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Era la Ceremonia de Emparejamiento, el día más importante para nuestra manada, pero para mí, se sentía como caminar hacia la horca.
Estaba parada sobre la alfombra de terciopelo, esperando a que Jacob, el heredero Alfa, me reclamara.
De repente, mi hermana menor, Bella, se arrojó a los pies del Anciano, gritando que ella y Jacob estaban enamorados.
Jacob no lo negó.
Me miró con una frialdad calculadora, anunció que la elegía a ella y rompió públicamente nuestro compromiso.
En mi vida anterior, esta traición me destruyó.
Había luchado por casarme con él, solo para convertirme en una "incubadora defectuosa" encerrada en una habitación.
Recordaba los moretones que nunca sanaban y el fuego que finalmente me mató.
Mientras yo ardía hasta morir, a Jacob solo le importaba salvar a Bella.
Ahora, parada en el mismo lugar, la multitud se burlaba de mí llamándome "mercancía dañada".
Mi padre se burló, señalando hacia el fondo del salón donde estaban los clanes "inferiores", diciéndome que eligiera una rata o una serpiente si quería quedarme en la Casa de la Manada.
Creían que me estaban arruinando.
No se daban cuenta de que me estaban entregando la llave de mi libertad.
Me di la vuelta, alejándome de los lobos que sonreían con malicia, y caminé hacia el rincón más oscuro del salón.
Allí estaba sentado Draco, el Rey Serpiente, un hombre al que todos temían y despreciaban.
Él fue el único que intentó atravesar las vigas en llamas para salvarme en mi vida pasada.
Me detuve frente a él, ignoré los jadeos de la multitud y extendí mi mano.
-Te elijo a ti.
Capítulo 1
POV de Clarice:
La Casa de la Manada apestaba a vestidor de gimnasio bañado en colonia barata y desesperación.
Era el día de la Ceremonia, el evento del año en nuestro calendario, donde se suponía que los lobos encontraban a sus almas gemelas.
Para mí, se sentía como una sentencia de muerte.
Estaba al borde de la alfombra de terciopelo, con las manos temblando.
No por los nervios, sino por una agonía fantasma.
Conocía el guion.
Jacob, el heredero Alfa de la Luna de Plata, estaba a punto de reclamarme.
En mi vida pasada, ese reclamo fue mi condena.
Recordaba las puertas cerradas, los golpes y la fría comprensión de que, para él, yo solo era un útero defectuoso.
-¡Padre, por favor!
Un grito agudo cortó el sonido de los tambores ceremoniales.
La multitud contuvo el aliento.
Levanté la vista, con el corazón detenido.
Bella.
Mi hermana menor. La gallina de los huevos de oro de la familia.
Se arrojó a los pies del Anciano Tomás, arrugando su vestido de diseñador.
Sus ojos estaban salvajes, desesperados.
-¡No puedo dejar que Clarice se case con Jacob! -chilló Bella, su voz rebotando en el techo abovedado-. Nosotros... Jacob y yo... ¡ya hemos estado juntos! ¡Estamos enamorados!
Silencio sepulcral.
Me quedé mirando la nuca de Bella.
En mi vida anterior, Bella había despreciado a Jacob.
Se había casado con un cambiante Zorro adinerado, solo para consumirse de envidia cuando me convertí en Luna.
Ella veía la corona, las joyas, el título.
Nunca vio la sangre que yo limpiaba de los azulejos del baño.
Ella también ha renacido.
Y cree que está robando un premio.
-¿Es esto cierto? -rugió el Anciano Tomás, poniéndose morado. Miró a Jacob en el estrado.
Jacob, el arquitecto de mis pesadillas, parecía engreído.
Dio un paso adelante, dejando que su pesada aura de Alfa rodara sobre la multitud como una manta asfixiante.
-Es cierto -anunció Jacob, con una voz que goteaba falso remordimiento-. Bella y yo... la atracción fue innegable.
Me miró.
Sin disculpas. Solo cálculo frío.
Quería una criadora.
Supuso que Bella, la princesa sana y mimada, era una apuesta más segura que Clarice, la hija ilegítima y "débil" cuya madre apareció medio muerta en la playa hace años.
-Clarice -ladró mi padre-. Hazte a un lado. Libera a Jacob del compromiso.
No fue una petición.
La multitud murmuró.
"Pobre Clarice".
"Humillada por su propia hermana".
"Mercancía dañada".
Bajé la cabeza para ocultar la sonrisa que amenazaba con partirme la cara.
Creen que me están arruinando.
No tienen idea de que me están dando la llave de mi celda.
-Entiendo, padre -dije, manteniendo la voz firme-. Si es amor, no me interpondré en el camino de la Diosa Luna.
Jacob frunció el ceño.
Quería lágrimas. Quería una escena.
Mi calma lo enfureció.
-Bien -resopló mi padre, ansioso por seguir adelante-. Pero la ley se mantiene. No puedes permanecer sin pareja en la Casa de la Manada.
Hizo un gesto despectivo hacia el fondo, donde estaban los clanes "inferiores".
Los Osos, las Ratas... y las Serpientes.
-Elige a uno de ellos -se burló mi padre-. Tal vez una criatura de sangre fría le convenga a una chica frígida como tú.
La risa recorrió la sala.
Me giré lentamente.
Mi piel siempre se sentía demasiado caliente en este lugar, una fiebre que nunca bajaba.
Anhelaba algo más.
Mi mirada pasó por encima de los Osos y las Ratas, aterrizando en el rincón más oscuro.
Estaba sentado en una silla de respaldo alto, aislado.
Las sombras se aferraban a él como una segunda piel.
Pálido, casi translúcido, con un traje negro de medianoche.
Draco.
Rey del Clan de la Serpiente.
En el incendio que me mató la última vez, él fue el único que intentó atravesar las vigas en llamas.
Recordé unos ojos esmeralda llenos de rabia antes de que el humo me llevara.
Caminé pasando a los lobos que sonreían con desprecio.
Pasé a Jacob, que ya estaba manoseando a Bella.
Me detuve frente a Draco.
De cerca, era aterrador.
No olía a perro mojado ni a almizcle.
Olía a lluvia golpeando pizarra caliente, a menta triturada y al océano profundo y silencioso.
Paz.
Draco levantó la cabeza.
Sus pupilas verticales brillaban con luz interior.
La temperatura en la habitación pareció desplomarse.
-¿Estás perdida, lobita? -su voz era un rasbido bajo, escamas deslizándose sobre terciopelo.
-No -susurré-. Nunca he estado más encontrada.
Extendí mi mano.
-Te elijo a ti.
La música murió.
-Yo, Clarice de la Manada Luna de Plata, elijo a Draco del Clan de la Serpiente como mi compañero.
Draco miró mi mano.
Una esquina de su boca se curvó hacia arriba: un depredador reconociendo a una presa que entraba voluntariamente en su guarida.
Se puso de pie, elevándose sobre mí.
Tomó mi mano.
Su piel estaba sorprendentemente fría.
En el momento en que nos tocamos, la fiebre en mi sangre se rompió, reemplazada por una descarga de electricidad pura y estabilizadora.
"Mía", susurró una voz en mi cabeza.
Antigua. Serpentina.
Draco me acercó más.
-Aceptado -siseó.