Mi nombre es Karen Maldonado Smith, pero me dicen Kat. Vivo en Nueva Jersey, soy del Condado de Warren. Tengo 30 años y tengo mi propia empresa. Estudié marketing, protocolo y organización de eventos. Soy alta, ojos negros, cabello ondulado del mismo color, tengo buenas medidas no me puedo quejar. Soy la mediana de dos hermanos, Nina y Rafael. Mi padre Alberto y mi madre Noemí. Mi padre tenía su propia empresa, una inmobiliaria, su sueño era que nosotros siguieramos su legado, pero yo me abrí camino en otras áreas. Mi hermano se hizo cargo del legado familiar. Siempre tuve suerte en los negocios porque en el amor era un fracaso total.
No fue fácil llegar a donde estoy ahora, pero pude lograrlo. Solo podía realizarme profesionalmente porque en el amor era un fracaso. Como dicen por ahí, de malas en el amor, de buenas en los negocios, empecé a creer que era verdad. El amor al parecer no era para mí. Pero volvamos años atrás.
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Yo vivía en el condado de Warren. Nuestra casa era elegante y hermosa, cada uno tenía su propia habitación, la cocina y una sala enorme donde compartíamos tiempo de calidad.
Tenía un porche delantero cerrado y un porche trasero cubierto abierto. Contaba con patio, cobertizo, garaje y hermosos jardines con muchas plantas perennes. Ese era mi lugar favorito; el jardín, ahí pasé mis mejores momentos.
El amor de mi vida se llamaba Samuel Cooper Bertram, pero le decíamos Sam. Nos conocimos en el jardín de niños, yo tenía cuatro años y él cinco. Todo empezó por un pequeño balde roto, él se acercó con una sonrisa ofreciéndome el suyo. Sus ojos negros y profundos se quedaron prendados en mi corazón. Empezamos a reunirnos todos los días, empezó a crecer un cariño especial de niños, algo insignificante para los ojos del mundo.
Luego pasamos a la escuela, yo cumplí seis y el siete. Siempre estábamos juntos en todo; en los juegos, la hora de la comida, las tareas, las salidas, él siempre cuidó de mí y yo era la niña más feliz del mundo por su compañía. Él para mí era el niño más lindo, el más cariñoso, el más especial. Así que se nos ocurrió ser novios, era algo tonto para nuestra edad, era gracioso, siempre andábamos tomados de la mano. La casa de Samuel estaba a tres casas de la mía.
Empezamos a soñar juntos cosas como; terminar los estudios, elegir una carrera para convertirnos en profesionales y por último casarnos. En medio de la inocencia planeabamos demasiadas cosas, que lindo era soñar.
Nuestros padres tenían muy buena relación, les parecía tierno cuando Samuel decía que éramos novios. Ellos soltaban una carcajada y decían; son cosas de niños, al crecer cada uno tomará su camino. Nosotros nos cruzábamos de manos y hacíamos una pataleta porque nos queríamos mucho.
...
Aún recuerdo nuestro primer beso, yo tenía ocho años y él nueve. Fue en el jardín de mi casa, estábamos mirando unas mariposas posarse sobre unas flores, dos de ellas se juntaron como si se besaran. Sonreímos, nos miramos ambos con las mejillas rojas y entonces él dio el primer paso, puso sus labios sobre los míos, un pequeño roce que para nosotros fue hermoso; el primer beso. Cada uno de los logros que obtuvimos lo hicimos juntos.
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Ingresamos juntos al colegio, aún seguíamos siendo novios, el sentimiento se hacía más fuerte. Samuel era demasiado atento, siempre me protegía de aquellos que me querían lastimar.
Cuando cumplí mis quince años mis padres hicieron una gran fiesta, Samuel era uno de mis chambelanes. Mi vestido era oro rosado con un escote de corazón, hombros al descubierto, largo estilo princesa. Ya mi cuerpo se había formado, caderas grandes y pechos pequeños. Ese día fue inolvidable.
Samuel habló con mis padres para hacer nuestro noviazgo más oficial, ellos estuvieron de acuerdo aunque decían que lo nuestro solo era un capricho de adolescencia. Decían que teníamos una vida por delante y nosotros ya habíamos planeado un futuro juntos.
Recuerdo la primera vez que estuvimos juntos, fue mágico, ambos inexpertos. Yo tenía 16 y él 17. Ese día nos dejaron ir de campamento con unos amigos del colegio. Ambos estábamos muy nerviosos, lo recuerdo perfectamente.
La cara me ardía como tomate maduro, Samuel se inclinó hacia mí rodeando mi cintura con su brazo girándome hacia él suavemente. Las miradas que intercambiábamos sustituyeron las miles de palabras que no eran necesarias. Nuestros labios se encontraron en un beso apasionado e insistente. Llevé mis manos a su camisa, solo desabroché uno de los botones antes que él cubriera mis manos temblorosas con las suyas.
-¿Estás segura de esto? -inquirió en un susurro.
-Sí.
Continué desabrochando botón a botón mientras el corazón me latía como loco. Las miradas se convirtieron en besos y pequeñas caricias llenas de vergüenza. Sus labios empezaron a abrirse camino por mi vestido mientras dejaban mi piel expuesta. Caricias torpes de ambos cubrieron nuestros cuerpos, besos tímidos, nuestra inexperiencia nos hacía un poco torpes. Metí la mano entre sus piernas, incluso a través de la tela sentí su dureza y calor. Evitábamos las miradas cubiertos de timidez. No aparté la mirada de mi mano mientras tiré de la tela hacia abajo. Abrí los labios cuando vi lo que había liberado.
-¿Se supone que eso cabe dentro de mí? -pregunté asustada.
Por supuesto él lo notó.
-Kat, si no quieres...
Sellé sus labios con un beso interrumpiendo lo que iba a decir.
-Quiero...
Me tumbé sobre la suave manta ofreciéndome a él. Se puso sobre mí, dejó pequeños besos, me estremecí cuando me penetró, el insoportable dolor me robó la efímera alegría, él se detuvo inmediatamente. Vi en sus ojos miedo, me dolía, pero al ver su preocupación, me relajé. Me penetró de un solo empujón largo y duro, chillé, él exhaló con fuerza, no podía ignorar el pequeño dolor que sentía, pero me encantaba la intimidad del momento.
Una estocada, luego otra cada una lo hacía arrugarse de dolor, pero era satisfactorio, poco a poco todo fue cambiando, el dolor pasó a un segundo plano, cada centímetro de mi cuerpo le pertenecía, era suya, era mío. Cada beso y caricia quedaron marcados en mi piel.
Todos los momentos compartidos con él eran únicos, él era un chico guapísimo, piel blanca, cabello y ojos negros, alto, facciones muy varolines, brazos grandes y fuertes. Cejas con espesor medio, labios carnosos, nariz delgada de longitud media, era demasiado guapo.
...
Nos faltaba un año para graduarnos del colegio, ya habíamos empezado a buscar universidades para entrar juntos, pero justo ahí el destino empezó a mover sus hilos. Recuerdo esa tarde perfectamente. Ese día Sam no me recogió como solía hacerlo para irnos juntos a clases, me pareció extraño porque había faltado. En la tarde llegó a casa con sus padres, las expresiones de sus rostros eran las mismas, una tristeza que se les salía por los poros. Nosotros salimos al jardín.
Lo tomé de las manos.
-Sam, ¿pasa algo?
Una lágrima rodó por su mejilla, empecé a preocuparme.
»¿Qué pasó? -volví a preguntar.
-A mi mamá le detectaron cáncer.
Lo abracé, él tardó unos segundos en corresponder. Se alejó y me miró con sus ojos más oscuros de lo normal. Pasó saliva.
»Papá decidió que lo mejor era irnos a California para empezar un tratamiento.
La piel se me enchinó, yo sabía perfectamente lo que eso significaba. Lo volví a abrazar, un par de lágrimas se me escaparon, fue inevitable.
-Lamento lo que está pasando con tu mamá, todo saldrá bien.
Me abrazó con fuerza. Luego de unos minutos me atreví a preguntar con un nudo en la garganta.
-¿Tú y yo no volveremos a vernos?
-Papá dice que es solo por un tiempo, no quisiera irme, pero trataremos de comunicarnos de algún modo.
En ese momento no había redes sociales y nada de esas cosas.
»Pase lo que pase yo te voy a amar siempre, volveré por ti y cumpliremos nuestros sueños.
En ese momento ninguno fue capaz de contener las lágrimas, empezaron a salir como cascadas. Pegó su frente a la mía y con la voz entrecortada soltó.
-Te juro que voy a volver, espérame.
Mi cuerpo se estremeció en un pequeño escalofrío desde los talones hasta la parte superior de la cabeza. Nos esforzamos por contener las lágrimas, pero ellas rodaban obstinadamente por nuestras mejillas. Fue un momento demasiado difícil, todos los planes que teníamos se estaban esfumando.
-Me olvidarás, lo sé -susurré en un pequeño hilo de voz.
-No, no -tomó mis manos-, eso jamás, eres el amor de mi vida no lo olvides nunca.
-Eso lo dices ahora, pero cuando pase el tiempo me vas a olvidar, son muchos kilómetros los que van a separarnos.
No podía evitarlo, otra vez empecé a llorar, me dolía el alma al saber que nos teníamos que separar, en ese momento el futuro era incierto. Sam me abrazó con fuerza tratando de consolarme, pero su dolor era igual al mío, terminamos llorando juntos. En medio de las lágrimas me prometió volver por mí, prometimos esperar el tiempo que fuera necesario.
-¿Cuándo te vas? -fui la primera en romper el silencio.
-En dos días, el sábado -susurró.
-Demasiado pronto. No puede ser -me cubrí el rostro con las manos-. Te amo, te amaré siempre y te juro que te esperaré y en un futuro poder estar juntos para siempre.
-Te amaré el resto de mi vida, juro que volveré a buscarte, te amo mi Kat. Espérame porque voy a volver por ti para estar juntos el resto de nuestras vidas.
Ese día fue tan triste, sentí como se partió mi corazón, ambos estábamos destrozados. Planeamos la manera de estar juntos otra vez como una despedida, hicimos el amor con tanto sentimiento, con todo el amor que había en nuestros corazones, como si fuese la última vez. Queríamos quedar marcados en la piel y el alma del otro hasta que pudiéramos estar juntos. Ese día Sam me regaló un dije de corazón y llave. La llave abría el corazón, yo me quedé con la llave y él con el corazón.
...
Llegó el día al que tanto temíamos, las despedidas no eran bonitas, menos cuando se trata de la persona que amas. Les ayudamos a empacar, el ambiente estaba tan cargado de silencio, tristeza y dolor. Fue demasiado difícil el último abrazo, el último beso, las últimas promesas de amor. Ver como una parte de ti se va con alguien, sentir un hueco enorme ahí en ese lugar donde debería haber un corazón.
El último recuerdo que me quedó de él fue unos ojos negros llenos de lágrimas y una expresión de tristeza tan grande capaz de opacar el sol más radiante. Con él se fue una parte de mí. Lloré todo el trayecto de regreso a casa, mis padres me decían; Kat ya se te va a pasar, luego llegarán otros chicos, o cuando menos lo esperes él volverá. Lo que el destino tiene predestinado para uno así será.
Sam prometió comunicarse conmigo apenas estuvieran instalados. Lloré toda la noche, todos los días, era demasiado difícil acostumbrarse a su ausencia, todos los recuerdos que tenía eran con él, era la primera vez que nos teníamos que separar, así que yo sentía que hasta respirar era difícil. Después de quince días de agonía recibí la primera llamada de él. Ese día el corazón me recorrió todas las partes del cuerpo.
-Kat, es maravilloso poder escucharte -escuché a través de la línea.
-Te he echado tanto de menos, la vida sin ti no tiene sentido -susurré con un nudo en la garganta.
-También te extraño. Estos días han sido una eternidad.
-¿Cómo va todo?
Me contó que no se había podido comunicar porque no habían encontrado un lugar fijo, estaban en lugares de paso, por esa razón no podía darme una dirección o un número para contactarlo, pero prometió buscar una manera de comunicarse conmigo.
-Hasta pronto mi luna -se despidió con un nudo en la garganta -, te amo y te tengo presente cada segundo de mi vida.
-Te amo mi sol -hice una pausa para no llorar-, te esperaré el tiempo que sea.
Éramos como el Sol y la Luna; eran dos enamorados, su amor no tenía límites pues era en esencia puro. Aunque no podían verse ni estar juntos su amor prevaleció para siempre. Al escuchar su voz fue como un pequeño oasis en medio del desierto.
6 meses después...
Como lo había prometido cada que podía me llamaba o me enviaba cartas, las cosas para ellos estaban difíciles por el tratamiento de su mamá.
Un día todo cambió, el destino tenía otra sorpresa preparada. Ese día papá reunió a toda la familia en la mesa, nos informó que nos íbamos a mudar a Nueva Jersey por motivos de trabajo. Nos íbamos el fin de semana, para mí fue un golpe durísimo, no tenía forma de comunicarme con Sam para contarle que me iba a mudar, no tenía manera de decirle que esa ya no sería mi casa, ni mi número de teléfono. Me enojé, lloré, grité, hice tremendo drama, me negaba a esa posibilidad. Pero a la larga yo no podía hacer absolutamente nada, solo pedirle a Dios que él se comunicara antes del fin de semana.
Esperé, pero no pasó. Nos mudamos y no pude avisarle nada, lo iba a perder para siempre, fueron unos cambios muy drásticos para mi vida. Graduarme sola, cambiarme de ciudad, todo quedó atrás incluyendo al amor de mi vida. Si él me enviaba cartas nunca llegarían a mí.
Me enfadé con mis padres, entré en una depresión terrible, dejé de comer, no quería salir, lo único que hacía era llorar, hasta que todo eso me pasó factura y terminé en el hospital un mes entero. Mis padres empezaron a preocuparse, ellos pensaban que lo que yo sentía por él era solo capricho, pero se dieron cuenta que era real, así que tomaron la decisión de buscar ayuda psicológica.
6 meses después.
Ya se había cumplido un año sin saber nada de él, en ese año me aislé de todo, no socializaba con nadie, no quería salir, no busqué una universidad, solo me la pasaba encerrada en casa y en las benditas charlas con el psicólogo. Mi amor por él seguía intacto, me negaba a soltarlo.
Continuará...