Esposa Traicionada, Venganza Ardiente
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Capítulo 6

Sofía se reportó enferma al día siguiente. La tormenta emocional la había dejado físicamente agotada. Cayó en un sueño pesado e inquieto, solo para ser despertada violentamente.

Ricardo estaba de pie sobre ella, su rostro una máscara de pura furia. La agarró por los hombros y la sacó de la cama.

-¿Qué hiciste? -gruñó, con los ojos desorbitados.

-¿De qué estás hablando? -murmuró ella, todavía somnolienta.

-¡Brenda está en el hospital! ¡Intentaste envenenarla! ¡Le pusiste algo en la sopa!

La acusación era tan demencial, tan absolutamente infundada, que Sofía solo pudo mirarlo con incredulidad.

-Eso es una locura. Nunca haría eso.

-Los doctores encontraron rastros de una hierba rara en su sistema. Puede causar un aborto espontáneo -bramó él, su agarre apretándose-. ¡Y como tú eras la única otra persona en la casa, tuviste que ser tú!

Ni siquiera consideró su inocencia. No se detuvo a pensar en cómo ella, una arquitecta de software, podría siquiera conseguir una "hierba rara". Ya la había juzgado y condenado en su mente. La palabra de Brenda era el evangelio.

Los últimos restos de su amor por él se convirtieron en puro asco.

Con una oleada de adrenalina, lo empujó.

-¡Ni siquiera está embarazada de tu hijo! ¿Por qué estás tan obsesionado con un bebé que no es tuyo?

Su rostro se oscureció.

-Te has convertido en un monstruo, Sofía. Irracional. Cruel. Me equivoqué contigo. Tan equivocado.

-Te equivocas en todo -dijo ella, su voz goteando desprecio.

-Vas a venir al hospital conmigo -dijo él, agarrándola del brazo de nuevo-. Vas a arrodillarte y a pedirle perdón a Brenda.

La arrastró fuera de la casa y la obligó a subir a su coche. El viaje al hospital fue silencioso y sofocante.

Brenda estaba en una habitación privada, luciendo pálida y débil contra las almohadas blancas. Tenía una intravenosa en el brazo, aunque la bolsa era solo una solución salina. En el momento en que vio a Sofía, comenzó a llorar.

-Ricardo, ¿por qué la trajiste aquí? Le tengo miedo.

-Discúlpate -ordenó Ricardo, empujando a Sofía hacia la cama.

Sofía tropezó, apoyándose contra la pared. Miró al hombre frente a ella, a este extraño que fue tan rápido en creer lo peor de ella, que la humillaría públicamente por una mentirosa.

-No tengo nada de qué disculparme.

Brenda se incorporó, su voz un susurro bajo y venenoso solo para los oídos de Sofía.

-¿Ves? Nunca te creerá. No te ama. Nunca lo hizo.

Las palabras estaban destinadas a romperla, pero hicieron lo contrario. Cortaron el último y definitivo hilo de apego.

-Son asquerosos -dijo Sofía, mirando de Brenda a Ricardo-. Los dos.

Se dio la vuelta y salió de la habitación.

-¡Sofía, vuelve aquí! -gritó Ricardo.

Comenzó a seguirla, pero Brenda soltó un grito de dolor.

-¡Ricardo, mi estómago! ¡Me duele!

Él vaciló, dividido por un solo segundo. Luego se volvió hacia la cama de Brenda. Eligió la mentira.

Sofía caminó por el largo y estéril pasillo, con paso firme. Pero el costo emocional fue demasiado. El mundo se inclinó, las luces del techo se convirtieron en rayas borrosas. Sus rodillas se doblaron. Se desplomó en el suelo frío e implacable.

Cuando despertó, estaba en una cama de hospital. Una enfermera estaba revisando sus signos vitales.

-Se desmayó por agotamiento y deshidratación, señorita. Le hemos puesto líquidos. ¿Hay algún familiar al que podamos llamar?

Sofía miró la silla vacía junto a su cama. Él no había venido por ella. Ni siquiera había preguntado por ella.

-No -dijo, su voz hueca-. No tengo familia.

Se quedó toda la noche. A la noche siguiente, tomó un taxi a casa. Entró y encontró a Ricardo y Brenda riendo y compartiendo una comida en la mesa del comedor. Parecían una pareja feliz y doméstica.

No habían llamado. No habían preguntado. Ni siquiera se habían dado cuenta de que se había ido.

Ricardo levantó la vista, su expresión de molestia.

-¿Dónde has estado? Huyendo así sin decir una palabra. Me tenías preocupado.

Preocupado. La palabra era una broma amarga. ¿Preocupado de que causara más problemas? ¿Preocupado de que manchara aún más su preciosa reputación?

No se había preocupado por ella.

No dijo una palabra. Solo lo miró, al hombre al que le había entregado su corazón, y no sintió nada más que un vasto y frío vacío. Finalmente había matado hasta el último trozo de su amor.

Se dio la vuelta y caminó hacia el dormitorio, ignorando sus llamadas.

-¡Sofía! ¡No me des la espalda! ¡Tú eres la que está equivocada aquí! ¡Intentaste dañar a mi esposa y a mi hijo, y ni siquiera te has disculpado!

Se detuvo en el umbral, de espaldas a él, y dijo las palabras que definirían su nueva vida.

-Se acabó, Ricardo.

            
            

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