El engaño de su falso amor
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Capítulo 5

Ximena Barba POV:

El llavero de plata, un eco tangible del pasado, giraba entre mis dedos, su peso familiar reconfortándome. Las piezas del rompecabezas de mi vida encajaban de una manera asombrosa, y mi mente viajó de regreso a los años de mi adolescencia.

El instituto había sido un campo de batalla para mí. En casa, mis padres, absortos en sus negocios y su estatus social, me veían como una extensión de su imperio, no como una hija. Sus muestras de afecto eran contratos firmados, sus aprobaciones, balances financieros positivos.

Intenté de todo para llamar su atención. Un día, en mi desesperación, me teñí el pelo de azul brillante. La respuesta de mi madre fue un suspiro exasperado y una cita con el estilista para "arreglar el desastre antes de que afecte la reputación de la familia".

Nunca fui a mi orientación escolar. Mis padres enviaron a su secretaria. Mis cumpleaños eran eventos silenciosos, a menudo olvidados, o recordados con un regalo práctico que no tenía nada que ver con mis deseos. Aprendí a celebrar mis pequeños logros sola, mis dibujos de arquitectura en soledad eran mi único consuelo.

Fue en medio de esa soledad asfixiante que entré en el mundo virtual. En un foro de arquitectura, conocí a un usuario. Su nombre de usuario era "Constructora". Él era mayor que yo, y su conocimiento de la profesión era vasto. Lo que comenzó como un intercambio de ideas sobre diseños y materiales, pronto se convirtió en una amistad profunda. Él era el único que veía mi talento, que creía en mis sueños.

"Tus diseños tienen alma, Ximena", me escribió una vez. "No dejes que nadie te diga lo contrario."

Su apoyo anónimo me dio la fuerza para seguir adelante. Cuando llegó el momento de la universidad, mis padres se negaron a financiar una carrera que consideraban "poco rentable" para sus planes de fusión. Fue entonces cuando "Constructora" apareció de nuevo, ofreciéndome una beca anónima. Con cada transferencia, venía un mensaje: "Sigue tus sueños. El mundo necesita tu visión."

Mi corazón se llenó de gratitud. Decidí enviarle un regalo, una pequeña muestra de mi aprecio. Un llavero de plata con un arquitecto en miniatura grabado. "Para mi ángel guardián, que me dio alas para volar", escribí en la nota.

Él prometió llevarlo siempre, una promesa que ahora, en el coche de Lázaro Vélez, se revelaba como una verdad innegable.

Sentí una punzada de vergüenza por el pasado, pero también una profunda emoción. Lázaro no solo había sido mi salvador en el incendio, sino también en mi adolescencia.

"Lázaro", dije, mi voz apenas un susurro. "¿Eras tú?"

Él asintió, su mirada se encontró con la mía en el espejo retrovisor. Sus ojos brillaban con una emoción que no pude descifrar.

"Siempre", respondió, y en esa palabra, sentí un mundo de significado.

La revelación me dejó sin aliento. Mi protector, mi mentor, mi ángel guardián, siempre había sido él. No un desconocido, sino el hombre que ahora estaba a mi lado, el hombre que me había salvado no una, sino dos veces.

El coche se alejó, dejando atrás el puerto y las figuras de Éric y Soraya, disminuyendo hasta convertirse en puntos en la distancia. Y con cada kilómetro, sentí que me alejaba de la Ximena del pasado, la que había sido un peón en el juego de otros.

Sentí una oleada de esperanza. El futuro, antes incierto, ahora se abría ante mí como un lienzo en blanco. Pero una parte de mí sabía que las sombras del pasado, representadas por mis padres y el compromiso roto, no desaparecerían tan fácilmente. La lucha por mi libertad apenas había comenzado.

            
            

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