletas, en silencio, con movimientos precisos y metódicos, empecé a empacar mi vida.
Mi ropa, mis libros, mis herramientas de diseño, cada objeto que metía en la maleta era un lazo que cortaba con esa vida falsa, dejé todo lo que él me había regalado, las joyas, los bolsos caros, los vestidos de diseñador, no quería nada que me recordara su dinero o su traición.
Estaba a punto de cerrar la última maleta cuando Ricardo se movió en la cama, se sentó, parpadeando por el sueño.
"¿Sofía? ¿Qué estás haciendo?" preguntó, su voz ronca.
Vio las maletas y su expresión cambió, pero no a una de pánico o tristeza, sino de fastidio.
"¿Otra vez con tus dramas? ¿A dónde crees que vas a estas horas?"
"Me voy, Ricardo," dije, mi voz firme.
Él se rio, una risa condescendiente.
"Por favor, no empieces, estás sensible por el accidente, es normal, mira, ¿qué quieres? ¿Un viaje? ¿Te compro ese bolso que viste el otro día? Pide lo que quieras, pero deja de hacer tonterías."
Su respuesta me confirmó que no entendía nada, para él, todo se podía arreglar con dinero, creía que mi amor y mi dignidad tenían un precio.
No le respondí, simplemente cerré la cremallera de la maleta, el sonido resonó en la habitación silenciosa.
"Mañana hablaremos," dijo él, volviéndose a acostar. "Ya se te pasará el berrinche."
Me quedé de pie, mirando su espalda, sabiendo que no habría un "mañana" para nosotros, en mi mente, ya me había ido.