Capítulo 3 3

A la mañana siguiente, Evelyn despertó con una convicción que no sentía desde hacía mucho tiempo.

El cielo seguía nublado, un tono pálido de gris que parecía reflejar lo que llevaba dentro. La casa respiraba en silencio, como si aún estuviera de luto con ella. Sus pies descalzos tocaron el suelo frío de la cocina, y se movió como en un ritual antiguo: café, silencio, una mirada vaga al cuaderno cerrado sobre la mesa.

El cuaderno.

Benjamin.

Lucas.

Era como si aquel objeto fuera más que papel y tinta - una frontera entre lo que ella sabía y lo que nunca imaginó. No era exactamente miedo a lo que las palabras pudieran revelar. Era el temor de lo que pudieran confirmar.

¿Y si Benjamin no era el hombre que ella había idealizado por tanto tiempo?

¿Y si Lucas... no era solo un nombre del pasado?

La duda la corroía como óxido bajo barniz. Lentamente, pero con eficacia.

Se sentó a la mesa, mirando fijamente la taza entre las manos. El vapor del café se deshacía en el aire frío de la mañana. Pensó en el tiempo perdido, en las preguntas nunca hechas, en las verdades posibles. Y por primera vez, se preguntó si no había sido cobarde hasta ahora - si el verdadero error no era querer respuestas tres años después, sino haber vivido tanto tiempo sin ellas.

Encendió el portátil. Buscó vuelos hacia Carolina del Norte. Necesitaría hacer dos escalas, esperar horas en aeropuertos desconocidos, pagar un precio alto por un viaje que tal vez no le trajera ninguna paz.

Pero había un nombre.

Una galería.

Una oportunidad.

Evelyn Carter nunca había sido impulsiva. Todo en su vida era planeado, cronometrado, seguro. Era de esas personas que revisan los pasajes tres veces y hacen listas para todo.

Pero aquel cuaderno... la desarmaba.

No era solo la ausencia de Benjamin lo que dolía. Era la sensación de haber vivido una historia incompleta - y tal vez, engañosa.

Era Lucas.

Él no era solo un nombre, un punto perdido en el mapa de su memoria. Era la única pieza viva de un rompecabezas que parecía haber sido armado con partes faltantes.

En la habitación, Evelyn abrió el armario. Escogió la ropa sin pensar demasiado - como si cada elección, cada pliegue, fuera solo una forma más de no ceder al miedo. Tomó una maleta pequeña, suficiente para pocos días.

No se lo contó a nadie.

No explicó el viaje.

No prometió nada.

Solo sabía que necesitaba ir.

Al abrir el último cajón de la cómoda, algo se deslizó. Una fotografía cayó al suelo.

Evelyn se agachó para recogerla y sintió que el tiempo colapsaba por un instante.

Era una foto antigua. Un picnic cualquiera, en un verano olvidado. Benjamin estaba acostado en el césped, riendo. Ella estaba sobre él, los ojos cerrados contra el sol. Pero lo que hizo que su corazón se acelerara fue el reflejo en la esquina inferior de la imagen: en el espejo del coche estacionado, la mitad del rostro de Lucas, oculto detrás de la cámara.

Era casi imperceptible.

Pero estaba allí.

Como si él siempre hubiera estado... mirando.

Evelyn se quedó algunos segundos paralizada. No de miedo, sino de algo más denso, más profundo. Un reconocimiento silencioso. Fragmentos de memoria vinieron como destellos:

La forma en que Lucas la miraba cuando hablaba de Benjamin.

El silencio incómodo cuando tocaban ciertos temas.

La ausencia de él en el día de la boda.

¿Coincidencia?

¿Lealtad?

¿O algo más?

Guardó la foto en la maleta, junto con la duda y el presentimiento de que ese viaje lo cambiaría todo.

A las 17h, sentada cerca de la puerta de embarque, con el cuaderno en el regazo, Evelyn sentía las manos sudar.

El luto, ahora, tenía otra forma - ya no estática, sino inquieta.

No sabía lo que encontraría al otro lado.

No sabía si Lucas abriría la puerta.

Si la miraría a los ojos.

Si le contaría la verdad.

Pero estaba yendo. Por fin.

Y quizá, por primera vez desde la muerte de Benjamin, Evelyn no estaba huyendo del dolor.

Estaba yendo a su encuentro.

Y, con suerte... quizá también al encuentro de sí misma.

            
            

COPYRIGHT(©) 2022