Tus besos de veneno
img img Tus besos de veneno img Capítulo 4 ¿Para cuándo el novio, Luna
4
Capítulo 7 El futuro padre de mis hijos img
Capítulo 8 Solo amigos img
Capítulo 9 Aunque no sea conmigo img
Capítulo 10 Los sueños se hacen realidad img
Capítulo 11 ¿Así cómo puedo ayudarlo img
Capítulo 12 A ti nadie te quiere como yo te quiero img
Capítulo 13 Amar con un corazón roto img
Capítulo 14 Belleza y miedo img
Capítulo 15 Jazmines en el pelo img
Capítulo 16 Aunque no sea conmigo img
Capítulo 17 Si estoy loca es asunto mío img
Capítulo 18 Bienvenidos a mi infierno img
Capítulo 19 De aquí no sales img
Capítulo 20 Escapar img
Capítulo 21 Hasta nunca img
Capítulo 22 Empezar de cero img
Capítulo 23 Volver a confiar img
Capítulo 24 Roi img
Capítulo 25 Mariposas img
Capítulo 26 Perdiendo los miedos img
Capítulo 27 Nuevos comienzos img
Capítulo 28 Narrado por Roi img
Capítulo 29 Se acabó vivir con miedo img
Capítulo 30 Narrado por Roi img
Capítulo 31 Volver con la frente marchita img
Capítulo 32 Conversaciones incómodas img
Capítulo 33 No puedes solo regresar como si nada hubiera ocurrido img
Capítulo 34 La realidad que me mordió sin avisar img
Capítulo 35 Se marcharía la mosca, pero no para siempre. img
Capítulo 36 Y el monstruo regresó a los sueños img
Capítulo 37 Un adiós img
Capítulo 38 Siempre vuelves al primer amor img
Capítulo 39 Por tu felicidad a costa de la mía img
Capítulo 40 Carcelero img
Capítulo 41 El jodido teléfono y la llamada a Roi img
Capítulo 42 El vestido amarillo img
Capítulo 43 Madrid me duele img
Capítulo 44 El monstruo debe morir img
Capítulo 45 No es un crimen soñar img
Capítulo 46 Duérmete ya img
Capítulo 47 Más amargo que de costumbre img
Capítulo 48 A cuchillo img
Capítulo 49 ¿Cerraduras a mí img
Capítulo 50 Cuando las pesadillas se acaban img
Capítulo 51 Las últimas flores img
Capítulo 52 ¿A que no sabes quién a vuelto img
Capítulo 53 Epílogo img
Capítulo 54 ¿Te has sentido identificada img
img
  /  1
img

Capítulo 4 ¿Para cuándo el novio, Luna

Pasaron los días, luego las semanas, luego los meses e incluso unos cuantos años. Luna y Eva se volvieron completamente inseparables, uña y carne, en donde estaba una tenía que estar la otra, en donde estaba uno de los perfumes tenía que estar el otro. Los problemas de chica nueva habían cesado, y ganaba su propio dinero trabajando en sus ratos libres en la floristería de sus padres.

Amaba las flores, las amaba con toda su alma, amaba cómo los aromas se mezclaban en aquella tienda, cómo aquellos bellísimos y delicados pétalos llenaban de vida una habitación construida a base de cosas muertas. Aprendió taxonomía, aprendió sobre colores, aprendió de botánica, aprendió sobre cuidado de las plantas. Aprendió la diferencia entre pétalos, sépalos, tépalos y brácteas, entre estambres y carpelos, entre flores e inflorescencias, entre corolas y cáliz, entre peciolo y tallo, entre espinas y aguijones. Su madre había comprado varios libros de botánica y los guardaba bajo el mostrador, Luna era la única que activamente los leía y quedaba fascinada por tantas maravillas encontradas en aquellos seres vivos sin funciones motoras.

Conocía el nombre a todas y cada una de las plantas ornamentales que había en la floristería, se sabía a la perfección la disposición y el orden de las flores en cada uno de los arreglos del catálogo. Su hermano se encargaba de las entregas a domicilio, su padre se encargaba de las cuentas y asuntos más importantes, mientras que su madre y ella se encargaban de atender la floristería desde adentro, pero todos trabajaban con un mismo objetivo: sacar la familia adelante. Dejar un legado para los nietos.

A su madre le gustaba bordar en la técnica de punto de cruz, siempre con sus gafas pequeñas suspendidas en la punta de la nariz, con el cordón dorado atado a las patillas y haciendo un arco perfecto por detrás de su cuello. El oftalmólogo le había dicho una y mil veces que la costura le estaba desgastando la vista, pero ella hacía caso omiso a las indicaciones del médico, la tradición venía de generaciones atrás y no iba a acabar con ella. Con la que sí parecía que iba a acabar era con Luna, que se negaba a aprender aquella técnica que poca gracia le veía, especialmente porque desde hace mucho tiempo existían las máquinas de coser, y muchas ya eran automáticas.

—Podrán cortar todas las flores, pero nunca podrán detener la primavera —leyó Luna en voz alta cuando su madre colgó el cuadro bordado en la pared—, ¿lo escribiste tú?

—No, fue Pablo Neruda —respondió ella, intentando ubicar el cuadro en una posición perfectamente horizontal, era la mujer más perfeccionista del mundo en ese tipo de cosas.

—¿Por qué no pusiste la cita?

—¿La qué?

—Debías poner el nombre del autor allí abajo.

—Ah, no es necesario.

—Esas cosas siempre son necesarias, mamá —sonrió y siguió ojeando el libro de botánica, el cual volvió a cerrar en cuanto la campana de la puerta anunciaba la llegada de un nuevo cliente.

A Luna le encantaba deducir la historia de cada uno de sus clientes, y, por consiguiente, el destino de cada uno de los arreglos florales y ramos que ellos compraban. Era fácil distinguir las flores que se usaban en cada ocasión, las rosas eran para los amantes consolidados o para los infieles que pedían perdón; las lobelias y los lirios de agua eran para arreglos familiares, de esos que se dan en cumpleaños y ocasiones especiales; los narcisos, los girasoles y los jazmines eran para regalos amistosos, quizá hasta fraternales. Por otro lado, estaban las flores blancas, tan bonitas, puras e inocentes…, ésas eran las más curiosas de todas, las más interesantes, no sólo por su ausencia de color (que científicamente se trataría en realidad de la expresión de todos los colores juntos), sino por los usos diversos y contrastantes que se les daban. Las flores blancas eran las mismas que arreglaban para los nacimientos, los bautizos, las primeras comuniones, los matrimonios y, especialmente, para los funerales. Celebraban la llegada de una vida y la partida de otra usando el mismo color.

Con el paso del tiempo, todas las amigas y compañeras de Luna habían crecido y madurado, la pubertad les había dado lo que las hormonas predijeron. Luna parecía haberse quedado atrás, como congelada en el tiempo, como si la adolescencia le hubiera dado la espalda o la hubiera puesto en espera por un poco más. Se sentía la menos bonita de todas, a la que ningún chico buscaba para salir, y trataba de evadir al máximo este tipo de situaciones, los nervios se le crispaban de sólo pensarlo. Todas sus amigas conseguían novios, se divertían, terminaban con ellos y luego conseguían a otros. Aquel era un lujo que Luna jamás podría permitirse.

Conocía al chico que acababa de entrar a la floristería, era el novio de Eva, un muchacho de piel bronceada y cuerpo trabajado, alto, cabello negro y ojos marrones. Jugaba en el equipo de fútbol del barrio, todos lo conocían, todas se morían por él. Luna le devolvió el saludo sin preocuparse por la posible aparición de los nervios, él nunca se fijaría en alguien como ella, hasta sabía que era invisible para él.

—Se acerca el cumpleaños de Eva, y no sé bien qué regalarle… Supongo que flores, ¿no?, a…, a todas las mujeres les gustan las flores.

—Tienes que estar seguro, eso no es para todo el mundo — respondió la madre de Luna luego de quedar satisfecha con la posición de su bordado.

—No le hagas caso a mi madre —se excusó ella—, a Eva le gustan las flores. ¿En qué tipo de arreglo estás pensando, Gonzalo? —Ése es el problema, no sé mucho de esas cosas.

Luna ya lo suponía, había una marcada diferencia entre los gustos de los hombres y las mujeres. Ella sabía que las mujeres tenían un gusto más refinado, más delicado, más inteligente; éste era un santuario del buen gusto, y ellas sabían apreciarlo. Los hombres que llegaban a la floristería hacían decisiones apresuradas, atropelladas, poco elaboradas. Elegían algo que se viera bonito, a pesar de que todo se veía bonito. Las flores tenían espíritu, cada color y cada especie emanaba su propia energía, por lo que debían ser dispuestas en arreglos diseñados para potenciar la energía y transmitirla al entorno en el que aquellas flores fueran dispuestas, así se tratase de un jarrón en la mesa del comedor o recostadas contra con la lápida de alguien en el cementerio.

Luna conocía bien a su amiga, sabía bien lo que a ella le gustaba, por lo que el arreglo terminó diciendo más de Luna que del novio de su amiga, pero eso sólo ella podría notarlo. El cliente quedó satisfecho con la elección, programo la fecha y lugar de la entrega y se fue con una enorme sonrisa en el rostro.

—¡A Eva también le gusta el teatro! —gritó Luna antes de que el chico cerrase la puerta.

—Es guapo —dijo la madre aguantándose una pequeña risa sin provocar el contacto visual.

—Es el novio de Eva, mamá —gruñó.

—Sí, yo sé quién es, pero eso no le quita lo guapo.

Luna abrió los ojos con asombro, ¿desde cuándo su madre era tan coqueta?

—Mamá, que podría ser tu hijo, compórtate.

—Es que yo no lo quiero para mí, a mí me sobra y me basta con tu padre. ¡No sabes lo que hay que aguantarle! ¿Sabes que ronca como tractor viejo?

—Papá es el mejor hombre del mundo, solo por eso se le perdona los ronquidos. Pero no me cambies de tema, si no lo quieres para ti al novio de Eva, entonces, ¿para quién?

—No hace falta que recalques tanto que es el novio de tu mejor amiga, yo solo quiero saber una cosa. ¿Tiene hermanos?, ¿por qué no le pides que te presente uno?

—¡Mamá!

—¿Qué? ¿Me vas a decir que tú no lo has pensado?

—¿Por qué estamos hablando de esto?

—Ay, Luna, nunca llevas a nadie a casa, no has traído a un solo chico en la vida. Los tiempos han cambiado, eso no tiene nada de malo, tu padre ya no es tan celoso contigo. Anda, ¿o es que te avergüenzas de nosotros? No me quiero morir sin tener un yerno, y más adelante…, un nieto.

—No digas tonterías, mamá. Nunca me avergonzaría de vosotros, eso jamás, pero lo del yerno olvídate y del nieto, uf, ni lo pienses.

—Entonces, ¿qué sucede?

—No sucede nada, mamá. No os he presentado a nadie porque realmente no salgo con nadie, así de sencillo.

—Luna, ¿no te gustan los hombres? Si es así dímelo, quien dice un yerno dice una nuera, yo me encargo de convencer a tu padre de que ahora es lo que está de moda.

—Sí me gustan, mamá. Ya deja de inventar cosas que no son. Lo que no me gusta que me estés forzando a tomar ese tipo de decisiones.

—Anda ya, pero no es para que te pongas así.

—¿Así cómo?

—Como si te hubiese ofendido.

—No me has ofendido, mamá, pero me has hecho sentir incómoda. Ya quisiera salir yo con alguien como Gonzalo, el novio de Eva. Pero aún no encontré el adecuado… Y a este paso dudo que lo encuentre.

—Sólo fue un comentario, tampoco es para tanto y menos para que te pongas tan pesimista. Si todavía no lo has encontrado no es porque tengas nada malo, es porque eres una chica que no se conforma con cualquier cosa.

—No me importaría tener algo como lo que tenéis papá y tú.

—Ah, eso me alegra. —Una enorme sonrisa cubrió el rostro de su madre. Tantos años de matrimonio y sus padres continuaban enamorados, Luna aspiraba a eso—. Yo también supe esperar y tuve mi recompensa, por más años que pasen sé que no elegiría a otro que no fuese tu padre. Estoy segura que, como yo, sabrás escoger bien con quién compartir tu vida.

Luna sonrió y creyó certeras esas palabras. Ojalá hubiera sabido en ese momento que su instinto no era tan bueno como el de su madre y que, a la hora de escoger, ella tomaría la peor decisión.

            
            

COPYRIGHT(©) 2022