Sofía se giró para enfrentarlo, su expresión indescifrable.
-Eres un gerente, Ricardo. Se supone que eres inteligente. Piénsalo. ¿Por qué usaría una "hierba rara" que podría ser rastreada, en una casa donde soy la única otra residente? Es ilógico.
Dio un paso más cerca.
-¿Y alguna vez viste un informe médico? ¿O simplemente le creíste que alguna vez estuvo en peligro?
Miró a Brenda, que ahora parecía visiblemente nerviosa.
-Esa hierba es una sustancia controlada. Muy rara. Estoy segura de que si llamáramos a la policía, podrían rastrear la fuente muy fácilmente.
El rostro de Brenda se puso pálido. Rápidamente se levantó y agarró el brazo de Ricardo.
-Ricardo, no peleemos. Probablemente fue solo un malentendido. Sofía es una buena persona. Estoy segura de que no haría algo así.
Su intento de suavizar las cosas fue transparente. Estaba aterrorizada de una investigación oficial.
Pero Ricardo estaba demasiado cegado por su propia narrativa para verlo.
-¡Esto no se trata de lógica, Sofía! ¡Se trata de que eres una mujer vengativa y celosa!
-¿Ah, sí? -la voz de Sofía era fría como el hielo-. Entonces llamemos a la policía. Que ellos lo resuelvan. No tengo nada que ocultar.
Sacó su teléfono.
-¡No! -chilló Brenda, un poco demasiado rápido.
Tanto Sofía como Ricardo se volvieron para mirarla.
Brenda forzó una sonrisa temblorosa.
-Es... es un asunto privado. No deberíamos involucrar a la policía. Sería malo para la imagen de la empresa. Para tu carrera, Ricardo.
Sofía soltó una risa corta y sin humor. Guardó su teléfono. No tenía sentido. Se iba de este circo mañana.
Se alejó sin otra palabra, encerrándose en el dormitorio.
A la mañana siguiente, mientras se acercaba a las puertas de la empresa, una multitud la esperaba. Sostenían carteles con su nombre, tachado en rojo.
-¡Rompehogares!
-¡Lárgate de nuestra ciudad!
Comenzaron a arrojar cosas. Verduras podridas, huevos. Uno de ellos arrojó una pequeña piedra que la golpeó en la frente, abriéndole una herida. La sangre le corrió por la cara.
Retrocedió tambaleándose, tratando de protegerse. A través de la turba que gritaba, vio a Brenda, de pie a un lado, con una expresión de sombría satisfacción en su rostro. Esto era obra suya.
De repente, un coche frenó en seco. Alejandro Valdés saltó.
-¿Qué significa esto? -rugió, su voz cortando el ruido-. ¡Seguridad!
Se abrió paso entre la multitud y se paró frente a Sofía, protegiéndola.
-Sofía, ¿estás bien?
-Estoy bien -dijo ella, su voz temblando a pesar de sí misma.
Justo en ese momento, llegaron Ricardo y Brenda. Ricardo vio la frente sangrante de Sofía, y por un momento fugaz, un destello de dolor cruzó su rostro. Desapareció tan rápido como llegó.
La multitud, envalentonada por su presencia, comenzó a gritar de nuevo.
-¡Señor Morales, tiene que hacer algo con esta mujer! ¡Atacó a su esposa!
El rostro de Ricardo era un desastre de emociones conflictivas. Sabía que esto estaba mal, pero su instinto de autoconservación era más fuerte. Miró a la multitud enojada, a Alex, a su exesposa sangrante. Tomó su decisión.
Se volvió hacia Sofía, su voz fría y pública.
-Sofía. Discúlpate con Brenda. Ahora. Termina con esto.
Alex miró a Ricardo con incredulidad.
-¿Hablas en serio, Morales? ¡Ella es la que está herida!
Sofía puso una mano en el brazo de Alex, deteniéndolo. Miró directamente a Ricardo, sus ojos ardiendo con un fuego que él nunca había visto antes.
-No -dijo, su voz resonando con claridad y desafío-. No lo haré.