La sorpresa y la vergüenza se disolvieron lentamente en la pasión, mientras observaba y mis dedos masajeaban mi punto sensible sin poder contenerme.
Mateo se dio cuenta de mi presencia y guiñó un ojo.
"Ay mierda", pensé sintiéndome avergonzada. Pero no pude retirarme y dejar de mirar.
Sus manos se deslizaron por su cuerpo desnudo con una lascivia tanto más voluptuosa, ¿será por qué yo lo veía?
Dejé caer la mano de mis ojos y quede maravillada ante la escena . Mi traicionero corazón latía a mil y mis labios se le hicieron tan húmedos como el sudor que corría por mi cuerpo. Mateo me guiñó otra vez el ojo y sonó perversamente antes de gritar algo con una voz ronca.
- ¿Quieres ayudarme? -dijo.
No podía dudar. Comencé a desabrochar la ropa con una torpeza frenética. Mateo río con deleite. Noté mi cuerpo rozar contra el frío piso de madera, mientras mi mano derecha se dirigía a mi sexo. Un estremecimiento y jadeo resonó por mis propias caricias.
-¡Oh, Dios mío!
Mateo se arrodillo en el suelo del baño y se acercó, sus manos recorrieron mi cuerpo como un caracol que baja por una columna. Sentí mi respiración cada vez más rápida a medida que él se desplazaba por la piel.
"Basta Lina... no debes caer...", pensé pero era tarde quería sentir el placer.
Mateo se acercó a mis labios y empezó a besarme suavemente. Sus manos se deslizaron hasta mi regazo y empezaron a jugar con mi clítoris mientras los besos se volvían más intensos y salvajes. Dejé escapar un gemido y él presionó suavemente mi sexo con los dedos.
-¡Ay, Dios! -grité llenando la estancia con el sonido tembloroso de mi voz.
Mateo se agachó y separó mis piernas. Con sus labios apretados, dejó caer su lengua sobre mis labios abiertos, haciéndome temblar. Grité y clavé las uñas en su espalda, con los dedos ahora fuertemente apretados y agarrados. Mateo se movía en mi sexo, chupando y lamiendo, retorciéndose y gimiendo.
"¿Esto es el cielo? Mierda", pensé intentando quitarme, pero mi cuerpo estaba encantado con las caricias del idiota.
Los ojos de Lina se abrieron y respiró profundo, lanzando un gruñido mientras le apartaba la cabeza de Mateo.
-¡Basta! -dijo con voz queda pero firme, mi respiración jadeante-. ¡Quiero sentir tu pene ahora mismo!
Mateo se levantó y me lanzó una mirada de confusión.
-¿Qué pasa?
Retorcí mis uñas con una sonrisa de victoria, poniéndome de rodillas y mirando a Mateo directo a los ojos.
-Ésta es la realidad: soy una mujer con poder -dije lentamente-. Tú no eres más que un juguete para mí y nunca podrás ser más que eso.
Los ojos de Mateo se llenaron de ira, pero Lina no se amilanó.
-No te encariñes demasiado, guapito -dije con una mirada fría y calculadora-. Eso no llevará a ninguna parte.
Mateo la miró fijamente unos instantes, luego avanzando con la cabeza y le guiñó un ojo.
"Empecemos a jugar Mateo", pensé con una sonrisa. Quizas... me había pasado un poco. Pero él, no debe ver lo temblorosa que me dejó y que ahora, necesito urgentemente liberarme.
Mateo caminó lentamente hasta mí y me acorraló contra la pared. El calor de su cuerpo se hizo casi palpable, y la intensidad de su mirada era casi demasiada para soportar.
-¿Estás seguro de que estás preparado para lo que voy a hacerte? -preguntó en voz baja.
- ¿Qué podrías hacerme tú? –pregunté con una risita.
Mateo movió sus manos hacia mi cintura, arrancando mis bragas con una mirada feroz.
-Sólo dime lo que quieres.
-Quiero verte perder el control -dije con confianza.
La sonrisa de Mateo se convirtió en una amplia sonrisa, su mirada quedó fija en mis ojos y movió su mano baja para tocar mi clítoris. Lina dejó escapar un gemido.
-Todo lo que quieres -dijo Mateo. Su respiración se volvió jadeante y su mano comenzó a moverse con más fuerza.
- ¿Así lo quieres? -preguntó él.
-¡Si! -exclamé, apoyando la espalda contra la pared. Mateo volvió su cabeza, atrapó mi boca me besó con intensidad. Me presioné contra él, mis dedos se deslizaron hacia la zona baja de sus pantalones y agarré su miembro. Él gruñó con placer.
-¡Ay, Dios, Lina! ¡Sí, sí!
Lo miré con una sonrisa cruel y dulce y, lentamente, solté su miembro.
-Lo siento, Mateo, pero me diste demasiado miedo -dije-. No puedo permitir que un simple juguete se escape de mis manos.
Mateo se quedó boquiabierto mientras yo me levantaba y abotonaba la camisa.
-¿Y ahora qué? -preguntó él.
Me alejé de Mateo, volviendo la espalda, diciendo:
-Ya has perdido tu oportunidad. No te atrevas a enamorarte de mí.
Me acerqué a la puerta del baño y giré para lanzarle una mirada perversa antes de salir y cerrar la puerta con firmeza.