Capítulo 3

POV de Clarice:

El castillo del Rey Serpiente no era un agujero en la tierra.

Era una fortaleza de piedra negra encaramada en un acantilado con vistas al océano agitado, oculta por la niebla.

Por dentro, era una catedral de sombras y lujo.

Pisos de mármol con calefacción, tapices con hilos de oro, el aroma a ozono e incienso.

Era nuestra noche de bodas.

Me senté en el borde de la enorme cama, las sábanas de seda negra frescas contra mis piernas.

Mi corazón martilleaba.

No por miedo. Anticipación.

Draco entró.

Se había quitado el traje por una bata de seda suelta.

Su pecho era delgado, definido por músculos fibrosos, piel tan pálida que brillaba a la luz de las velas.

Se detuvo, dudando.

El arrogante Rey parecía inseguro.

-Clarice -dijo, con voz ronca-. No tienes que hacerlo. El Juramento me obliga a protegerte, no a... forzarte.

Se miró las manos.

-No soy como los de tu especie. Mi temperatura corporal es baja. Mi... anatomía es diferente. No quiero asustarte.

Me puse de pie.

El suelo estaba caliente, pero yo buscaba el frío.

-Draco -dije-. ¿Crees que te elegí solo para escapar de ellos?

-¿No lo hiciste?

-No.

Puse mi mano sobre su corazón.

Thump... thump...

Lento. Poderoso.

-Te elegí porque cuando el mundo ardía, fuiste el único que me miró.

Deslicé mi mano por su cuello, enredando mis dedos en su cabello oscuro.

-Muéstrame. Muéstrame tu verdadero ser.

Draco se estremeció.

Un siseo bajo escapó de él.

Me besó.

Su boca estaba fría, con sabor a menta y peligro.

La chispa no fue solo física; fue un rayo directo al alma.

Me levantó sin esfuerzo.

A medida que la ropa caía, vi parches de escamas iridiscentes a lo largo de sus costillas: una hermosa armadura.

Y cuando se movió sobre mí, me di cuenta de que los rumores sobre la resistencia de las Serpientes eran graves subestimaciones.

-Mía -gruñó, con los ojos completamente rasgados.

-Tuya -jadeé.

No me mordió el cuello como un lobo.

Presionó su frente contra la mía, y sentí su energía -fría, oscura, infinita- verterse en mí.

Una marca espiritual más profunda que los dientes.

Nos movimos juntos, fuego y hielo.

Por primera vez en dos vidas, la fiebre ardiente en mi sangre se asentó en un ritmo perfecto y fresco.

*

Tres meses después.

La convocatoria llegó en un pergamino pesado.

Un banquete de "Celebración de la Vida" en la Manada Luna de Plata.

-No tienes que ir -dijo Draco, trenzando mi cabello.

-Quiero ir -dije, mirando mi reflejo radiante. Había ganado un peso saludable-. Quiero verla.

La Casa de la Manada era un escándalo.

Lobos bebiendo, festejando.

Bella estaba sentada en un trono junto a Jacob.

Estaba enorme.

-¡Clarice! -llamó Bella, con voz chillona.

Se frotó el vientre.

Parecía que llevaba un balón medicinal. Imposible para tres meses.

-Qué amable de tu parte venir. Quería que vieras cómo se ve un verdadero heredero Alfa.

Sonrió con malicia a mi estómago plano.

-¿Todavía nada? -arrulló-. Te lo dije. Las serpientes disparan balas de salva. O tal vez simplemente eres estéril. Como siempre.

Me acerqué, con Draco como una sombra silenciosa a mi lado.

Olfateé el aire.

Los embarazos de lobo huelen a leche, a tierra.

Bella olía a fruta podrida y azufre.

Y por debajo... a químicos.

-Ese es un bebé muy grande, Bella -dije-. ¿Segura que es... saludable?

-¡Claro que lo es! -espetó Bella, con los ojos moviéndose nerviosamente-. Es un niño fuerte. ¡La sangre de Alfa los hace crecer rápido! Tú no lo entenderías.

-El crecimiento rápido generalmente implica inestabilidad -dije-. O mejora externa.

Jacob golpeó su copa contra la mesa.

-¡Cuida tu lengua! ¡Estás celosa de que mi semilla echó raíces y la de tu serpiente no!

Draco dio un paso adelante.

Miró fijamente el estómago de Bella.

-Eso no es un lobo -dijo Draco.

Su voz cortó la habitación como una navaja.

-¿Qué? -chilló Bella.

-Escucho tres latidos -dijo Draco impasible-. Ninguno de ellos suena como un lobo.

Bella se puso blanca, agarrándose el estómago.

-¡Largo! ¡Estás tratando de maldecir a mi bebé!

Vi sus manos temblando.

Sus uñas estaban mordidas hasta la carne.

Ella lo sabía.

Sabía que algo andaba mal, pero estaba demasiado hundida en la mentira para detenerse.

-Nos vamos -dije-. Pero Bella... no digas que no te lo advertí.

Mientras nos alejábamos, sentí un aleteo en mi bajo vientre.

No una patada. Un remolino de energía.

Miré a Draco.

Estaba sonriendo con una sonrisa secreta y cómplice.

-Déjalos tener su circo -susurró-. Nosotros tenemos nuestro propio milagro.

            
            

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