-¡Cabina tres, acabó el tiempo! -mi grito se escucha por todo el local, poniendo a todos alerta, asegurándose de que no son la cabina tres y el cliente que debería estar saliendo, aun así me sigue ignorando.
Me levanto con pesadez pero molesta, dispuesta a apagar el computador del cliente que constantemente siempre sale minutos después de que su hora finaliza.
Doy unos cuantos pasos y veo que se mantiene encorvado con la vista en el monitor. Un ruido ensordecedor sale de sus auriculares que relaciono también con su actitud de ignorar todas las anotaciones que le hago.
Levanto mi vista hacia el reloj colgado en la pared.
Me pidió una hora, que es equivalente a sesenta minutos.
¡Va 74 minutos!
Me agacho con una maquiavélica sonrisa y me acerco a la caja alimentadora de enchufes revisando cuál es el que va dirigido al CPU, y cuando localizado está, lo jalo.
El ventilador que se encuentra dentro del CPU da unas cuantas vueltas y termina parando en seco.
-¡Mierda! ¡¿Quién mierda fue?! -exige con rudeza golpeando el teclado.
El moreno tardón, levanta su cabeza viendo de un lado a otro amenazante, mientras que los otros de su costado lo ignoran, de la misma manera en la que lo hace él conmigo. Sí, me ignora, y en todos los sentidos.
Llevo como quinientos veintitrés días enamorada de él. Algo así como un año y medio...
Y no es como si yo estuviera contando los días....
¡Desde que empecé a trabajar en este negocio!
-Yo.
Me pongo de pie y lo enfrento.
-Carajo Belisa, puedes meterte la mano al culo y dejar de joder -su ataque verbal no se hace esperar -toda la vida solo jodes.
Toda la vida.
Recapitulemos, cuando lo conocí no era de ese modo, me pareció un chico de lo más tierno pero que de vez en cuando soltaba unas tremendas groserías que hasta el diablo se sentía ofendido. Eso fue en la primera semana, después con los días demostró ser alegre, muy carismático, su actitud revoltosa me atrapó, añadiendo la sonrisita divertida que tenía.
Con el pasar de los meses se percató de mi enamoramiento hacia él, y lo aprovechó a su beneficio. Aunque a veces dolía cuando mostraba indiferencia hacia mí, yo como toda tonta lo aceptaba, aun lo acepto.
-Tu tiempo acabó hace rato. Avisé -pongo mis ojos en blanco y regreso a mi lugar.
Con esa actitud, ¿quién pensaría que teníamos algo?
Aunque, desde que empezamos nuestra no relación, él se encargaba de venir a primera hora al local a verme, ya que yo entraba a las siete de la mañana y este recién se abría a las ocho y media.
Me engatusaba a besitos que dejaron de ser inocentes con el tiempo, el agarre que antes era a mis dóciles e inexpertas manos pasó a ser a la espalda baja, empezó a explorar muchas partes de mi cuerpo, admitía que me encantaba, sin embargo no lo dejaba ir a más.
Virgen de 17, pero no tan pendeja.
Si enumero las veces que él tiene un trato hostil conmigo, supera los días que me visita desde temprano. Hasta las 8:29 de la mañana es todo tierno, meloso... Y cuando el reloj cambia al dígito 30, ya es otro.
Sufre de bipolaridad o bien otra mierda.
Arrastra sus pertenecías a la maquina siguiente y la enciende.
-Dame una hora más, pero cuéntala desde ahora -manda colocándose los audífonos.
Resoplo mirando el reloj. Le falta 42 minutos para que se dé la hora.
-Va de seguido.
-Entonces me salgo -su retadora mirada intenta intimidarme, pero no lo logra.
«Vamos cariño trabajo es trabajo, por muy colada que esté de ti, prefiero los billetes.»
-Así te quedes o te vas, me pagas lo que consumes -hablo fuerte evitando volver mi vista hacia él-. Cabina cinco, terminó tu tiempo.
Después le pediría perdón.
Observo sin importancia de reojo al chico de la máquina 5. Es la cabina más cerca a la mía, y cada que llega solo pide esa, intenté ofrecerle una distinta cuando aquella está ocupada, pero es inútil, dice que prefiere esperar.
Tratemos de complacer al cliente.
Sus mejillas adquieren un tono rojizo cuando nota que lo estoy viendo, mueve sus manos temblorosas por el mouse y se pone de pie, al intentar avanzar hacia mi consigue quedarse atascado, haciéndome hacer una mueca para evitar reír.
Aún tiene los audífonos al rededor del cuello, lo que le dificulta poder avanzar.
Su vista se posa en el suelo, luciendo tierno y avergonzado al mismo tiempo.
Jamás lo había visto ser tan torpe en pocos segundos. Las otras veces solo se sonrojaba cuando tenía que acercase a cancelar. Es gracioso y muy entretenido.
Una vez desenganchados los audífonos se dirige a pagarme.
-¿Cu-cuanto e-es? -balbucea mirando a los costados, nervioso.
Mi sonrisa se ensancha por su adorable actitud.
-Fueron tres horas -respondo suavemente, cambiando mi tono duro de hace unos minutos.
Mete su mano al bolsillo y saca unas cuantas monedas. Todo eso lo hace sin alzar su vista, cuando se dispone a depositar el dinero en la mesa interpongo mi mano tocando la suya.
Su vista automáticamente sube chocando con mis ojos.
Por primera vez, después de tantos meses en el que concurre al negocio, me tomo el tiempo de observarlo detenidamente.
Sus ojos son de un marrón intenso, tirando para negros que hacen contraste por su piel nívea con manchas sonrosadas, resaltando su cabello castaño oscuro que lo trae corto, tiene pequeños mechones crespos que resbalan por su frente. Labios rosados en forma de corazón que le dan un matiz infantil. Por lo menos me lleva 20 centímetros de altura, su contextura no es ni tan delgada ni gruesa, se mantiene al margen de la delgadez normal.
-Gracias -agradezco retirando mi mano -hasta mañana -añado y le sonrío gentilmente.
-Graci-cias -dice cabizbajo, y rápidamente se marcha.
Veo la hora nuevamente, porque si, así de despistada soy.
Mierda, ya es tarde.
-¡Piojito, ya van a ser las seis, tu mamá vendrá del trabajo! -alzo la voz llamando la atención del niño que está sumido en los juegos de internet.
Retira sus audífonos como puede después de fijarse la hora y apurado saca sus moneditas para tendérmelas.
-Caray Beli, te digo media hora antes, no dos minutos para las seis -se estremece angustiado mientras separa su sencillo -sino me deja cenar, mañana me das mi tercer desayuno -se despide nervioso.
Vaya, si que la cagué.
***
-¡Llegué! -aviso cruzando la puerta de mi casa. Mi madre es la única que me recibe -¿Me extrañaste?
-Trabajas a una cuadra de aquí, para que alguien te extrañe, mínimo desaparece por diez años -y se va dicho esto, con el vaso de chicha a la mano.
-¡A veces olvido que me quieren mucho! -grito cuando la veo entrar a su cuarto. Se escucha su risa en respuesta que me hace sacar una también.
Me suelto la chaqueta y prosigo tirándome a la comodidad del mueble cogiendo el control remoto.
-Ya llegó la vaga -canturrea mi hermana mayor.
-Yi lliguí li vigui -imito sus palabras -payasa, yo al menos tengo trabajo.
Lo siguiente que siento es una manzana en la cabeza.
-¡Tarada! -suelto un chillido sobándome la cabeza -¡me ha dolido! -regaño hastiada.
-¿Qué pasa? -pregunta nuestra madre, viene regresando de su cuarto.
-Tu hija me golpeó -acuso señalando a mi hermana, que está de lo más normal comiendo otra manzana parada en el respaldo del sillón.
-Beli empezó -se justifica.
-¡No es cierto mami!
-Avril, no le lances cosas a tu hermana.
-Ya -responde, sin darle importancia a lo que dice mi madre.
Frunzo el ceño al ver que no le pone un castigo.
-Y ve a lavar tu ropa -culmina, haciéndome poner una sonrisa de victoria cuando obligatoriamente se retira lanzándome una mirada de odio y las pepas de la fruta.
-¡Ociosa! -grito riendo, mientas sacudo las pepas en mi blusa- ¿Qué? -digo a mi madre, quien ahora me ve con el rostro serio.
-¿Ya comiste? -cuestiona.
-No... -respondo dudando, la diversión se esfumó.
-¿Qué esperas?
-Per...
-¡Ahora! -levanta la voz, haciéndome parar en un salto del sillón.
-Ya voy mami -me despido caminando de forma apresurada hacia la cocina. Desde donde estoy se escucha la ruidosa carcajada de mi hermana del segundo piso.
Una hermana mayor que yo, y un hermano menor. Unos padres estrictos pero no odiosos. Mi vida no era la de la típica chica tonta enamorada del imposible, tampoco es como si yo sufriera de baja autoestima siempre...
Bueno, casi siempre. Por lo general cuando estaba rodeada de su presencia... Unas seis horas al día...
¡Hey!, solo en vacaciones.
Ya iba a empezar la universidad, eso quería decir que las horas se reducirían a 3. El gran dilema que me gané por buscar una carrera, había por fin dado frutos.
Fue difícil encontrar una que me convenza, como unos diez test vocacionales mensuales. ¿Cómo rayos se suponía que yo iba aguantar la universidad? ¡Si aprobé la secundaria fue por mi padre! Todo me parecía difícil. Enfermería: ¿curar? no gracias. Medicina: ¿Muertos? paso. Alguna ingeniería: ¿Números? siguiente por favor. ¿Administración? ¿Contabilidad? ¿...? Eh... No, pero gracias por la sugerencia.
Supongo que la psicóloga desperdició minutos sumamente importantes conmigo. Ya qué.
Me terminé de inclinar por Antropología, pues no llevaba matemática pura.
Así que ahora me quedaban dos meses de vacaciones para mi primer año universitario, ansiosa era poco para describir el estado en el que me encontraba, eufórica, y con un síndrome, quizá.
Lo único que me alteraba era la cantidad de cursos que iba a llevar, siete, de los cuales cinco no me sonaban para nada. Matemática básica y comunicación son los que podía rescatar.
***
-Buenos días, muñeca-saluda mí no novio al entrar al negocio. Deposita un beso corto en mis labios.
Coloco el pestillo cuando lo veo dirigirse a las ventanas, asegurándose de que nadie lo haya visto ingresar.
-Buenos...-el días se queda atascado en mi garganta cuando este vuelve a abalanzarse mis labios antes de que termine la oración, pasa sus brazos rodeando mi cadera y me atrae más a él de forma brusca, profundizando el beso.
-Es-espera -corto, poniendo una distancia entre ambos-, primero tengo que limpiar, lo haré rápido -comento, y me dirijo a traer los trapos de limpieza para las maquinas.
Empiezo rápidamente por los monitores, que es con los que se me hace más fácil la tarea.
-Ayer te vi hablando con el chico, este soncito que te para pidiendo esta máquina -dice Nicolás cerca de mi odio.
Una parte de mi da saltitos de emoción porque se haya dado cuenta, así no haya sido con un propósito diferente al de atender correctamente al cliente.
-El de la cabina 5 -asiento -se ve buena gente y no es un soncito -afirmo defendiéndolo.
-¿Tienes algo con él? -Pregunta, de pronto siento como acerca su pelvis a mi cadera, acción que me pone un tanto incomoda. Muevo mi cabeza de lado a otro negando.
»Mira que no me molestaría, aquí nadie ata al otro -sigue, a la vez que reparte besos por mi cuello, haciéndome cerrar fuertemente los ojos-. Ambos somos libres -termina susurrando, dando una suave mordida a mi hombro desnudo.