El engaño de su falso amor
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Capítulo 4

Ximena Barba POV:

El aire en la cabina se volvió denso con la presencia de Lázaro, una fuerza silenciosa y poderosa que me envolvía. Su advertencia, lejos de asustarme, encendió una chispa de determinación en mi interior. Cualquier cosa, cualquier dificultad, era mejor que volver a la jaula.

"Lo entiendo", respondí, mi voz firme. "Acepto cualquier condición. Lo que sea, Lázaro. Solo no me entregues de nuevo a esa vida."

Él me miró, sus ojos escrutando los míos, buscando cualquier atisbo de duda. "Estas segura, Ximena. No hay vuelta atrás. Una vez que te quedes, no hay regreso fácil."

"Sí", afirmé, mi mirada inquebrantable. "Estoy segura. Completamente segura."

Una sonrisa lenta y enigmática se extendió por su rostro. No era una sonrisa de alegría, sino una de comprensión, casi de... aprobación. Era una sonrisa que prometía un nuevo comienzo, pero también un camino lleno de desafíos.

El barco continuó su viaje en medio de la tormenta, que lentamente empezaba a amainar. Las horas pasaron, y el cansancio y el shock comenzaron a pasar factura. Mi cuerpo, aún debilitado, empezó a sentir los efectos de la hipotermia. Una fiebre leve se instaló.

Cuando el barco finalmente atracó en un puerto discreto al amanecer, apenas podía mantenerme en pie. Lázaro me alzó en sus brazos, su fuerza me pareció un ancla en medio de la niebla que nublaba mi mente. Su calor, un consuelo inesperado. Me acunó contra su pecho, y por un momento, me sentí completamente segura.

Justo cuando salíamos de la cabina, una voz familiar, chillona y furiosa, rompió la calma del amanecer.

"¡Ximena! ¡Maldita sea, Ximena!"

Mis ojos se abrieron de golpe. Éric. Y con él, mis padres, su rostro endurecido por la rabia.

Lázaro me bajó al suelo, su cuerpo protector interponiéndose entre ellos y yo. La escena parecía sacada de una pesadilla. Éric corrió hacia mí, su rostro una máscara de preocupación forzada.

"Ximena, ¿estás bien? ¡Me tenías tan preocupado, mi amor!", exclamó, intentando tomar mi mano.

Aparté mi mano con brusquedad. "Estoy perfectamente bien, Éric. No te preocupes por mí. Preocúpate por Soraya. ¿Ya la dejaste a salvo?"

Éric se quedó en silencio, su rostro se tiñó de un ligero rubor. Sus ojos evitaron los míos, buscando refugio en el suelo.

Entonces, la figura de Soraya apareció detrás de Éric, su rostro pálido y sus ojos rojos, como si hubiera llorado toda la noche. Me miró con una mezcla de lástima y reproche.

"Ximena, ¿cómo pudiste?", dijo Soraya con voz quebrada, "¡Sabes perfectamente lo mal que tengo el corazón! ¡Casi muero allí, por tu culpa!"

Me quedé helada. ¿Mi culpa? ¿Ella de verdad creía que yo era la responsable de todo? ¿Que yo había provocado el incendio, o que había sido un acto deliberado para ponerla en peligro?

En mi vida pasada, había sentido lástima por Soraya. Había creído su fragilidad, su inocencia. Pero ahora, al ver la calculada manipulación en sus ojos, me di cuenta de la verdad. Ella no era una víctima, sino una estratega.

Una rabia fría se apoderó de mí. No. No volvería a caer en sus juegos.

"¿Mi culpa?", respondí, mi voz gélida. "No recuerdo haber iniciado el incendio, Soraya. Ni haberte arrastrado al resort. Ni haberte obligado a quedarte cuando las llamas rugían."

Soraya retrocedió un paso, sorprendida por mi tono. Su máscara de fragilidad comenzó a resquebrajarse.

"¡Pero qué barbaridad! ¡Cómo puedes culparla a ella, Ximena!", exclamó Éric, defendiéndola como siempre. Su mano se posó en el hombro de Soraya, un gesto de consuelo y protección.

Una risa amarga escapó de mis labios. "¿Defenderla, Éric? ¿En serio? ¿Después de todo lo que ha pasado? Parece que tu lealtad es bastante selectiva."

Éric se quedó en silencio, sus ojos llenos de una mezcla de ira y culpa. Sus puños se apretaron a los costados.

"¿Qué insinuas, Ximena?", preguntó Soraya, su voz ahora teñida de un matiz peligroso. "¿Que yo hice algo malo?"

Mis ojos se entrecerraron. La compasión que una vez sentí por ella se había congelado en hielo.

"Solo digo", respondí, mi voz cortante como un cuchillo, "que la próxima vez que necesites un rescate, tal vez deberías intentar hacerlo por ti misma. Demuestra un poco del carácter que se supone que tienes."

Di un paso hacia ella, y Soraya retrocedió instintivamente. Mi mirada la taladró, revelando la furia que hervía bajo mi calma.

"¿O acaso esperabas que Éric te salvara de nuevo? ¿Y qué pasaría si no estuviera? ¿Llorarías hasta que alguien más viniera a tu rescate? ¿O te quemarías hasta los cimientos?"

Soraya palideció. Su boca se abrió y se cerró, sin palabras. Me había golpeado donde le dolía, en su preciada imagen de víctima.

"¡Basta, Ximena!", gritó Éric, interponiéndose entre nosotras. "¡No tienes derecho a hablarle así!"

Miré a Éric, y la última chispa de afecto que pude haber sentido por él se extinguió. En su lugar, quedó un vacío, una claridad helada. Él nunca cambiaría. Siempre la elegiría a ella. Siempre sería su protector.

"Derecho", murmuré, una carcajada seca escapando de mis labios. "Tú me hablas de derechos. ¿Qué derecho tenías tú de prometerme algo que no podías darme? ¿De jugar con mi vida y mis sentimientos?"

La mirada de Éric parpadeó. La culpa, la verdadera culpa, se reflejó en sus ojos. Pero ya era demasiado tarde. La Ximena que lo había amado, la Ximena que había esperado su regreso, había muerto en el incendio.

Me di la vuelta, apartándome de ellos. No necesitaba su drama, sus acusaciones, sus promesas vacías. Necesitaba aire. Necesitaba libertad.

Mis ojos se encontraron con los de Lázaro, que había observado la escena en silencio. En su mirada, vi una comprensión tácita, un respeto silencioso. Una conexión que no necesitaba palabras.

"Me voy", le dije a Lázaro, mi voz ahora tranquila, pero con una determinación férrea. "No voy a volver con ellos."

Sin esperar respuesta, me subí al auto de Lázaro, que estaba estacionado cerca. Cerré la puerta con un suave "clic" que sonó como un portazo al pasado.

Mientras el coche se alejaba, el dolor de mi muñeca me recordó el forcejeo con Éric. Me había aferrado a mí misma con tanta fuerza que sus dedos habían dejado una marca. Me froté la muñeca, el dolor era punzante.

El silencio en el coche era un bálsamo después de la tormenta de emociones. Miré por la ventana, el puerto se alejaba, y con él, el eco de mi antigua vida.

Mis ojos se posaron en la guantera abierta de Lázaro. Algo brillaba. Un pequeño llavero de plata, con la figura de un arquitecto. Mis ojos se abrieron de par en par. ¡Ese era el llavero que yo había enviado a mi benefactor anónimo en la universidad! Era un regalo de agradecimiento, una forma de decirle que su apoyo significaba el mundo para mí.

"¿Cómo... cómo tienes esto?", pregunté, mi voz apenas un susurro.

Lázaro desvió la mirada de la carretera por un instante, me miró y una sonrisa tensa apareció en sus labios. Se sonrojó ligeramente, un gesto que me pareció extrañamente entrañable en un hombre tan imponente.

"Es... un recuerdo", dijo, su voz un poco más baja de lo habitual.

"Pero... ¿es el que yo envié?", insistí, mi corazón latiendo con fuerza.

Él asintió, su rostro aún teñido de un leve rubor. "Sí, Ximena. Es el tuyo."

De repente, una avalancha de recuerdos me golpeó. Mi soledad en el instituto, mi pasión por la arquitectura, las cartas anónimas con el dinero que me permitieron estudiar. Y la pequeña nota que había enviado con el llavero: "Para mi ángel guardián, que me dio alas para volar."

Era él. Lázaro Vélez. Mi benefactor anónimo. Mi salvador en el lago. Y ahora, mi escape de mi propia familia.

            
            

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