-¿Sigues enojada conmigo? -preguntó, como si su mundo no acabara de ser sistemáticamente destruido por él.
-No -dijo ella, su voz plana.
-Entonces, ¿por qué actúas así? Te encantaba planear nuestra boda. Todo esto... no eres tú.
-Me dijiste que aceptara -interrumpió ella, su voz aguda-. Y además, nuestra acta de matrimonio era falsa. No tengo derecho a ser tu novia.
Tuvo la decencia de parecer avergonzado. -Tenía que hacerlo, Kenia. Mi abuela... nunca lo habría aprobado. La boda con Estela es solo un espectáculo, para quitármela de encima.
Intentó presentarlo como si la estuviera protegiendo, como si toda esta farsa fuera para su beneficio. Sus palabras eran suaves, practicadas y completamente falsas.
Le tomó la mano y la colocó sobre su pecho. -Te lo juro, Kenia. Nunca te abandonaré. Después de que todo esto termine, te enviaré a París. Puedes estudiar arte, tener tu propia galería. Iré a visitarte todos los meses. Seremos felices.
Pintó un hermoso cuadro de un futuro en el que ella era su amante secreta y mimada.
Ella retiró la mano. -Estoy cansada. Me voy a la cama.
La dejó ir, confiado en que la había apaciguado. -Está bien. Mañana tramitaré tu visa.
Los preparativos de la boda fueron apresurados pero lujosos. Héctor no escatimó en gastos para Estela. Desechó todos los planes de Kenia, cada detalle que ella había elegido con amor, y creó una nueva boda, hecha a medida para su nueva novia.
Kenia interpretó el papel de la dama de honor obediente a la perfección. Ayudó a Estela con las pruebas de su vestido, escuchó sus alardes sobre la lista de invitados, y sonrió y asintió en todos los lugares correctos.
Héctor estaba complacido al principio. Su pequeño juguete se estaba portando bien. Pero a medida que pasaban los días, una mirada frenética apareció en sus ojos.
-¿Por qué no estás celosa? -exigió una noche, agarrándola del brazo-. ¿Por qué no te importa?
-Esto es lo que querías, ¿no? -respondió ella con calma-. Que estuviera callada y obediente.
El día de la boda, Héctor estaba en el gran vestíbulo, luciendo como un príncipe con su traje a medida. Kenia captó su mirada y sintió un fantasma del viejo dolor. Había soñado con este día durante tanto tiempo.
Se acercó a ella, con el ceño fruncido. -¿A quién le estabas enviando mensajes?
Ella apagó rápidamente la pantalla de su celular. -Solo a un amigo.
-Déjame ver -exigió él, tratando de tomar su celular.
-La contraseña es mi cumpleaños -dijo ella simplemente.
Lo intentó. Falló. Lo intentó de nuevo. Falló. El hombre que decía amarla, que había compartido cama con ella durante tres años, no sabía su cumpleaños.
El mayordomo apareció. -Señor, es hora de irse. La novia está esperando.
Héctor se rindió, con una mirada frustrada en su rostro. -Me ocuparé de esto más tarde -dijo, su voz baja-. Después de la boda, nos vamos en un avión a París. Juntos. Espérame aquí.
Se apresuró a irse, un hombre que llegaba tarde a su propia boda.
He terminado de esperarte, Héctor, pensó ella.
Un elegante coche negro se detuvo frente a la mansión vacía. Su celular vibró. Un mensaje de Gael.
"Tu carroza te espera, mi señora".
Caminó hacia la chimenea. Sacó la última foto que tenía de ella y Héctor, una selfie sonriente de su primer aniversario. La vio enroscarse y arder, convirtiéndose en cenizas.
Miró alrededor de la vasta y vacía casa por última vez. Se sintió como despertar de un largo y terrible sueño.
Salió por la puerta, sin llevar nada más que su pasaporte y su corazón roto. Se subió al coche de Gael.
Él no dijo nada, solo le entregó una botella de agua y le apretó suavemente la mano.
En una gran pantalla en el respaldo del asiento delantero, se transmitía en vivo la boda. Héctor y Estela estaban en el altar, intercambiando votos.
El coche se alejó de la acera. La mansión, la boda, su antigua vida, todo se desvaneció en el espejo retrovisor.
Finalmente era libre. Y nunca, jamás, miraría atrás.