Solamente conocía su rostro. Cuando el cura nos unió como matrimonio, lloré. Porque mi sueño de amar a alguien con todas mis fuerzas, se esfumó en ese mismo instante. La noche de bodas pasó. Sus besos y caricias, lograron estremecerme y perder la virginidad con él.
Cinco años después...
No volví a ver a mi esposo. Era lo mejor. Habíamos acordado no vernos, incluso a él no le interesaba nada que ocurriera con mi vida. Incluyendo mis cuatro hijas. Suspiré, cuando aquella mañana, mi paz se detuvo.
Un golpeteo fuerte, me sacó de mis propios pensamientos.
-¡Señor no puede entrar así! –exclamó y al parecer el intruso no hizo caso porque accedió de todas maneras. Corrí, para tomar un arma y lo apunté con confianza a su cabeza.
-¿Quién anda ahí? ¡Largo! –exclamé y él hizo una mueca.
-Soy tu esposo –comentó y lo observé aturdida.
-¿Qué haces aquí? –quise saber y él rodó los ojos acercándose a mí.
-Debemos hablar –ordenó y entró a la casa con una confiana que jamás le dí. Cargué mi escopeta y lo apunté, se detuvo. -¿Qué?
-No entres a mi casa como si nada, como si tuvieras algún jodido derecho –espeté y él se rió.
-Hablemos esposa mía, esto... te interesará.
Pronto debí seguirlo, y aunque no tenía ningún tipo de entusiasmo en hacerlo. No sentamos en el patio del jardín, observé a mis hijas mirando por la ventanilla del lado sur.
-No creo que hayas venido a ver a tus hijas, la vida de libertino te sienta de maravilla.
-Claro que no esposa mía. Mi abuelo, quiere comprobar si en verdad somos un matrimonio o...
-¿O qué? –quise saber con una ceja levantada.
-Le dejará toda, absolutamente toda la herencia a su sobrino nieto.
-Mierda –comenté alterada. No, no podía primero obligarme desde mi nacimiento a un matrimonio concertado y luego, amenazarnos así -¡No puede ser así de injusto!
-Estoy enfermo –comentó de repente el hombre y lo observé perpleja –en unos días estará lista mi silla de ruedas, yo... no estaré mucho aquí. No tendrás que soportarme tanto.
-¿Es contagioso? –quise saber por el bien de las niñas.
-No. No lo es... es un cáncer en los huesos –explicó y yo asentí.
-Bien. Si es por el bien de nuestras hijas, mudate aquí. Pero –comenté y lo apunté con la escopeta –tengo reglas.
-La escucho señora –comentó burlón y rodé los ojos.
-En primer lugar no puedes traer tus mujeres aquí –demandé y él me observó de brazos cruzados con una sonrisa divertida. Sus musculos se contraían y mis ojos se desviaron, mierda.
-¿Y?
-En... en segundo lugar –comenté y él me observó aburrido, mientras se inclinaba adelante. Lo admito, durante años estuve "enamorada" de este sujeto. Hasta que conocí su verdadera naturaleza. EL es un desgraciado.
-Vamos... déjame traer alguna hermosa mujer solamente la co...
-¡Basta! –exclamé mirándolo mal. Emitió una sonrisa y me derretí.
"¡Concéntrate Lina!", pensé y suspiré "Solamente tiene lindos musculos"
-¿Quién? –quiso saber y ella dio un respingo –Espera... ¿estás baboseándote por mí? –preguntó y estalló en carcajadas.
-No. ¡Claro que no! Sabes que... te detesto y me produces asco –confesé y él sonrió.
-Lo dudo –murmuró y al levantarse, sus ojos se cruzaron con los míos, antes de sostenerme con fuerza entre sus brazos.
-¡Suéltame! –exclamé y él negó divertido, levantó mi barbilla y pasó con suavidad sus pulgares sobre mis labios.
-Que boca tentadora, me gustaría sentirla con mi pe...
-¡Mateo! –chillé y le pisé el pie, me soltó al instante. Mis ojos centellaron furia, porque para ser sincera no quería su presencia, la cual producía estragos en mi mente.
-¡Auch! –exclamó y se alejó de mi vista. Suspiré de alivio, no necesitaba que me confundiera más de lo necesario.
Cuando llegó a la noche, en este día observé con nostalgia las maletas de Mateo. Estaba molesta, no quería tenerlo cerca. Sin embargo, las ganas de llorar me daba una horrible nostalgia.
Cuando ingresó, lo hizo envuelto en un traje costozo. Sus ojos se encontraron con los míos.
-¿Qué has cocinado? –preguntó y lo fulminé con la mirada –vale no preguntaré.
Me giré sintiéndome conternada, pero cuando estaba atravesando el pasillo una mano me detuvo. Mateo, estaba pegado a mí y yo, a la pared. Pude sentir su respiración en contra de mi rostro y su sonrisa me encandiló.
-¡Largo! –exclamé y él se rió -¡Sueltame! –chillé pero me hizo caso omiso.
-No sabía que estuvieras tan buena esposa mía, digo después de cuatro hijas –anunció burlon y lo empujé –quiero cogerte, siente –demandó y tomó mi mano. Sentí su enorme miembro hinchado debajo de mi mano, la aparté.
-¡Idiota! ¡No te atrevas a...!
-¿O qué? –quiso saber y rodé los ojos para alejarme -¡Tienes un culo espectacular esposa mía!