Tus besos de veneno
img img Tus besos de veneno img Capítulo 3 Las primeras flores
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Capítulo 7 El futuro padre de mis hijos img
Capítulo 8 Solo amigos img
Capítulo 9 Aunque no sea conmigo img
Capítulo 10 Los sueños se hacen realidad img
Capítulo 11 ¿Así cómo puedo ayudarlo img
Capítulo 12 A ti nadie te quiere como yo te quiero img
Capítulo 13 Amar con un corazón roto img
Capítulo 14 Belleza y miedo img
Capítulo 15 Jazmines en el pelo img
Capítulo 16 Aunque no sea conmigo img
Capítulo 17 Si estoy loca es asunto mío img
Capítulo 18 Bienvenidos a mi infierno img
Capítulo 19 De aquí no sales img
Capítulo 20 Escapar img
Capítulo 21 Hasta nunca img
Capítulo 22 Empezar de cero img
Capítulo 23 Volver a confiar img
Capítulo 24 Roi img
Capítulo 25 Mariposas img
Capítulo 26 Perdiendo los miedos img
Capítulo 27 Nuevos comienzos img
Capítulo 28 Narrado por Roi img
Capítulo 29 Se acabó vivir con miedo img
Capítulo 30 Narrado por Roi img
Capítulo 31 Volver con la frente marchita img
Capítulo 32 Conversaciones incómodas img
Capítulo 33 No puedes solo regresar como si nada hubiera ocurrido img
Capítulo 34 La realidad que me mordió sin avisar img
Capítulo 35 Se marcharía la mosca, pero no para siempre. img
Capítulo 36 Y el monstruo regresó a los sueños img
Capítulo 37 Un adiós img
Capítulo 38 Siempre vuelves al primer amor img
Capítulo 39 Por tu felicidad a costa de la mía img
Capítulo 40 Carcelero img
Capítulo 41 El jodido teléfono y la llamada a Roi img
Capítulo 42 El vestido amarillo img
Capítulo 43 Madrid me duele img
Capítulo 44 El monstruo debe morir img
Capítulo 45 No es un crimen soñar img
Capítulo 46 Duérmete ya img
Capítulo 47 Más amargo que de costumbre img
Capítulo 48 A cuchillo img
Capítulo 49 ¿Cerraduras a mí img
Capítulo 50 Cuando las pesadillas se acaban img
Capítulo 51 Las últimas flores img
Capítulo 52 ¿A que no sabes quién a vuelto img
Capítulo 53 Epílogo img
Capítulo 54 ¿Te has sentido identificada img
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Capítulo 3 Las primeras flores

Nunca es fácil ser la chica nueva, eso lo descubrió Luna Belmonte cuando ingresó en segundo de la ESO a su nuevo instituto de Madrid Había gritado, llorado y pataleado para que sus padres se apiadaran de ella, de su situación, de su vida. A nadie le gustaba empezar de cero, no así, y eso que apenas fue un cambio de barrio y no uno de ciudad o de país.

Los otros chicos la miraban como un bicho raro, no los juzgaba, ella sabía que no era muy agraciada por aquel entonces. Había estado en el viejo colegio de monjas desde primaria, había crecido con todas sus compañeras, las conocía, las toleraba, tenía muchas amigas, y ahora estaba allí, completamente sola y aislada de los demás. Rodeada de chicos, ¡chicos! Sentía que la veían con odio por los pasillos, que cuchicheaban a sus espaldas, que se reían de ella y su vestimenta recatada. No es que lo creyera, lo sabía, estaba completamente segura, su cabeza se encargaba de recordárselo cada segundo, cada minuto, cada vigilia autoimpuesta.

—Te acostumbrarás, harás nuevos amigos —dijo su padre mientras la llevaba en coche hasta el nuevo instituto, ella miraba aquellas puertas abiertas como si fuesen mandíbulas esperando furiosas a devorarla y engullirla hasta las tinieblas del interior.

—Pero no quiero hacer más amigos, ¡yo ya tengo amigas, papá!

—Luna —se quitó las gafas lentamente y apoyó sus manos en el volante, miró a su hija con sus ojos castaños en una expresión que, aunque dura, seguía siendo paternal—. Esto es lo mejor para todos, será bueno para ti. El antiguo colegio estaba convirtiéndose en un arma política contra muchas ideologías. Quiero que seas libre para decidir tus ideales. Este también es un buen instituto, alegra un poco esa cara tan bonita, eres genial y harás nuevos amigos tan rápido que ni te darás cuenta.

—Papá. No sabes lo que dices, por favor. Esas ideas ya las puedo aprender en Twitter.

—Actitud positiva, Luna. El día más importante es este, el primero.

—No es el primero, las clases empezaron hace un mes. ¿Comprendes lo que eso significa? Seré la nueva, la rarita que se incorpora tarde. Todos se conocen y yo llegaré como la intrusa.

—Es el primero para ti y deja de hacerte ideas de cosas que no han pasado, Luna —sonrió.

—No tiene gracia, papá.

—Mira, mi vida, todo estará bien, ¿de acuerdo?, sólo dime qué es lo peor que podría pasar.

—Que no encaje, y sé que no voy a encajar. Que se rían de mí, que me desprecien, que me traten como la apestada, ¿quieres más? Porque puedo seguir, tengo muchas ideas de lo que puede pasarme.

—Lo estás diciendo sin tener idea, ni siquiera has entrado a clases, ni siquiera has hablado con ellos. Los estás juzgando sin conocerlos, eso es prejuzgar, Luna y yo no te eduqué de esa forma.

—No necesito conocerlos para saberlo, simplemente lo sé. Nunca he tenido amigos chicos. Tampoco es que consiga que las mujeres sean mis amigas con facilidad, papá, lo sé, me conozco.

Y así fue, lo sabía y tenía razón. Se reían cuando hablaba, hacían caras a sus espaldas, se inventaban toda clase de historias que no hacían más que sumergirla en su propia miseria. A veces incluso algún graciosillo le tiraba trocitos de papel humedecido en saliva. La llamaban la monjita muerta. A sus padres no les decía nada, no quería preocuparlos, ya bastantes problemas tenían tratando de sacar adelante la floristería que administraban en la planta baja de su edificio.

A ellos les sonreía, les decía que no era para tanto; así fue como desarrolló esa habilidad de mentirle en la cara a las personas que amaba, lo hacía por el bien de todos, de nada servía contarles la verdad, ellos no podían hacer nada al respecto, no podían cambiar la situación; sólo la empeorarían.

Sus padres no le habían enseñado a pelear, no creían en la violencia como forma de respuesta, eran los seres más pacíficos y nobles que conocía. Su padre era un ejemplo de inmensa calma, y su madre era la expresión más pura de inteligencia y serenidad. Los amaba, tanto como amaba a su hermano Víctor, por más que este fuese insoportable la mayoría de las veces y tendiera a meterse en líos.

No le habían enseñado a pelear, pero sabía aguantarse su propio dolor y mantenerse firme, aunque fuese sólo en apariencia. Las burlas y malos comentarios se prolongaron por aquellos primeros dos meses, hasta que alguien le tendió una mano que aparentaba ser amigable. Por experiencia, lo primero que hizo fue desconfiar de aquella impostora en potencia, pero no tardaría en descubrir que, por lástima o curiosidad, no había segundas intenciones escondiéndose bajo las uñas de esa mano.

Entre palabras tímidas se fue formando algo parecido a una especie de compañerismo muy cercano, o quizá algo parecido a una amistad, pero temía utilizar ese término en voz alta para no crisparle los nervios a nadie. Cualquier cosa podía pasar, si solo por venir de dónde venía era juzgada sin pecado cometido.

De las palabras tímidas vinieron los helados de tardes de domingo, y las pizzas de masa pan del centro comercial en noches de viernes. Fueron tomando fuerza y forma las palabras, con más seguridad, con más gracia, con más empatía. Para cuando empezaron a llegar los secretos, ya podíamos hablar de una confianza que había nacido entre ambas chicas. Luna por fin tenía una amiga.

Eva era notablemente diferente a las demás, eso lo podía notar a leguas. Cuando bajó la guardia y acribilló sus prejuicios, pudo ver a su nueva amiga tal cual era, una persona bondadosa y sonriente, alguien de buenas intenciones. De repente los días ya no eran tan grises, las lluvias no disimulaban ninguna lágrima, las noches no eran para dormir, sino para escribirse mensajes hasta el amanecer. A sus padres se les iluminó la cara cuando les contó que, por fin, traería a una amiga a casa, a alguien «digna de conocer las patatas rellenas de la abuela, que en paz descanse».

Fue Eva quien, después haberse sentido muy bien atendida por la familia de Luna Belmonte, invitaría a su amiga a pasar una noche de chicas en su casa, una despampanante pijamada que haría que todas las otras chicas del instituto se sintieran miserablemente celosas. No tenían mucho dinero, por lo que pronto se desvaneció la idea de fuentes de chocolate, cuatro cajas de pizza, sacos enormes de gominolas, litros y litros de Pepsi, hamburguesas de doble carne y doble queso, y todas aquellas cosas que se habían estado imaginando desde que la idea de la pijamada empezaba a tomar forma en sus mentes y sabor en sus paladares.

No obstante, se las arreglaron para comprar unos Kebabs, algunas latas de Pringles y una botella grande de Fanta de limón, además de dos bolsas de palomitas a las que seguramente les darían un muy buen uso esa noche. Hicieron una lista de películas que debían ver durante aquella velada, era una lista elaborada y muy bien pensada, empezando con las películas juveniles al final de la tarde, luego las de terror a medianoche y, para endulzar ese sabor amargo que los asesinos seriales dejaban en las mentes jóvenes en noches oscuras, verían películas románticas antes de irse a dormir. Dos películas por género, una la elegía Eva y la otra la elegía Luna.

Los padres de su amiga también eran muy amables, aunque parecían un poco más ocupados y estresados que los suyos. De todas formas, era evidente que estaban tratando de dar lo mejor de ellos ante la presencia de la nueva invitada. Cenaron pescado frito, pero una de las sillas seguía desocupada, a pesar de tener su respectivo plato repleto de comida caliente y sabrosa.

—Otra vez lo mismo —gruñó el padre de su amiga por lo bajo, tratando de que Luna no lo escuchara, pero era inevitable.

—Debe estar con…, no sé, con sus amigos —respondió la madre, tomando una servilleta y luego limpiándose los labios con ella—, está en esa edad.

—La cena y el desayuno son eventos de mucho respeto, es un momento para compartir en familia, y más cuando hay invitados.

—Estoy segura de que no será la última vez que veamos a Luna, ¿verdad, cariño?

—Sí, señora —respondió, aunque no estaba completamente segura de lo que debía decir, el padre le parecía algo estricto—, espero poder compartir más tiempo con Eva.

Siguieron comiendo sin volver a tocar el tema, hablaron de otras cosas tan superfluas que ni siquiera merecieron un lugar en los recuerdos de Luna.

—Estaban hablando de mi hermano —dijo Eva cuando ya estaban en la comodidad y privacidad de aquella habitación totalmente forrada en pintura púrpura—. A veces no viene a cenar con nosotros, y mi padre pierde los nervios cuando eso pasa. No le gusta que se salten sus normas, es conservador, todo lo contrario que mi hermano.

—No sabía que tenías hermanos.

—Solo uno, es el mayor, ya está a punto de acabar el bachillerato, pero dudo que quiera ir a la universidad —suspiró mientras buscaba en internet alguna página web de películas gratuitas—, siempre está con su novia de turno, el resto del mundo desaparece para él.

—Supongo que eso nos pasa a todos cuando crecemos.

Iniciaron el maratón de películas con la emoción palpitando en sus corazones, y esos latidos cada vez se hicieron más lentos y perezosos, y de la pereza vino la somnolencia. Ni siquiera había empezado la hora de películas de terror cuando ya ambas dormían a pierna suelta, con pequeños ronquidos que despertaron a la madre de Eva, quien cariñosamente abrigó a las niñas con una manta y se encargó de apagar la luz.

Luna conoció al hermano de Eva a la mañana siguiente, en el desayuno. Al principio parecía alguien demasiado común, un chico que no destacaría en una multitud, al menos no por su apariencia, aunque su mirada era la de alguien que tenía pocos amigos. Era todo un bad boy en su máxima expresión, con el vello facial creciendo de forma irregular en su cara, marcas del acné que acababa de superar y la actitud de chico malo que debía ser propia de un matón de último año. Básicamente todo lo que ella odiaba estaba condensado en una sola persona. Ella lo saludó, pero él se quedó mirándola y luego decidió ignorarla de una forma descarada, a lo que Luna prefirió no decir nada y concentrarse en su desayuno.

—Te acaban de saludar —lo regañó la señora, claramente molesta por la falta de cordialidad de su hijo.

—Sí, sí, hola monjita —respondió aquel muchacho de una forma desinteresada, notándose con claridad el sarcasmo en el que se deslizaban cada una de sus palabras mientras la miraba descaradamente.

—Luna trajo flores ayer, ¿te gustan, hijo?

—Menuda estupidez. —A Luna no le extrañó la reacción, aún no había conocido a ningún muchacho amable.

Luna terminó de desayunar y luego el padre de Eva la llevó hasta su casa, donde sus padres le preguntarían sobre la familia de su nueva mejor amiga, y ella respondería que todos eran muy agradables. Todos incluido el que se convertiría en su peor pesadilla.

            
            

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