Tus besos de veneno
img img Tus besos de veneno img Capítulo 6 El reencuentro
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Capítulo 7 El futuro padre de mis hijos img
Capítulo 8 Solo amigos img
Capítulo 9 Aunque no sea conmigo img
Capítulo 10 Los sueños se hacen realidad img
Capítulo 11 ¿Así cómo puedo ayudarlo img
Capítulo 12 A ti nadie te quiere como yo te quiero img
Capítulo 13 Amar con un corazón roto img
Capítulo 14 Belleza y miedo img
Capítulo 15 Jazmines en el pelo img
Capítulo 16 Aunque no sea conmigo img
Capítulo 17 Si estoy loca es asunto mío img
Capítulo 18 Bienvenidos a mi infierno img
Capítulo 19 De aquí no sales img
Capítulo 20 Escapar img
Capítulo 21 Hasta nunca img
Capítulo 22 Empezar de cero img
Capítulo 23 Volver a confiar img
Capítulo 24 Roi img
Capítulo 25 Mariposas img
Capítulo 26 Perdiendo los miedos img
Capítulo 27 Nuevos comienzos img
Capítulo 28 Narrado por Roi img
Capítulo 29 Se acabó vivir con miedo img
Capítulo 30 Narrado por Roi img
Capítulo 31 Volver con la frente marchita img
Capítulo 32 Conversaciones incómodas img
Capítulo 33 No puedes solo regresar como si nada hubiera ocurrido img
Capítulo 34 La realidad que me mordió sin avisar img
Capítulo 35 Se marcharía la mosca, pero no para siempre. img
Capítulo 36 Y el monstruo regresó a los sueños img
Capítulo 37 Un adiós img
Capítulo 38 Siempre vuelves al primer amor img
Capítulo 39 Por tu felicidad a costa de la mía img
Capítulo 40 Carcelero img
Capítulo 41 El jodido teléfono y la llamada a Roi img
Capítulo 42 El vestido amarillo img
Capítulo 43 Madrid me duele img
Capítulo 44 El monstruo debe morir img
Capítulo 45 No es un crimen soñar img
Capítulo 46 Duérmete ya img
Capítulo 47 Más amargo que de costumbre img
Capítulo 48 A cuchillo img
Capítulo 49 ¿Cerraduras a mí img
Capítulo 50 Cuando las pesadillas se acaban img
Capítulo 51 Las últimas flores img
Capítulo 52 ¿A que no sabes quién a vuelto img
Capítulo 53 Epílogo img
Capítulo 54 ¿Te has sentido identificada img
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Capítulo 6 El reencuentro

El negocio iba como nunca, ya estaban haciendo planes de abrir nuevos puntos de venta en otras partes del barrio,

¡incluso en otras partes de Madrid! Había una época, cuando el mármol de las estatuas aún no se había ennegrecido, en la que su familia había triunfado en el mundo de las flores. Importaban flores directamente desde Latinoamérica, el norte de África y otros países de Europa, eran conocidos por la calidad del trabajo y las más prestigiosas familias hacían ostentosos encargos para ese tipo de fiestas que celebraban los ricos.

Las cosas habían cambiado en los últimos cincuenta años, quizá por malas decisiones, quizá por malas rachas, quizá por simple mala suerte, el motivo no importaba cuando el resultado seguía siendo el mismo. Habían estado a punto de quebrar varias veces, pero siempre se mantenía la tradición, no importaba qué tan violenta fuese la tormenta. Ahora aquella flor marchita empezaba a tomar un nuevo color.

La vida de Luna Belmonte dio un giro inesperado en una tranquila noche de jueves, en pleno verano, con el calor a punto de derretir las llantas de los coches y doblar farolas como si estuviesen hechas de gelatina. Se había puesto un bonito vestido amarillo que llegaba hasta un poco más arriba de las rodillas, lucía su nuevo corte de cabello hasta los hombros, había usado maquillaje por primera vez. Caminaba sonriente y alegre por las calles de Madrid, con su cartera en una mano y una bolsa de papel celofán en la otra. La bolsa contenía el regalo de cumpleaños de Eva, una colección de libros de romance que la mantendría entretenida cuando Gonzalo o ella decidieran acabar con esa relación que aún sobrevivía, contra todo pronóstico, tras ocho meses.

En el piso de Eva estaban aquellas personas cuya presencia Luna ya había predicho: los padres, un par de tíos, unos cuantos primos y, obviamente, los amigos del instituto. El salón estaba decorado con globos azules y plateados, serpentinas, cañones de confeti y demás parafernalia que nunca podía faltar en un cumpleaños, especialmente en el número diecisiete. Una tarta de tres niveles se alzaba en la mesa como una especie de torre del sabor. A Luna se le había hecho la boca agua, especialmente porque no podría comer ninguna de aquellas delicias que se veían por aquí y por allá, hacía muy poco tiempo le habían diagnosticado un caso hereditario de diabetes y debía ser muy selectiva con las cosas que se llevaba al paladar.

—Llevarás una vida completamente normal —había dicho el médico mientras le entregaba un aparato extraño—, mantén esto cerca, en tu bolso o en tu bolsillo.

—¿Qué es? —había preguntado ella, aún si recibir el aparato que el médico amablemente le ofrecía.

—Es un glucómetro, es más común de lo que crees. Ayudará a monitorear los niveles de glucosa en tu sangre. Pones tu dedo aquí, y…

—¿Eso me pinchará el dedo?

—Es sólo un pinchazo, sana casi al instante y no duele nada.

—Claro que duele, de lo contrario no sangraría.

—Créeme, es mejor esto a estar viniendo todos los días a hacerte exámenes de sangre, ya sabes, con jeringas grandes y toda la cosa. Hazme caso, yo sé por qué te lo digo…

—¡Luna, ya estás aquí! —dijo Eva, arrancándola de su recuerdo. Estaba más bonita que nunca, con el cabello azabache recogido y bellamente arreglado, su vestido impecable recién salido del almacén. Luna pudo jurar que, desde allí, había percibido el olor a tela nueva.

—Perdón por el retraso —se excusó mientras se daban un largo abrazo—, hay un evento grande para el fin de semana y estamos a tope con las flores.

—No pasa nada —recibió la bolsa de papel celofán y la dejó en la mesa junto a los otros regalos, la tomó de la mano y la llevó hasta donde estaba el resto del grupo de amigos. Todos ellos estaban con su respectiva pareja, coqueteando con sutileza ante la mirada vigilante de los adultos, simulando bailar en grupo cuando, en realidad, lo único que deseaban eran restregar las caderas en pareja, quizá incluso contra la pared.

Hubo largas sesiones de juegos de mesa, litros de Coca-Cola sin azúcar y, para los demás, jugosas rebanadas de pizza, chocolates y demás delicias gastronómicas que hacían delirar a las papilas gustativas, y nadie parecía saber lo afortunados que eran. Luna tuvo que conformarse con los pinchos de frutas.

Ya se acercaba el momento de soplar las velas cuando, luego de que el timbre sonara, los padres de Eva compartieron una mirada llena de luz e ilusión, sonrieron y luego miraron a su hija.

—Es él, ya está aquí —dijo la madre antes de presionar el botón junto al interfono, las velas tuvieron que esperar hasta que apareciera el nuevo invitado. La puerta se abrió al cabo de un minuto, y por allí entró una figura masculina muy bien parecida, de barba definida, cabello largo tan oscuro como el carbón, expresión seria y misteriosa, tan misteriosa que invitaba a descubrir los secretos que sus ojos guardaban. Iba bien vestido, bien arreglado, hasta se pudo escuchar el levísimo suspiro que todas las chicas jóvenes dejaron escapar cuando aquel sujeto apareció.

—¡Viniste, hermano! —gritó Eva y corrió a su abrazo.

¿Hermano?, pensó Luna, ¿acaso es…?

—Bienvenido a casa, hijo —dijo el padre y se unió al abrazo en compañía de su esposa. Los cuatro estaban juntos otra vez. ¿Acaso era él?, ¿acaso era posible? El hermano de Eva se había ido de la ciudad nada más acabar bachillerato, se había ido con su nueva novia hacia alguna ciudad del norte y Luna nunca lo había vuelto a ver.

Parecía otra persona, desde luego, y no sólo físicamente, sino que también parecía que había dejado atrás aquella fachada de chico rudo y maleducado, ahora hasta parecía un buen tipo, alguien agradable, alguien que sonreía de verdad. Muy en el fondo, Luna deseó que la visita durase al menos una semana, debía inventarse una excusa para estar visitando a su amiga todos los días y poder evadir el trabajo de la floristería. Algo de él la había encandilado, y no era su mirada seductora, eso hubiera sido demasiado superficial para ella. Al verlo de nuevo todo se aclaró en su mente. B. era el único que siempre le había provocado sensaciones que no sabía cómo controlar.

                         

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