La habitación era amplia y bien iluminada, decorada con un gusto exquisito. Había muebles elegantes, una cómoda con espejos, y un pequeño escritorio de madera pulida. Sin embargo, no podía disfrutar de la belleza del lugar; solo sentía pánico. Se sentó en la cama, intentando recordar cómo había llegado allí, y en ese momento, la puerta se abrió.
Andrew de la Torre apareció en el umbral, su figura alta y esbelta destacando en la luz. Llevaba una camisa blanca que realzaba su atractivo natural, y su expresión mostraba una mezcla de preocupación y seriedad. María sintió un escalofrío recorrerle la espalda; él era el hombre que la había atropellado, el causante de su dolor.
-¿Te sientes mejor? -preguntó, acercándose a la cama. Su voz era profunda y grave, pero había una suavidad en ella que la tranquilizó un poco. María lo miró, incapaz de articular una respuesta. En su mente, la confusión y el miedo se entrelazaban.
-No sé dónde estoy -finalmente pudo decir, su voz temblorosa-. ¿Qué ha pasado?
-Tuviste un accidente -explicó Andrew, tomando asiento en la silla junto a su cama-. Te atropellé. Cuando te vi caer, no supe qué hacer. Te traje aquí porque estaba preocupado por ti.
María se sintió abrumada por sus palabras. -¿Por qué? ¿Por qué no llamaste a una ambulancia y te fuiste? -inquirió, una mezcla de incredulidad y desconfianza en su tono.
-Lo hice -respondió él, con un tono de voz que denotaba seriedad-. Llamé a una ambulancia, pero también sabía que la prensa se enteraría. No puedo permitir que esto salga a la luz; arruinaría mi imagen y la tuya. Vivimos en un mundo donde un escándalo puede destruir vidas.
-¿Y qué pasa conmigo? -preguntó María, sintiéndose cada vez más angustiada-. Soy solo una víctima. No quiero ser parte de un escándalo.
Andrew la miró fijamente, y por un momento, el silencio llenó la habitación. -Lo sé -dijo finalmente, su voz más suave-. Pero necesitamos manejar esto con cuidado. No puedo dejar que te pase nada más. Te prometo que estarás a salvo aquí.
María se sintió atrapada. Había estado huyendo de una vida que la había maltratado, y ahora se encontraba en manos de un hombre que, aunque parecía estar actuando con buenas intenciones, era un completo desconocido. Aun así, había algo en su mirada que la hacía sentir un atisbo de confianza. -¿Dónde estoy realmente? -preguntó, su voz más calmada.
-Estás en una de mis propiedades, lejos de la ciudad -explicó Andrew-. Es un lugar donde puedo garantizar tu seguridad. No tienes que preocuparte por nada, solo por recuperarte.
Mientras hablaba, María comenzó a observarlo más de cerca. Andrew no era solo un millonario; había algo en su porte y en su forma de hablar que le daba una presencia poderosa. Su voz era firme, pero había un matiz de preocupación genuina que resonaba en sus palabras. Sin embargo, la desconfianza seguía latente. -¿Y qué hay de mi vida? ¿Qué pasará cuando me recupere?
-Cuando estés lista, podemos hablar sobre cómo proceder -dijo Andrew, levantándose de la silla-. Te dejaré descansar. Si necesitas algo, solo llámame.
Y con eso, salió de la habitación, dejándola sola con sus pensamientos. María se recostó en la cama, sintiendo una mezcla de emociones. Estaba atrapada en una mansión de un extraño, pero al mismo tiempo, había algo reconfortante en la idea de estar a salvo. Sin embargo, su mente seguía dando vueltas. ¿Qué haría cuando se recuperara? ¿Podría realmente confiar en él?
Los días pasaron lentamente mientras su cuerpo sanaba. Andrew regresaba regularmente, trayendo médicos y enfermeras que la atendían. Aunque al principio lo miraba con desconfianza, poco a poco comenzó a familiarizarse con su presencia. Él siempre estaba dispuesto a escucharla, a ofrecerle compañía en los momentos de soledad. A veces, compartían risas, otras veces, conversaciones profundas sobre sus vidas y sus sueños.
Una tarde, mientras el sol se ponía, Andrew la sorprendió al aparecer con un libro en la mano. -Esto es para ti -dijo, ofreciéndoselo-. Un clásico. Creo que te gustará.
María tomó el libro, sintiéndose un poco abrumada. -¿Por qué eres tan amable conmigo? -preguntó, mirándolo a los ojos.
-Porque me siento responsable -respondió él, sin dudar-. Y porque creo que hay más en ti de lo que crees. No eres solo una víctima; eres más fuerte de lo que imaginas.
Sus palabras resonaron en el corazón de María. Había pasado tanto tiempo sintiéndose insignificante, y ahora alguien veía en ella algo valioso. Comenzó a leer el libro, y con cada página, se sentía más conectada con el mundo exterior.
Sin embargo, a pesar de los momentos de conexión, María seguía sintiéndose atrapada. Sabía que su vida no podía seguir así para siempre. Había dejado atrás un hogar que la había maltratado, pero ahora se encontraba en una situación que era igualmente incierta. El futuro la llenaba de ansiedad.
Una noche, mientras se preparaba para dormir, no pudo evitar pensar en su pasado. Su madre, el dolor que había sufrido, su padrastro. ¿Podría realmente construir un nuevo futuro en este lugar? Se preguntó si Andrew era la respuesta a sus oraciones o solo un nuevo tipo de prisión.
Mientras tanto, Andrew también lidiaba con sus propios demonios. Aunque había hecho lo que consideraba correcto al llevar a María a su hogar, sabía que la situación era delicada. La prensa estaba al acecho, y cualquier error podría costarle caro. Sin embargo, había algo en la joven que lo intrigaba. La forma en que luchaba por encontrar su voz, su resiliencia a pesar de las adversidades. Había algo especial en ella que lo atraía, y eso lo preocupaba y emocionaba a la vez.