Ese día se publicaban los resultados detallados de la prueba teórica. Normalmente, era una formalidad, pero después del espectáculo de Sofía, todo el mundo sentía curiosidad. Los resultados se colgaron en un tablón de anuncios en el pasillo principal.
Sofía no estaba allí, por supuesto. Estaba a kilómetros de distancia, en la cocina de su casa, aprendiendo de su madre el arte de hacer la masa de tamal perfecta. Pero había pedido a su profesor de baile, el único que todavía creía en ella y que estaba desconcertado por su decisión, que le enviara una foto de la lista en cuanto saliera.
Su teléfono vibró sobre la mesa enharinada. Era un mensaje de su maestro. "Sofía, tienes que ver esto. No lo entiendo".
Abrió la imagen. Era una lista de nombres y puntuaciones. Su propio nombre estaba en la parte superior, con la puntuación más alta, seguido de un asterisco y la nota "Retirada". El nombre de Ricardo estaba justo debajo, como era de esperar. Pero fue el tercer nombre el que hizo que su corazón diera un vuelco, no de sorpresa, sino de sombría confirmación.
Valeria Rojas: Puntuación Perfecta.
Cien sobre cien.
Un resultado absolutamente impecable y estadísticamente improbable para alguien con su historial académico. El pasillo de la academia, según le contó después su profesor, enmudeció. Nadie podía creerlo. Valeria, la chica que apenas leía los libros de texto, había superado a todos, incluido a Ricardo, el cerebrito del grupo.
La gente la rodeó, felicitándola, asombrada.
"¡Valeria, increíble! ¿Cómo lo hiciste?", exclamó una chica.
Valeria se sonrojó, una actuación perfecta de modestia. "Supongo que estudié mucho. Ricardo me ayudó a concentrarme". Lanzó una mirada amorosa a su novio, quien le sonrió, aunque Sofía, incluso a través de la descripción de su profesor, pudo imaginar la tensión en esa sonrisa.
Pero la verdadera prueba no estaba en la puntuación. Estaba en los detalles. Sofía había anticipado esto. Había presentado una solicitud formal para revisar su propio examen, un derecho de todos los estudiantes, y también, citando "irregularidades en la puntuación", había solicitado ver el examen de la alumna con la puntuación perfecta, Valeria Rojas. Era una petición audaz y sin precedentes, pero el director, intrigado por toda la situación, la concedió.
Al día siguiente, Sofía entró en la oficina del director. Se sentó frente a los dos cuadernillos de examen. El suyo y el de Valeria. Abrió el de Valeria primero y fue directamente a la pregunta 17.
Y allí estaba. La respuesta sobre la notación Laban. Era perfecta. Demasiado perfecta. Era una copia literal, palabra por palabra, de la respuesta que Sofía había escrito en su propio examen. Incluyendo una oscura referencia a un artículo académico que Sofía había citado, algo que era imposible que Valeria conociera. La prueba era irrefutable. Ricardo le había pasado las respuestas.
Pero entonces, Sofía hizo algo inesperado. En lugar de exponer el fraude, cerró el cuadernillo de Valeria con calma. Miró al director.
"Tiene razón", dijo, su voz temblando ligeramente, una actuación magistral de derrota. "Valeria es brillante. Yo... yo no estoy a su nivel".
Se levantó y salió de la oficina, dejando al director más confundido que nunca.
Esperó a Ricardo y Valeria en el pasillo. Cuando salieron, con aire triunfante, se interpuso en su camino.
"Felicidades, Valeria", dijo Sofía, su voz cargada de una ironía que solo ellos tres podían entender. "Puntuación perfecta. Es increíble cómo alguien puede mejorar tanto en tan poco tiempo. Es casi como si tuvieras las respuestas de antemano".
La cara de Valeria perdió todo su color. Ricardo dio un paso adelante, protector.
"Ya basta, Sofía. Estás siendo amarga y envidiosa. Acepta que perdiste".
"Oh, no, Ricky. No estoy amargada", dijo Sofía, su mirada moviéndose de él a Valeria. "Solo estoy... impresionada. Y confundida. Porque juraría que la pregunta 17 era sobre Pina Bausch. ¿Cómo pudiste saber que era sobre la notación Laban, Valeria? ¿Adivinaste?".
El pánico en los ojos de Valeria era ahora innegable. Miró a Ricardo, buscando ayuda, delatándose por completo.
Y en ese momento, Sofía sintió que algo dentro de ella se rompía definitivamente. La última pizca de afecto por el chico que una vez fue su mejor amigo se evaporó, dejando un vacío helado.
"Se acabó, Ricardo", dijo, su voz ahora desprovista de toda emoción. "Nuestra amistad, nuestra pareja de baile, todo. Se acabó".
"Sofía, no digas eso", comenzó él, tratando de tomar su mano. "Estás confundida, estás herida. Déjame ayudarte a superarlo".
Sofía retrocedió como si su toque quemara. "Ayudarme a superarlo", repitió, una risa seca y sin alegría escapando de sus labios. "¿Ayudarme como la ayudaste a ella? ¿Dándole mis respuestas, mi trabajo, mi sudor? ¿Crees que soy estúpida?".
La máscara de Ricardo finalmente cayó. Su rostro se endureció, sus ojos se volvieron fríos y calculadores. "No sabes de lo que estás hablando".
"Sé exactamente de lo que estoy hablando", replicó ella. "Y ahora sé exactamente quiénes sois los dos". Se giró hacia la gente que había empezado a reunirse en el pasillo, atraída por la confrontación.
"Para que todos lo sepan", anunció Sofía, su voz alta y clara. "Dejo la academia no porque no pueda con la presión, sino porque he encontrado mi verdadera vocación".
Hizo una pausa dramática.
"Voy a vender tamales. Es el negocio de mi familia. La familia Romero ha hecho los mejores tamales de la ciudad por generaciones. Y resulta que soy mucho mejor en eso que en confiar en traidores".
El shock en el pasillo fue palpable. La gran Sofía Romero, la prodigio del baile, ¿reducida a vendedora ambulante? La humillación, desde su perspectiva, era completa.
Pero para Sofía, era una declaración de guerra. Acababa de revelar su "humilde" origen, convirtiéndose en el blanco perfecto para la lástima y el desdén. Se estaba haciendo pequeña, insignificante, invisible. Exactamente donde necesitaba estar para planear su siguiente movimiento.
Sin otra palabra, se dio la vuelta y se marchó, dejando a Ricardo y Valeria en medio de un mar de miradas curiosas y susurros. La bomba había sido plantada. Ahora solo tenía que esperar a que la mecha se consumiera.