El juego cruel de él, el corazón roto de ella
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Capítulo 2

A la mañana siguiente, Kenia sentía un frío que no tenía nada que ver con su fiebre. Recordaba las palabras que había dicho Holden la noche anterior, y la crueldad casual en su voz mientras planeaba la próxima "broma" con Estella.

Caminó hacia el estudio de él, un lugar donde normalmente era bienvenida, y encontró la puerta entreabierta.

Escuchó sus voces de nuevo: "¿Estás seguro de que es una buena idea, Holden? Un secuestro falso es demasiado", comentó Estella.

"Es perfecto", respondió él, con naturalidad. "Tendremos a dos personas atadas y yo estaré en una video llamada, teniendo que elegir a quién salvar. Será la prueba definitiva de mi amor por ti, querida".

Kenia sintió que se detenía su corazón.

"¿Pero qué pasaría si se asusta? ¿Y si se lastima de verdad?", preguntó la mujer, con un tono de preocupación falsa en su voz.

"No te preocupes, ya todo está preparado, y habrá una bolsa de aire. Es nuestra broma número noventa y ocho. Tenemos que hacerla memorable, antes del gran final".

El gran final. La boda, donde planeaban revelar todo y reírse a costa de ella.

"¿Y qué pasará si empiezas a sentir pena por ella?", lo presionó Estella.

Luego hubo una pausa, y Kenia contuvo la respiración.

"¿Sentir pena por Kenia?", dijo Holden, con una risa fría y vacía. "Nunca. Esto siempre se trató de ti, Estella. Siempre fue por ti".

"Oh, Holden", murmuró ella, satisfecha. "Yo sabía que todavía me amabas más".

Desde la puerta, Kenia retrocedió tambaleante, con el cuerpo entumecido, sintiendo que no podía respirar. Cada palabra amorosa, cada toque tierno de los últimos tres años había sido mentira, una simple actuación.

Regresó a su habitación y colapsó sobre la cama, temblorosa.

Pocas horas después, su teléfono sonó. Era Holden. "Hola, cariño, lamento lo de anoche. Te extraño", le dijo con calidez falsa en su voz. "Escucha, necesito que me hagas un favor".

Le pidió que entregara un documento en una villa lejana, situada junto a un acantilado, indicándole que era urgente, por un negocio. Además, le dijo que fuera sola, y que no le contara a nadie.

"Y Kenia, ponte ese vestido blanco que tanto me gusta", añadió.

Ella supo que se trataba de una trampa; el inicio de esa broma cruel. Sin embargo, su pasaporte y su identificación todavía estaban desaparecidos. Él los tenía, y la tenía a ella bajo su control.

"Te devolveré tu pasaporte y tu identificación justo después de que hallas entregado el documento", agregó, como si hubiese leído su mente.

Ella no tenía elección. "Está bien", susurró.

El viaje fue largo. Su fiebre empeoraba y le dolía el cuerpo. Cuando finalmente llegó a la villa, el sol se estaba poniendo, proyectando sombras largas y siniestras.

Cuando intentó tocar el timbre, dos hombres enmascarados la sujetaron desde atrás para arrastrarla adentro, atarla a una silla, y ponerle una bolsa en la cabeza.

Cuando le quitaron la bolsa, pudo ver a Estella atada a una silla, frente a ella. La mujer lloraba, y su maquillaje se había corrido. Su actuación era convincente.

Colocaron una computadora portátil frente a ellas y la pantalla cobró vida, mostrando el rostro apuesto y preocupado de Holden.

"¡Holden! ¡Ayúdanos!", gritó Estella.

Uno de los enmascarados habló con la voz distorsionada electrónicamente: "Holden Dalton. Solo puedes salvar a una. Tu prometida o tu pequeña artista. Escoge".

El rostro de Holden era una máscara de angustia, mirando de Estella a Kenia.

Por un loco segundo, el corazón de Kenia latió con una pizca de esperanza. ¿Acaso la iba a elegir a ella? Después de tres años, ¿significaba algo para él?

"Elijo a Estella", dijo Holden, sin rastro de duda. "Pagaré lo que sea; solo déjela ir".

Luego miró a Kenia, con los ojos llenos de una falsa compasión. "Lo siento mucho, Kenia, en verdad lo siento".

Dicho esto, colgó.

La última chispa de esperanza en la joven se había extinguido para siempre.

Entonces los hombres desataron a Estella y se la llevaron, dejando a Kenia sola en la habitación oscura.

Luego regresaron por ella y la arrastraron hacia una gran ventana con vista al acantilado.

"Él no te eligió", susurró uno de ellos. "Ahora pagarás el precio".

La empujaron hacia el borde de la ventana, donde el viento agitaba su cabello alrededor de su rostro. Abajo, solo había oscuridad, y el sonido de las olas rompiendo.

"Por favor", susurró ella, sin saber a quién le estaba suplicando.

Después, instintivamente, dijo su nombre: "¡Holden!". Pero enseguida se detuvo.

¿Por qué llamaba al hombre que acababa de condenarla a muerte? Sentía que su corazón estaba siendo arrancado del pecho.

"Danos el documento, o caerás", dijo el hombre.

Ella apretó el documento contra su pecho. Era el último favor que él le había pedido que hiciera, e incluso ahora, alguna parte rota de ella quería seguir siendo leal.

De repente, el hombre la soltó y ella perdió el equilibrio, inclinando su cuerpo sobre el borde. Mientras caía, la invadió una extraña sensación de paz.

Esto era todo, el fin del dolor.

Cerró los ojos, esperando el impacto, pero nunca llegó porque cayó rebotando sobre algo suave: una bolsa de aire.

Las risas estallaron a su alrededor y los hombres se quitaron las máscaras. Eran amigos de Holden. Estella estaba allí, mirándola, con una sonrisa burlona y triunfante en su rostro.

"¿En verdad pensaste que él te iba a escoger?", se burló uno de ellos. "Todo fue una broma, idiota".

"Realmente creyó que él la amaba", dijo otro, riéndose. "Incluso gritó su nombre antes de caer".

La joven yacía sobre la bolsa de aire, mirando la burla en sus rostros, mientras el mundo giraba a su alrededor. La humillación había sido un golpe físico, peor que cualquier caída.

Esa era la broma número noventa y ocho. Un juego que jugaron con su vida, con su corazón, y ella había caído completamente en él.

            
            

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