Él estalla en una carcajada libre, y sin querer, una sonrisa se asoma en mi rostro.
-Vamos a comer algo, ya son las dos -expone, mirando el reloj del auto-. Te tengo que felicitar; antes de la una de la tarde saliste de la escuela.
Ignoro su comentario y contemplo el paisaje verde tan característico de la nación central.
-¿Todavía estás molesta porque no te he dicho cómo sé lo que hiciste? -insiste. No le contesto, aunque es verdad: se me había olvidado por el hambre.
-O es porque tienes hambre -añade, como si pudiera leer mi mente.
-O tal vez ambas -murmuro con sinceridad-. Pero me dices lo que sabes cuando comamos.
Lo observo de pies a cabeza.
-Aunque... los vampiros no deben comer, ¿no?
Se tensa al escuchar eso. El silencio se apodera del ambiente. Mientras conduce, lo analizo mejor. Su cabello ondulado color miel cae sobre su frente, sus brazos fuertes dominan el volante, y sus ojos... no son para nada comunes.
El auto se detiene, y aparto la vista. Hemos llegado a un restaurante clásico, con techo de tejas, ventanas que se abren hacia afuera y paredes de piedra. La gran rueda revela que funciona con energía hidráulica.
-Sabes, no tienes que seguir el cliché de los libros o películas de vampiros -comento, admirando lo hermoso del lugar.
-Qué pena -responde con ironía-. Entonces vamos a un bar en la ciudad donde todos puedan escuchar cada cosa que te voy a decir -dice, abriendo su puerta.
-Pero yo quiero pizza o burritos -me quejo como una niña.
-Iris, no pienso gastar gasolina en otro sitio. Aquí hacen unas pastas y pescados excelentes -replica, agachándose para asomarse dentro del auto.
-¡Quiero pizza! -exclamo-. Y galleta con chispas de chocolate con helado. Apuesto que no venden eso aquí. Este sitio es demasiado fino.
Se queja, frotándose los ojos con desesperación. Tras unos segundos, me mira. Le hago ojitos de perrito. Niega incrédulo, rinde su batalla interna y vuelve a encender el carro. Victoria para mí.
-Gané, este... -me detengo, dándome cuenta de que no sé su nombre.
-Jafet -se presenta, extendiéndome la mano con una sonrisa encantadora.
Miro su mano pálida, luego a él. Subirme a un auto con un vampiro desconocido... claramente he perdido el juicio.
-Mucho gusto, Jafet. Me llamo Iris -respondo, solucionando mi dilema interno.
Al tocar su mano, una calidez extraña me recorre la piel. No está helada como se supone que sea la de los vampiros, sino cálida y suave. Siento una energía poderosa, especialmente en sus ojos. Al notar mi expresión, él desvía la mirada.
-Bueno, ¿quieres pizza? -pregunta, sacándome de mis pensamientos. Asiento, y él hace lo mismo.
-¿Cómo conduces? -pregunto, rompiendo el silencio.
-¿En serio eres la mejor de tu clase? -responde con burla-. Claro que tengo licencia.
Lo miro sorprendida. A los 16 ya se puede tener licencia, aunque sea de aprendiz. Reflexiono sobre su respuesta y surge otra duda.
-¿Tienes más de 500 años? -susurro, esperando no ofenderlo. Él solo se ríe.
-Iris, tengo 17 años.
-Es pecado mentir -le advierto, formando una cruz con mis manos. Él se ríe más-. ¿Solo sabes reír? ¿Cómo vas a tener 17 años?
-Te lo digo cuando lleguemos al restaurante, ¿sí? -propone. Refunfuño.
-Más te vale.
-¿Y si vamos a uno con arcades? -propongo. Él asiente y me pide direcciones.
Llegamos a un restaurante de pizza con máquinas de juegos de los años 80. Mis favoritas. También hay una bolera abandonada.
-No entiendo qué le ves a este sitio -comenta Jafet, observando las máquinas.
Me acerco a una.
-"Centipede", nunca he jugado este. Dicen que se juega por turnos... ¿cómo se dice eso?
-Juego alternado, niña -responde el dueño, cargando piezas.
-Eso, juego alternado -repito, chasqueando los dedos.
-Quiero jugarlo -dice Jafet, tocando todos los botones.
-¡Oye, tranquilo! Podrías romperlo -le aparto las manos-. Estas máquinas son reliquias.
-¿Cómo funciona? -pregunta, con curiosidad.
Sonrío por su interés, pero mi estómago vuelve a rugir. Jafet me mira con una ceja arqueada.
-Primero comemos, luego hablas, y después jugamos -digo-. ¿Pizza de pimiento, jalapeño y pepperoni te suena bien? -Asiente con una sonrisa cálida.
Nos sentamos y pedimos. Lo observo, esperando que empiece a hablar, pero sigue admirando el lugar.
-¿De verdad, antes de la guerra, la gente jugaba en estas cosas? -pregunta.
-Sí... -susurro, tomando un cuchillo-. Oye. -Él gira y lo apunto juguetonamente-. Habla o te saco la verdad a la fuerza.
-Está bien -responde, bajando mi mano. Tose y me mira-. Vi todo gracias a mis ojos.
-No me digas -replico con sarcasmo.
-Están más desarrollados que los de otros vampiros. Es mi habilidad.
-¿Entonces viste...? -pregunto, emocionada.
-Todo, desde que hiciste trizas mi camisa -responde. Lo miro con alarma.
-Tengo que admitir que eres impresionante -añade, y sonríe.
Lleva un dedo a los labios, pidiendo silencio, y luego señala sus ojos.
-Ambos ocultaremos nuestro secreto.
Lo observo, intrigada. ¿Somos iguales? Me centro en sus ojos, que se dilatan apenas. Sí, tienen energía, pero distinta a la mía. Su iris ámbar parece contener una chispa eterna, cálida... pero capaz de encender una tormenta.
-Aquí están sus palitos con queso -interrumpe la mesera, desconectándonos.
-Gracias -decimos ambos.
-¿Sabes que Max será el próximo alfa del norte? -pregunta Jafet. Niego.
-Creo que su título está en la cuerda floja. Al igual que Killa. No detectar una camisa de vampiro en su propia escuela...
Hago una mueca. Ya no me preocupa ese mundo. Estoy fuera de él.
-A menos que encuentren a la verdadera culpable -añade, mirándome con seriedad-. Ya hablar con un vampiro es un problema. Imagínate hacer una broma con una camisa...
-No te entiendo -digo.
-¿Creías que te estaba amenazando?
-Sí.
-Nunca lo haría. Somos cómplices. Promesa de vampiro -dice, cruzando su pecho.
-Gracias... -susurro, comiendo los palitos de queso.
Observo cómo come con normalidad.
-No tienes que comer si no puedes.
-Tengo hambre. Debo comer -responde. Me mira con ternura-. Soy un híbrido. Por eso tengo 17 años y también puedo comer como los humanos. Mi padre es vampiro y mi madre humana.
-Entonces tu madre ahora es vampira.
-No -responde, dejándome boquiabierta.
Se ríe, se acerca y cierra mi boca con suavidad.
-Soy el menor de sus hijos -dice, su aliento fresco rozando mi rostro.
-¡¿Qué?! -exclamo, cayendo del asiento-. Ay, ay, ay.
Jafet se ríe, me ayuda a levantarme junto a la mesera. Se sienta, aguantando la risa.
-Te dije que era mejor contártelo en privado -murmura, mirando alrededor.
-¿Tu madre sigue viva? -pregunto. Asiente.
-¿Cuántos hermanos tienes?
Levanta la mano. Le doy una palmada pensando que quiere chocar los cinco, pero estalla en risa.
-Tonta, conmigo somos cinco -dice, riendo.
-Cinco hijos medio vampiros... -repito, tomando soda.
-Y tuvo gemelos -susurra al oído. Escupo la soda.
Se ríe otra vez, deja el postre y se acerca a la máquina. Me pellizco para procesar todo.
Lo observo insertar monedas en la máquina. El dueño le ha dado permiso.
Como mi postre y me acerco. Pasamos horas intentando romper el récord.
-Ya me duelen los dedos... -se queja, presionando botones-. ¡Rayos!
-Vámonos antes de que rompas la máquina -digo.
Me toma de la mano y me jala. Me detengo a terminar mi soda. Él ruge bajito.
-Gracias por su contribución -dicen los empleados. Jafet ha gastado bastante.
-Claro, me encanta este lugar -respondo alegremente.
-Como no eres tú quien pagó todo -murmura, jalándome. Me río.
Tengo que admitirlo: el mundo se esfumó estando con este mitad vampiro. Hacía años que no me reía así. Todo lo que pasó hoy hizo desaparecer los recuerdos que me atormentaban. Puedo ser yo misma con él.
Aprieto su mano, agradecida.