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La subasta estaba en su apogeo, y Liliana se encontraba rodeada de lujo, de personas que pujaban por objetos invaluables, mientras su mente vagaba en un mar de preguntas. ¿Cómo había aceptado ir a este evento? ¿Cómo se había dejado convencer por sus padres después de tantos años fuera de California? No podía entender por qué había dicho que sí, pero allí estaba, en medio de la sala, con una sonrisa forzada y un aire de desinterés que no lograba ocultar su incomodidad.
El motivo de su regreso a California no había sido otro que el deseo de estar con Valeria. Sabía que su amiga estaba atravesando un momento difícil con la salud de su madre, y a pesar de todo lo que ella misma había dejado atrás al alejarse de su familia, no podía evitar querer estar a su lado. Pero, de alguna forma, sus padres lograron que ella aceptara asistir a esta subasta, una subasta que ni siquiera entendía. No era solo su padre quien insistió, sino también su madre, quienes habían tenido la audaz idea de que este evento sería "bueno" para ella. Sin embargo, todo lo que sentía era que sus padres seguían dictando su vida, aún después de tanto tiempo sin tener contacto real con ella.
Mientras observaba el vaivén de las pujas, Liliana sintió cómo la presión aumentaba. Ella no estaba allí por gusto. Estaba allí porque sus padres se lo habían pedido, porque aún tenían ese control sobre ella, incluso sin ser los padres presentes en su vida. La desilusión crecía en su pecho mientras pensaba en lo que había significado su tiempo lejos de ellos. Había estado en Europa, siguiendo su sueño de ser actriz, sin recibir una sola llamada ni un gesto de apoyo por parte de su familia. Entonces, ¿cómo había aceptado regresar y someterse a su voluntad otra vez?
Se forzó a sonreír y mirar a su alrededor, pero algo en la sala llamó su atención. Entre la multitud de asistentes, hubo un momento en que su mirada se cruzó con la de un hombre. James. A primera vista, no entendió por qué su corazón latió más rápido, pero algo en su presencia la hizo sentir inquieta. Por un segundo, los ruidos de la subasta parecieron desvanecerse, y el mundo se redujo a esos ojos que la observaban fijamente.
Pero, al igual que un destello fugaz, el momento pasó. Se obligó a dejar de pensar en él, aunque la sensación no la abandonó. Sin embargo, mientras trataba de recuperar su compostura, algo más pasó. De repente, recordó. Unos días antes, cuando había ido de compras con Valeria, había encontrado a este mismo hombre en la tienda. La conexión no era solo una coincidencia, sino que se había producido por la simple mirada que habían intercambiado. No era solo un hombre más en la multitud. Era alguien que había marcado una diferencia en su vida en tan solo unos segundos.
Mientras la subasta continuaba, Liliana no podía dejar de pensar en él. ¿Qué significaba ese encuentro? ¿Qué estaba pasando dentro de ella? Pero, en ese momento, se obligó a concentrarse. No podía distraerse con esas preguntas. Todavía no había llegado el momento de enfrentarse a sus sentimientos, ni de comprender lo que ese breve encuentro había despertado en ella.
La subasta finalmente llegó a su fin, y la sala comenzó a vaciarse. Valeria se acercó a Liliana, con una sonrisa que no podía esconder.
-¿Lista para ir a la discoteca? -preguntó, animada.
Liliana asintió, aunque en su mente, las preguntas seguían rondando. ¿Por qué aceptó venir? ¿Por qué sus padres insistieron tanto? Pero la idea de desconectar, aunque fuera solo por una noche, le parecía un pequeño consuelo. Necesitaba respirar aire fresco, hacer algo por ella misma. Y si ir a la discoteca significaba liberarse, aunque fuera momentáneamente, no iba a dudar en hacerlo.
La discoteca estaba llena de luces de neón y música que retumbaba en cada rincón, pero Liliana no podía dejar de pensar en la subasta, en cómo su vida parecía estar fuera de su control, en cómo sus padres la habían manipulado, aún sin estar presentes. Pero al entrar en el VIP de la discoteca, fue como si todo lo que había estado sintiendo se desvaneciera por un momento. La energía de la noche, las personas bailando y el sonido de la música crearon una sensación de libertad que la hacía sentirse un poco más ligera.
Pero cuando entró en el área VIP, lo vio nuevamente. James. Allí estaba, observando a su alrededor con una tranquilidad casi intimidante, mientras las luces de la discoteca iluminaban su rostro. Liliana se detuvo en seco, y el instante se alargó por un par de segundos que parecieron eternos. No lo había esperado, pero el destino, como un juego curioso, había decidido reunirse con ellos otra vez.
Sus ojos se encontraron, y por un momento, todo a su alrededor desapareció. La música, las risas, los murmullos... nada existía más que él y ella.
James la miró con esa calma que la inquietaba. Por un instante, Liliana sintió que él sabía algo que ella misma aún no entendía. Su presencia era tan magnética como en la subasta, y por alguna razón, no podía dejar de mirarlo.
-Parece que nos encontramos de nuevo -comentó James, su voz suave pero cargada de una curiosidad que ella no podía ignorar.
Liliana, intentando no mostrar lo desconcertada que se sentía, sonrió. Esta vez, no se sentía la chica que estaba allí por obligación ni la hija obediente. No. Esta vez, se sintió más como la mujer que siempre había querido ser, una mujer que podía jugar con las reglas.
-El destino es un juego interesante, ¿no? -dijo, sin saber muy bien por qué lo dijo, pero buscando, en el fondo, desafiarse a sí misma a salir de su zona de confort.
James sonrió de vuelta, como si entendiera más de lo que dejaba ver.
-Parece que el destino no tiene miedo de jugar. ¿Te unes?
Liliana lo miró por un momento, con una expresión que ocultaba mucho más de lo que decía.
-Veremos qué pasa esta noche -respondió con una sonrisa confiada.
Y mientras la noche avanzaba, Liliana se permitió sentir algo nuevo, algo que hacía tiempo había abandonado: la libertad de vivir en el momento, sin preocuparse por lo que sus padres esperaban de ella.