Había decidido salir a explorar el pueblo por la mañana, antes de que las sombras del atardecer regresaran a su reino. Aunque Nora le había sugerido quedarse en casa y descansar, Aurelia sintió la necesidad de conocer más sobre el lugar. De alguna forma, sentía que necesitaba entenderlo, comprender la esencia de San Lupo antes de adentrarse demasiado en sus secretos.
Al caminar por la calle principal, Aurelia notó la quietud del lugar. Había pocas personas afuera, y las pocas que vio parecían tan acostumbradas a la vida en el pueblo que apenas le prestaron atención. En su mayoría, eran personas mayores que caminaban lentamente, con miradas melancólicas, como si el tiempo no les hubiera dejado espacio para nada más que el peso de los recuerdos.
Fue entonces cuando vio la tienda. Se encontraba al final de la calle, algo apartada de las casas más cercanas. Era una tienda de antigüedades, pero algo en su fachada le llamó la atención. Las vitrinas de madera estaban llenas de objetos antiguos: relojes de bolsillo, espejos enmarcados con metales oxidados y figuras de cerámica que parecían haber sido olvidadas por el tiempo. La tienda, aunque desordenada, tenía una belleza en su caos, como un lugar que guardaba secretos en cada rincón.
Decidió entrar.
La campanilla sobre la puerta sonó suavemente cuando la abrió. El aire dentro era más cálido, pero también llevaba un olor peculiar, a madera vieja y a algo más... algo que Aurelia no sabía identificar, pero que le resultaba familiar. Al principio, el lugar parecía vacío, pero pronto escuchó un ruido proveniente de la parte trasera de la tienda, como si alguien estuviera moviendo algunas cajas.
Aurelia comenzó a caminar entre los pasillos angostos, observando los objetos con detenimiento. Había algo en la tienda que le atraía: la historia de cada pieza, la sensación de que el lugar había sido testigo de demasiados años y secretos. No pasó mucho tiempo antes de que un hombre apareciera detrás de una estantería, tomando unos libros antiguos. El hombre la miró con una mirada directa que la sorprendió.
Era Dante.
Aurelia se quedó quieta por un momento, observando al hombre que acababa de aparecer entre las sombras de la tienda. Su presencia era imponente, como si su cuerpo estuviera hecho de la misma tierra oscura que rodeaba el pueblo. Alto, de complexión musculosa, su rostro estaba marcado por una barba ligera y descuidada que le daba un aire salvaje. Sus ojos, de un color ámbar profundo, brillaban con una intensidad que parecía más animal que humana. La forma en que se movía, tranquila pero llena de energía, hacía que todo lo que lo rodeaba pareciera quedarse en segundo plano.
Dante se detuvo y la observó por un instante, como si también estuviera midiendo su presencia. Fue una fracción de segundo, pero Aurelia sintió que el aire entre ellos se volvía denso, como si todo en la tienda se hubiera detenido, esperando algo. Era un encuentro fugaz, pero en ese momento, Aurelia pudo sentir una tensión palpable en el aire, algo que no podía identificar, pero que la hacía sentirse incómoda y fascinada al mismo tiempo.
Finalmente, Dante dio un paso hacia ella.
-¿Buscas algo en particular? -su voz era grave, profunda, con un tono bajo que parecía resonar en su pecho.
Aurelia tragó saliva, sorprendida por la intensidad de su mirada, pero intentó mantener la calma. No sabía qué esperaba de él, pero la tensión que había sentido al verlo no desaparecía. Había algo en su presencia que la desconcertaba. No era solo su apariencia, ni siquiera la forma en que la observaba. Era algo más profundo, algo que la hacía sentir como si estuviera siendo estudiada, medida, de una manera que no entendía.
-No, solo estaba mirando... -respondió, tratando de parecer casual, aunque sabía que no lo estaba logrando. Su voz tembló ligeramente, pero intentó disimularlo.
Dante asintió lentamente, observando su reacción con una intensidad que le incomodaba.
-Este lugar... tiene cosas interesantes. Muchas piezas tienen más historia de la que la gente imagina. -Dijo, como si estuviera hablando más para él que para ella, pero aún así, sus palabras resonaban en Aurelia, dándole una sensación extraña de que él hablaba sobre algo más.
Aurelia se acercó a una de las vitrinas, tratando de romper el momento incómodo. Su corazón latía con más fuerza de lo que le gustaría admitir. Intentó mirar uno de los relojes antiguos en la estantería, pero sus ojos se mantenían desviados, como si algo, o alguien, no la dejara concentrarse.
-¿Eres de aquí? -preguntó ella, sin querer, su voz más suave de lo que hubiera querido. Se dio cuenta de que su tono sonaba casi como una invitación a saber más, a hacerle más preguntas.
Dante la miró unos segundos más antes de responder.
-Sí, nací aquí. Aunque... no muchos se quedan -dijo en un tono que parecía contener más de lo que estaba dispuesto a decir. Su mirada se hizo más profunda, como si esas palabras llevaran un peso que él mismo no quería cargar.
Aurelia sintió que sus palabras caían en ella como una carga, como una advertencia silenciosa, pero no entendió bien el porqué. Algo en la forma en que las dijo la hizo sentir que había algo oscuro en él, algo que solo podía intuir, pero no comprender completamente.
Hubo un silencio incómodo entre ellos, y Aurelia sintió el impulso de irse, de escapar de esa atmósfera cargada. Pero al mismo tiempo, algo la mantenía ahí, algo que no podía explicar. Dante no se movió, como si supiera que ella no iba a irse sin más.
Finalmente, fue él quien rompió el silencio.
-¿Te gusta el pueblo? -preguntó, su tono ahora un poco más suave, pero aún tan cargado de tensión que Aurelia no pudo evitar sentirse aún más atraída por él.
-Es... interesante -respondió ella, encontrando finalmente palabras que no parecieran tan vacías. Su mirada se cruzó brevemente con la de Dante y, aunque no dijo nada más, ambos sabían que algo había pasado entre ellos. Una conexión que ninguno de los dos había buscado, pero que ahora los unía de alguna manera extraña.
Dante dio un paso atrás, como si hubiera leído sus pensamientos. Sus ojos brillaron por un momento, y luego su expresión se suavizó, pero no lo suficiente como para que Aurelia dejara de sentir esa presión en el aire.
-Si alguna vez necesitas algo... -comenzó, pero sus palabras quedaron suspendidas en el aire. Luego, simplemente asintió, como si esa pequeña conversación fuera todo lo que necesitaba.
Sin decir una palabra más, se volvió y se dirigió a la parte trasera de la tienda, dejando a Aurelia sola, de pie junto a la estantería, con el corazón acelerado y una sensación extraña en el estómago. ¿Qué era lo que acababa de pasar entre ellos? No lo entendía, pero sabía que su encuentro no sería el último.
Con una respiración profunda, Aurelia salió de la tienda. El sol ya comenzaba a esconderse detrás de las colinas, y la sombra del pueblo se alargaba, como si también estuviera esperando algo.
San Lupo no dejaba de sorprenderla, y su primer encuentro con Dante había sido solo el comienzo.