La gala de la familia Morales era una sinfonía de riqueza discreta y juicio ruidoso. Las copas de cristal tintineaban. Un cuarteto de cuerdas tocaba suavemente. Y Gertrudis Morales, la madre de Hernán, presidía todo como una reina con ojos de halcón.
Me saludó con un beso que nunca tocó mi mejilla.
-Kendra, querida. Te ves... cansada.
Antes de que pudiera responder, comenzó un alboroto cerca de la entrada. Todas las cabezas se giraron.
Celine Luna hizo su entrada. Llevaba un vestido rojo tan ajustado que parecía pintado. Y se sostenía el estómago, un bulto pequeño pero definido visible bajo la tela. Hernán, que estaba a mi lado, se puso rígido.
Celine caminó directamente hacia Gertrudis, con una sonrisa triunfante en su rostro.
-Señora Morales -ronroneó-. Tengo noticias. Hernán y yo estamos esperando un bebé.
La sala quedó en silencio. Podía sentir todos los ojos sobre mí. Mi corazón martilleaba contra mis costillas. No podía ser verdad. Hernán tenía... tenía problemas. Los médicos nos habían dicho que la FIV era nuestra única oportunidad. Esto tenía que ser una mentira. Un truco.
El rostro frío de Gertrudis se rompió en una sonrisa sorprendentemente genuina. Me ignoró por completo, a su propia nuera, y abrazó a Celine.
-¡Un bebé! -exclamó-. ¡Oh, Hernán! ¡Un nieto! ¡Finalmente!
Luego hizo lo impensable. Se quitó la reliquia de la familia Morales, un pesado collar de zafiros y diamantes, y lo abrochó alrededor del cuello de Celine. Ese collar. El que se había negado a dejarme usar el día de mi propia boda, diciendo que era para "la madre del próximo heredero Morales".
Había soportado años de sus comentarios condescendientes, su decepción por mi estado "estéril". Y ahora, le estaba dando el legado de nuestra familia a esta... a esta mujer.
Hernán se apresuró hacia adelante, en un patético intento de controlar los daños.
-Madre, ¿qué estás haciendo? Este no es el momento ni el lugar.
Gertrudis hizo un gesto despectivo con la mano.
-Tonterías. Es hora de que nos ocupemos de esta situación. Necesitas divorciarte de esta mujer y casarte con la madre de tu hijo.
Hernán me miró, sus ojos suplicantes.
-Ken, puedo explicarlo.
-¿Explicar qué? -pregunté, mi voz peligrosamente tranquila-. ¿Que me has estado mintiendo durante años? ¿Que has estado robando de nuestra empresa?
-Fue un momento de debilidad -dijo, la misma excusa cansada-. Solo fue sexo.
Pero sus ojos lo traicionaron. Seguían desviándose hacia Celine, hacia el collar, hacia el rostro sonriente de su madre. Lo vi entonces. El cambio. Mi propio embarazo, el as secreto bajo mi manga, ahora no valía nada. Tenían un heredero. Uno declarado públicamente. Yo solo era un obstáculo. Un "robot frío y ambicioso" que estaba en el camino.
Mi fuerza, mi intelecto, mis contribuciones a nuestro imperio... no significaban nada frente a esto. Yo era desechable.
Me alejé de él, el dolor como un golpe físico. Saqué mi teléfono. Mis manos temblaban, pero mis dedos estaban firmes mientras escribía.
Le envié un solo mensaje a Atilio Ríos.
"El trato sigue en pie. Quemémoslos a todos hasta los cimientos".