Sofía miró a Ricardo, con el corazón como un peso muerto en el pecho.
-¿La dejaste hacer esto? ¿Dejaste que metiera mi vida en una caja y la reemplazara?
-Son solo unas fotos, Sofía -dijo Ricardo, su voz teñida de molestia-. Y unos papeles. No seas tan dramática.
-¿Papeles? -su voz era peligrosamente baja-. Esos "papeles" representan años de mi vida. El trabajo que te consiguió el ascenso. El trabajo que pagó por esta casa.
Su rostro se endureció.
-Esta es mi casa. Yo soy el hombre de esta casa, y lo que yo digo se hace.
Las palabras resonaron en el tenso silencio. Era una declaración de guerra.
Pensó en su infancia, rebotando entre hogares de acogida, sin tener nunca un lugar que fuera verdaderamente suyo. Había volcado todas sus esperanzas de un hogar real, una familia real, en este matrimonio, en esta casa. Y él le estaba diciendo que solo era una invitada. Una no deseada.
Brenda se acercó a Sofía, su voz un susurro conspirador.
-¿Ves? Siempre me elegirá a mí. Me consiente. Me deja hacer lo que quiera.
Se palmeó el vientre de nuevo.
-Especialmente ahora. Está tan preocupado por el bebé. Su bebé.
Sofía la ignoró. Su atención estaba completamente en Ricardo.
-Sácala de mi casa -dijo Sofía.
-Te dije que no tiene a dónde ir -espetó Ricardo-. Deja de ser tan egoísta.
-¿Egoísta? -la palabra brotó de sus labios en un grito crudo-. ¡Renuncié a todo por ti!
-¡Y te estoy diciendo que seas paciente! -rugió él de vuelta-. ¿Por qué es tan difícil de entender para ti?
Brenda sonrió con suficiencia.
-Solo eres una técnica, Sofía. Una mecánica glorificada. Crees que eres tan importante, pero sin Ricardo, no eres nada. Él es el que va a llegar lejos. Tú solo te quedarás atrás, una mujer amargada y acabada.
Sofía dirigió su mirada gélida a Brenda.
-Soy una arquitecta de software líder. Los sistemas que diseñé valen millones para esta empresa. Ricardo consiguió su ascenso gracias a mi trabajo. No lo olvides nunca.
Brenda solo se rio.
-Está harto de ti. Me lo dijo.
Más tarde esa noche, Ricardo entró en su habitación. Sofía estaba guardando sus premios y fotos en una caja. Él intentó suavizar su tono.
-Mira, Sofía, déjalo pasar por ahora. Me estás dificultando las cosas.
Señaló la caja.
-Son solo pedazos de papel. ¿Realmente vale la pena pelear por eso?
Solo pedazos de papel. Las palabras la golpearon con la fuerza de una bofetada. Él solía estar tan orgulloso de sus logros. Solía presumir de ella con cualquiera que quisiera escuchar. Ahora, para apaciguar a su nueva mujer, desestimaba todo lo que ella había logrado.
Fue la primera vez que tuvieron una verdadera pelea a gritos. Toda la ira reprimida, el dolor, la traición, brotaron de ella.
-¡Lárgate! -gritó, con la voz ronca.
-¡Bien! -gritó él de vuelta, con el rostro rojo de ira-. ¡Estoy harto de consentirte de todos modos!
Cerró la puerta con tanta fuerza que un marco de fotos se cayó de la pared. El cristal se hizo añicos. Era una foto de ellos, sonriendo en unas vacaciones. Hacía una vida.