Tus besos de veneno
img img Tus besos de veneno img Capítulo 5 Un amor de cuento de hadas
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Capítulo 7 El futuro padre de mis hijos img
Capítulo 8 Solo amigos img
Capítulo 9 Aunque no sea conmigo img
Capítulo 10 Los sueños se hacen realidad img
Capítulo 11 ¿Así cómo puedo ayudarlo img
Capítulo 12 A ti nadie te quiere como yo te quiero img
Capítulo 13 Amar con un corazón roto img
Capítulo 14 Belleza y miedo img
Capítulo 15 Jazmines en el pelo img
Capítulo 16 Aunque no sea conmigo img
Capítulo 17 Si estoy loca es asunto mío img
Capítulo 18 Bienvenidos a mi infierno img
Capítulo 19 De aquí no sales img
Capítulo 20 Escapar img
Capítulo 21 Hasta nunca img
Capítulo 22 Empezar de cero img
Capítulo 23 Volver a confiar img
Capítulo 24 Roi img
Capítulo 25 Mariposas img
Capítulo 26 Perdiendo los miedos img
Capítulo 27 Nuevos comienzos img
Capítulo 28 Narrado por Roi img
Capítulo 29 Se acabó vivir con miedo img
Capítulo 30 Narrado por Roi img
Capítulo 31 Volver con la frente marchita img
Capítulo 32 Conversaciones incómodas img
Capítulo 33 No puedes solo regresar como si nada hubiera ocurrido img
Capítulo 34 La realidad que me mordió sin avisar img
Capítulo 35 Se marcharía la mosca, pero no para siempre. img
Capítulo 36 Y el monstruo regresó a los sueños img
Capítulo 37 Un adiós img
Capítulo 38 Siempre vuelves al primer amor img
Capítulo 39 Por tu felicidad a costa de la mía img
Capítulo 40 Carcelero img
Capítulo 41 El jodido teléfono y la llamada a Roi img
Capítulo 42 El vestido amarillo img
Capítulo 43 Madrid me duele img
Capítulo 44 El monstruo debe morir img
Capítulo 45 No es un crimen soñar img
Capítulo 46 Duérmete ya img
Capítulo 47 Más amargo que de costumbre img
Capítulo 48 A cuchillo img
Capítulo 49 ¿Cerraduras a mí img
Capítulo 50 Cuando las pesadillas se acaban img
Capítulo 51 Las últimas flores img
Capítulo 52 ¿A que no sabes quién a vuelto img
Capítulo 53 Epílogo img
Capítulo 54 ¿Te has sentido identificada img
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Capítulo 5 Un amor de cuento de hadas

Sus padres se habían hecho novios desde muy jóvenes, parecía haber sido eso de amor a primera vista. Víctor también estaba saliendo con alguien, otra chica del barrio, una con cabello rubio rizado y grandes ojos miel que varias veces los había acompañado durante las cenas y almuerzos de domingo. El piso en el que vivían en pleno barrio de Malasaña había adquirido más vida y color con el paso de los años, siempre había flores adornando cada saliente, estante y rincón, los olores dulzones del néctar reemplazaba la necesidad de comprar cualquier tipo de aromatizante.

Cuando no estaba en el instituto —ya cursando último año—, en la floristería o en casa de Eva, Luna Belmonte ocupaba su tiempo en el hogar de ancianos, le gustaba empaparse de la sabiduría de quienes ya habían vivido todo. También comenzó a practicar muay thai, un deporte de contacto que le servía para liberar tensiones. Sentía una gran energía por dentro, y en el fondo sabía que era aquella rabia con el universo por haberla forzado a ser la más rellenita de todas, la menos simpática, que además tampoco era tan inteligente ni talentosa como muchas de sus compañeras. Se sentía aislada, aunque realmente tenía muchos amigos y se había ganado el cariño de sus compañeros, pero de eso no se vivía, de eso no podía vivir. Necesitaba más, necesitaba mucho, mucho, mucho más.

Luna necesitaba un amor de cuento de hadas, de esos que le erizaran la piel y le llenaran la noche de sueños. De besos a escondidas y también en público. De caricias encubiertas frente a la gente y pasión en la oscuridad. Aunque ella de eso último tenía poca idea, de eso y de todo los demás.

No le habían dado ni su primer beso y estaba terminando por pensar que los suyo sería ser monja.

¿Por qué las cosas debían ser diferentes para ella?, ¿por qué seguían viéndola como la niña del colegio religioso que estaba destinada al convento? Quería salir, quería conocer a alguien con quien compartir esos momentos que no se pueden compartir con la familia ni con los amigos. Quería saber qué se sentía besar unos labios de carne, oler la loción en el cuello de alguien durante uno de esos abrazos que parecían no tener fin, quería saber qué se sentía ser querida, ser deseada. Ser tocada por un hombre y poder saber desde su propia piel y sensaciones lo que tantas veces le había explicado su mejor amiga.

Quería, quería, quería. Siempre era eso. Sí, quería muchas cosas, pero en el mundo no se llega a cumplir ni la mitad de las cosas que la gente desea, aunque lo deseen con toda su alma. Y ella, por más que lo callara y dijera que no le hacía falta, anhelaba un amor de esos de película.

Luna Belmonte estaba destinada para muchas cosas, pero ninguna de esas parecía ser el amor. Se convencía a sí misma de que podía ser feliz sin ayuda de nadie, de hecho, por mucho tiempo creyó que lo era. Le dio todo su cariño a su familia.

Sus amigas se enrollaban con los chicos, eran felices por un tiempo y, casi siempre en menos de seis meses, la relación se iba al desagüe. Lo siguiente eran dos o tres semanas de llanto inconsolable, malas calificaciones y, para rematar, un corte de cabello idéntico al de Dora la Exploradora. Luna no tenía que pasar por nada de esto, veía los dramas ajenos con algo de distancia y con la gracia escondida detrás de la empatía.

—¿Para cuándo el novio, Luna?

Otro con lo mismo, se dijo cuando escuchó a Víctor. Ya era un poco cansado que toda su familia aprovechara cualquier oportunidad a solas con ella para intentar sonsacarle información que no tenía.

—Es una pérdida de tiempo, no necesito novios ni los quiero. Eso no es para mí —le dijo a su hermano mientras limpiaban la floristería un sábado por la mañana.

Ni ella sabía lo bien que le vendría en el futuro esa capacidad tan buena que había adquirido para mentir y engañar a todos y a sí misma.

—No es una pérdida de tiempo, Luna, es algo completamente normal, es parte de vivir. Y si quieres estar sola también es una elección admirable.

—Pues no está dentro de mis planes estar sola; pero si es lo que la vida ha preparado para mí lo aceptaré.

Víctor sonrió, dejó de barrer y la miró a los ojos. Compartían la misma mirada de color esmeralda heredada de sus abuelos paternos.

—¿Cómo puedes estar tan segura?, aún eres una niña.

—No soy una niña, Víctor —le sacó la lengua y siguió sacudiendo el polvo los estantes—. El año que viene iré a la universidad. Seguramente me independice, adopte tres gatos y no volváis a saber de mí.

Sería la loca de los gatos, ¿y qué? ¡¿Qué le importaba a la gente lo que ella hiciera con su vida?!

—Te falta mucho para ser adulta, ni siquiera yo lo soy... y estoy cerca de los veinte.

—Tú eres un chaval y estás condenado a serlo por toda la eternidad.

—Pero ¿qué dices? Ya hasta tengo barba y todo.

Luna se carcajeó.

—Esa pelusa facial está lejos de ser una barba, admítelo.

—Pues a mí me funciona, ya tengo novia, tal vez debas dejarte bigote para conseguir una pareja para ti.

—¡Oye! No necesito bigote ni novio, además, no presumas tanto. Para mí que le has hecho brujería a la pobre Valentina. Yo no me explico que te ha visto.

—No, no, no, nada de pobre, ella está más que contenta de estar con un galanazo como yo. Con barba o sin barba. El que es guapo, lo es de todas formas.

—Allá tú, ciega debe estar la pobrecita.

—Hazme caso, hermanita. Has dicho que no está en tus planes estar sola.

¿Por qué tenía que cambiar de tema? Tan bien que ella le había dado la vuelta a la conversación para no regresar a lo del novio.

—¿Qué?, ¿ahora debo encontrar a un galanazo con pelusa en la cara?

—Puedes ir paso a paso, buscarte un amigo.

—No es tan fácil.

—No lo sabrás si nunca lo intentas. No tienes que pedirle matrimonio en la primera cita.

—A eso me refiero, no es fácil intentarlo. ¿Y si me enamoro y me rechaza?

Bueno, ya estaba hecho. Lo había admitido, ese era uno de sus grandes miedos, sufrir por amor. Porque Luna no se veía superando una ruptura haciéndose un corte de cabello. Ella era de enamorarse y de amar para toda la vida. No se veía capaz de soportar un corazón roto hasta que los achaques de la vejez le hicieran olvidar los males del corazón.

—¿Cómo sabes qué pasará? Quien no se arriesga no gana, a que nos hagan daño estamos expuestos todos, pero también a ser felices.

—Porque…, no sé, porque eso no es para la gente como yo.

—¿La gente como tú?

—A ver, Víctor, no nos digamos mentiras, hace falta estar delgada y ser guapa para tener un novio que te trate bien. Yo no soy ni lo uno ni lo otro.

—¡Pero si tú eres preciosa! ¿Quién te ha metido en la cabeza semejante estupidez?

—Ya, eso lo dices porque eres mi hermano.

—Creo que el problema es más de autoestima que de apariencia. Tienes unos kilos de más ¿y qué?, ¿te hace peor novia o amante? Sí, seré tu hermano, pero tengo ojos en la cara y sé reconocer a una mujer bonita y mi hermana es la más bonita de todas.

—De autoestima o de apariencia, da lo mismo, no pasará, y punto. Deja el tema o practicaré muay thai contigo.

Ante cualquier halago Luna se ponía a la defensiva. Le era más fácil creer lo malo a lo bueno. Y no amarse a uno mismo es una arma de doble filo, porque le da el poder a los demás para tratarte como ellos quieran.

—¿Quieres casarte y tener hijos? Sé que sí.

—Hay más de siete mil millones de bocas en el planeta, y yo me sacrifico a favor de la extinción si es necesario.

—Manolo se casó hace un mes, ¿ya lo olvidaste? —Manolo era el eterno tío soltero que se emborrachaba en todas las reuniones familiares.

—Manolo es Manolo, me refiero a la gente real.

—¿Como tú y como yo?

—Más bien como yo, tú eres la versión horrenda del tío Manolo.

—¡Oye! Tú sabes que, aparte de galanazo, también soy un ser humano con sentimientos.

—Qué va, tienes un segundo hígado en lugar de un corazón —Volvió a sacarle la lengua y su hermano le enseñó el dedo del medio, luego ambos estallaron en sonoras carcajadas.

Sí, el amor no era para Luna, por más que lo deseara con todas sus fuerzas. Porque lo deseaba y sus deseos se harían realidad… pero no como ella soñó.

            
            

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