Capítulo 5 No necesito ninguna compensación

Lacey se abstuvo de seguir hablando.

Mientras Erik ojeaba los documentos del divorcio, su expresión se agrió.

"¿Erik?", preguntó Lacey con cautela. "¿Ella está pidiendo dinero?".

Erik permaneció en silencio. Los términos del acuerdo eran claros: Estefanía se quedaría con prácticamente nada.

Al ver la expresión severa de Erik, Lacey supuso su mal humor y se aferró a sus propias creencias. "Te lo he dicho, las mujeres como ella solo se casan por dinero. Al darse cuenta de que te importa Vivian, ve que no tiene futuro y quiere sacar lo que pueda. ¡No le des ni un centavo!".

Estefanía asumía que Erik no tendría motivos para negarse al divorcio, ya que no le pedía nada a él.

Sin embargo, al regresar a casa, se sorprendió al recibir una llamada del abogado de él.

"Señorita Gilbert, con respecto a los términos del divorcio, los discutiré en nombre del señor Palmer".

"¿Pero qué hay que discutir?".

El abogado miró nerviosamente al hombre que estaba a su lado. "El señor Palmer le ofrece treinta millones de dólares y una casa como acuerdo de divorcio".

Estefanía bufó. "¿Está loco? Dejé muy claro que no aceptaré nada de los Palmer".

El abogado encontraba este caso de divorcio totalmente desconcertante, una rareza en su experiencia. Normalmente, la parte que iniciaba el divorcio probablemente buscaría una compensación económica, pero aquí estaba Erik ofreciendo dinero a su esposa con insistencia, solo para que ella lo rechazara de plano.

Secándose el sudor de la frente, el abogado insistió: "Esto estaba estipulado en el acuerdo prenupcial. Le ruego, señorita Gilbert, que considere aceptarlo".

"¡No lo haré!", exclamó Estefanía antes de colgar con decisión.

Durante todos esos años, llevó el título de señora Palmer formalmente, pues en la práctica, cumplió todas las funciones de una sirvienta.

Ya poseía una inmensa fortuna propia. Naturalmente, no albergaba ningún deseo por el dinero de Erik. Al rechazarlo, pretendía eludir la sensación de servidumbre asociada a la dependencia económica. Al negarse al dinero, esperaba asegurarse de que Erik y el resto de la familia Palmer no la vieran como una deudora.

Después de la llamada, agarró las llaves de su auto y se dirigió a la empresa para sumergirse en el trabajo.

Al entrar al garaje, Estefanía respiró hondo, lista para abrazar su verdadera vida.

El garaje subterráneo ocupaba unos seiscientos metros cuadrados y servía de depósito para las colecciones de Eduardo acumuladas a lo largo de los años. Hacía poco le habían dado las llaves del coche.

Ayer le había mencionado a su hermano el nuevo y atractivo Aston Martin expuesto en el salón internacional del automóvil. Para su sorpresa, hoy ya estaba en el garaje.

En el Edificio Acme.

Al bajar del vehículo, Estefanía lanzó despreocupadamente las llaves al aparcacoches para que lo aparcara, antes de entrar con confianza en el edificio.

"Disculpe, ¿quién es usted? ¿Tiene una cita?".

Al entrar en el vestíbulo, fue interceptada inmediatamente por alguien.

Estefanía se ajustó las gafas de sol y dijo: "Vengo a ver a Corbin Howard".

La recepcionista observó atentamente el aspecto de Estefanía de arriba abajo. Sin etiquetas de marca discernibles en su ropa, era difícil determinar su origen. La actitud de la recepcionista se volvió fría al concluir que Estefanía carecía de importancia. "¡Venga aquí!", le indicó con desdén.

Al acercarse al mostrador, Estefanía vio a dos recepcionistas con mucho maquillaje. La que le había cortado el paso le lanzó un cuaderno con indiferencia. "Firme aquí", dijo sin rodeos.

Estefanía lo encontró extraño. ¿El Grupo Acme seguía utilizando métodos tan primitivos para el registro? Parecía que no podían garantizar la seguridad de la información de los clientes.

Después de que Estefanía anotara sus datos, la recepcionista le arrebató bruscamente el bolígrafo y el papel, y señaló un sofá en una esquina. "Vaya a esperar allí".

Al mirar a su alrededor, Estefanía observó una fila de mujeres con minifalda ocupando el sofá, algunas de aspecto inocente y otras más coquetas. Todas parecían mirar con avidez hacia el ascensor privado del director general.

Estefanía estaba perpleja. Aunque Corbin se había ganado fama de libertino en los últimos años, esta situación era un poco excesiva.

¿La recepcionista había supuesto por error que ella era una de esas mujeres?

"Bueno... vengo a ver a Corbin por negocios, no soy una de sus admiradoras", aclaró.

La recepcionista se impacientó. "Bien, bien, vaya a esperar en la fila", dijo con brusquedad.

A pesar de que Estefanía solía tener un carácter tranquilo, ahora estaba furiosa. Rápidamente marcó un número. "¡Baja al vestíbulo ahora mismo!", exigió.