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La Última Página Que Escribimos

Schana Fockink
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Capítulo 1 1

La casa aún olía a él.

Era un detalle sutil - casi invisible - pero estaba allí, impregnado en las paredes, en las telas, en los rincones polvorientos del estante. Un rastro de la colonia que Benjamin usaba, mezclado con el perfume dulce de la vela de vainilla, aún intacta sobre el aparador del salón. Evelyn nunca tuvo el valor de encenderla desde la noche en que todo se desmoronó.

Tres años.

Tres inviernos, tres primaveras, incontables noches en vela.

Miles de horas conviviendo con la ausencia.

Y aun así, bastaba con abrir el armario para que todo se rompiera de nuevo.

Se quedó quieta, con los dedos temblorosos sobre el picaporte. La puerta entreabierta dejaba al descubierto no solo los abrigos colgados, sino también el espacio invisible donde él solía estar. Todo allí era presencia y ausencia al mismo tiempo.

Desde el funeral, Evelyn evitaba ese armario.

Evitaba el sonido seco de los cajones, el roce de las telas familiares, el riesgo de revivir el último beso en la puerta, la última promesa compartida de "vuelvo pronto".

Todos decían que tenía que "pasar página".

Pero nadie explicó cómo se hace eso con alguien que fue tu libro entero.

Nunca gritó.

No rompió la ropa.

No vendió la casa.

No se fue.

Escribió.

Como si las palabras fueran su único aliento. Como si, al registrarlas, pudiera mantener vivo a Benjamin de alguna manera. Como si el dolor, transformado en letra, la protegiera de la locura silenciosa que amenazaba cada día. Escribió como quien sangra - sin glamour, sin alivio, solo supervivencia.

Pero ahora... había llegado el momento.

De seguir adelante.

De abrir el armario.

De mirar de frente.

Evelyn inspiró hondo y comenzó.

Sacó los abrigos con calma, doblándolos uno a uno, como si cada pliegue cargara una despedida silenciosa. La lana gris que él usaba para trabajar. La camisa azul marino del primer encuentro. La chaqueta de cuero que él amaba y que ella detestaba. Una sudadera vieja con el nombre de la universidad, tan gastada que apenas se leía.

Prenda por prenda, ella creaba espacio.

Fue entonces cuando un sonido seco interrumpió el silencio.

Algo cayó del estante superior.

Retrocedió, asustada. Se agachó con cuidado.

Un cuaderno. Negro. De tapa dura. Sin nombre.

Parecía fuera de lugar entre la ropa - un intruso del tiempo.

Evelyn lo tomó con cuidado, sintiendo la textura áspera del cuero envejecido. La tapa estaba polvorienta, pero firme.

Se sentó en el suelo, con las piernas cruzadas, el corazón acelerado.

Lo abrió.

La primera página estaba en blanco.

En la segunda, una frase suelta, escrita con la caligrafía de Benjamin. Esa misma que ella reconocería incluso con los ojos cerrados:

"Si estás leyendo esto, es porque no tuve el valor de decirlo todo."

El mundo se detuvo.

La garganta se cerró.

Pasó la página, y otra, y otra más.

Eran cartas. Páginas y más páginas llenas de palabras de despedida, de recuerdos, de sentimientos no dichos.

Pero... no eran para ella.

El nombre en la parte superior de la primera carta congeló su respiración.

"Lucas."

El estómago se le revolvió.

Cerró el cuaderno con fuerza, como si quemara en sus manos.

Lucas Hale.

El mejor amigo de Benjamin.

El mismo que desapareció después del entierro sin siquiera decir adiós.

El mismo que nunca respondió a sus mensajes.

El mismo que - contra toda lógica - aún habitaba sus sueños de forma inquietante.

Evelyn se quedó allí, en el suelo frío de la habitación, abrazada al cuaderno como si aquello fuera una bomba a punto de detonar todo lo que aún quedaba intacto dentro de ella.

¿Qué necesitaba decir Benjamin?

¿Por qué no lo dijo?

¿Por qué a Lucas?

Las preguntas se atropellaban, pero no llegaban respuestas.

La única certeza que tenía era que necesitaba leerlo todo.

Necesitaba entender.

Quizás ya era demasiado tarde.

O quizás no.

Quizás esas páginas aún pudieran cambiarlo todo.

            
            

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