Después de la universidad tomé un taxi para ir a la dirección que me habían dado de la casa de Fer. Luego de veinte minutos estaba parada en el porche, toqué la puerta y esperé. Me abrió una señora muy guapa con unos ojos azules como los de Fer, a diferencia que estaban cubiertos por grandes ojeras y sombras de tristeza.
-Hola, ¿esta es la casa de Fernando? -pregunté.
Ella me miró con curiosidad.
-Sí. Yo soy su madre, ¿quién lo busca?
Tendí mi mano y me presenté.
-Mucho gusto señora, me llamo Karen, soy amiga de su hijo. Nos conocimos en la universidad.
Estrechó mi mano con una pequeña sonrisa.
-Es un gusto Karen. Me llamo Raquel. No sabía que mi hijo tenía una amiga tan bonita.
Me miró de pies a cabezas. Se hizo a un lado, hizo una señal con su mano para que entrara.
»No te quedes ahí, entra.
Asentí y entré, ella me siguió luego de cerrarla puerta. Llegamos a la sala de estar, miré a mi alrededor, era una casa pequeña, pero muy acogedora.
-Que pena llegar así sin avisar, pero me preocupé al ver que Fer no ha ido a la universidad estos días.
Bajó la mirada, su expresión cambió. Me ofreció algo de tomar, después de entregarme el refresco se sentó frente a mí.
-Ahora que lo pienso tu nombre me suena -esbozó una pequeña sonrisa-, Fer me habló mucho de ti, ¿Kay, verdad?
Me aclaré la garganta y asentí, por un momento me sentí incómoda. A ninguna madre le iba a gustar hablar con la mujer que rompió el corazón de su hijo.
-Espero sean cosas lindas -traté de sonreír.
Ella me miró con cariño, ahora entendía de dónde había heredado él esa dulzura.
-No tengas dudas de ello.
Me enderecé.
-¿Será que puedo hablar con Fer? -inquirí.
Ella alejó la mirada y le dio un sorbo a su taza de café.
-Él no está -me miró.
-¿Será que tarda mucho? -Indagué.
Por alguna razón sus ojos se cristalizaron y su expresión me hacía pensar que algo había pasado.
»Si no es indiscreción -añadí.
Ella aspiró aire frenéticamente y en el proceso un par de lágrimas se le escaparon, aunque trató de limpiarlas al instante.
-¿Está todo bien? -pregunté preocupada.
-Me imagino que Fer no te contó nada de él, ¿verdad?
Me quedé en silencio, me sentí egoísta, al fin yo nunca me interesé por saber de él y su vida.
»Tu silencio me lo confirma -apretó la taza de café-. Mi hijo está en el hospital.
Mi corazón se apretó y en algún lugar de mi nuca empezó a palpitar una vena, miles de pensamientos se agolparon en mi cabeza.
-¿Qué le pasó? -inquirí en un susurro.
Al no tener respuesta empecé a sentir un nudo en el estómago.
»¿Por qué, cómo está? -volví a preguntar.
-No sé qué tan correcto sea que yo te lo diga, si mi hijo no te contó fue por algo...
Me acerqué, me hinqué de rodillas para quedar a su misma altura y con cautela tomé sus manos.
-Tal vez tuvo sus razones, pero dígame, ¿él está bien?
Ella apretó mis manos, me indicó que me sentara junto a ella.
-Sé que eres una buena mujer, lo sé porque mi hijo me habló mucho de ti y porque lo veo en tus ojos. Así que voy a contarte.
Hizo una pausa larga y empezó a contarme su historia. Me contó que Fer cuando nació lo diagnosticaron con arritmia cardiaca, pero al pasar el tiempo su salud se deterioraba cada vez más, así que tras varios estudios le dieron un nuevo diagnóstico, insuficiencia cardíaca. Se produce cuando el músculo cardíaco no bombea sangre como debería.
Según los doctores pudo ser un defecto cardíaco congénito. Los doctores le explicaron que a lo largo de la evolución de la enfermedad serían frecuentes las recaídas: el paciente nota un empeoramiento de los síntomas y tendría que acudir a su médico o a un servicio de urgencias. Los pacientes con insuficiencia cardíaca suelen ser hospitalizados con frecuencia, inclusive estar demasiado tiempo hospitalizados y para él podía ser peligroso. Estos pacientes pueden coger infecciones graves propias de los hospitales.
Ella le preguntó al doctor qué tan rápido podía avanzar la insuficiencia cardiaca y él le explicó que la evolución de la insuficiencia cardíaca era impredecible y diferente en cada persona. En muchos casos, los síntomas se mantienen estables durante bastante tiempo (meses o años) antes de empeorar. Fer había logrado llegar hasta los 21 años, pero su condición podía seguir empeorando. Los tratamientos podrían no funcionar igual y lo más probable era que en cualquier momento necesitaría un trasplante de corazón. Cada día para él era un milagro, cada segundo que seguía respirando era un gran logro.
La señora Raquel terminó llorando y yo, me sentí el ser más miserable sobre el planeta tierra. Dejé que mi rostro cayera entre mis manos, me agaché dejando escapar un par de lágrimas. Yo tenía la oportunidad de darle luz a su vida y me negué, lo rechacé y él no lo merecía. No tenía palabras así que lo único que se me ocurrió fue abrazar a la señora Raquel. Imaginé el dolor que había cargado durante todos esos años, vivir con la incertidumbre todos los días, vivir con el miedo de verlo recaer, de ver como su vida se iba apagando y no poder hacer nada.
-Hace dos semanas está en cuidados intensivos con oxigenoterapia y vasodilatadores. Tuvo una recaída fuerte, me da miedo que su corazón no resista... -Sollozó.
La abracé.
-Todo saldrá muy bien, él es muy fuerte. Yo no lo sabía, él nunca me lo dijo.
Se limpió las lágrimas y me miró.
-¿Mi hijo y tú están saliendo? -una pizca de emoción se reflejó en sus ojos-. Eso sería maravilloso. Tal vez por eso nunca te lo dijo, porque siempre que empezaba una relación él era honesto y todas al final huían.
Aspiró con tristeza.
»No lo tomes a mal mi niña, si te lo ocultó fue por miedo. Él estaba muy entusiasmado contigo y tal vez sintió que si te lo decía ibas a huir como lo hicieron todas esas chicas, incluso su padre.
-¿Su padre? -inquirí.
-Eso es otra historia que luego te contaré -soltó el aire que contenía.
Y yo al ver esa ilusión en sus ojos no fui capaz de decirle que yo no era nada de Fer. Me sentía tan culpable, yo sentía que su recaída había tenido que ver conmigo. Las palabras se escaparon de mi boca sin siquiera planearlo.
-Nosotros estábamos saliendo, pero aún no formalizamos nada.
Esbozó una gran sonrisa.
-Tu presencia le hará mucho bien -se levantó-, yo estaba por ir a la clínica, ¿quieres acompañarme?
¿Cómo iba a negarme? Si los remordimientos me estaban matando. En el trayecto a la clínica no dije nada, me perdí en mis pensamientos, todo eso me tenía desconcertada. Él se veía tan feliz y lleno de vida, ¿por qué el destino era tan cruel? ¿Por qué me porte tan mal con él? Pensé en todas las veces que lo rechacé, que fui grosera y cuando rompí su bello corazón. Tenía un remordimiento tan grande que se formó un nudo en mi garganta y tuve que contener un montón de lágrimas.
Doña Raquel habló con el doctor, él le dijo que podía pasar solo unos minutos. Me llevaron a una sala con el debido protocolo, tenía que usar un traje esteril, guantes y mascarilla. Una enfermera me guió por el pasillo hasta llegar a la unidad de terapia intensiva. En el ambiente esteril se percibía el olor a medicamentos, un chirrido agudo sonó desde un lado donde habían máquinas que hacían un montón de sonidos extraños. Su hermoso rostro se veía más blanco de lo normal, parecía dormido con la diferencia que tenía un respirador artificial y estaba intubado; para mantener la vía respiratoria abierta con el fin de suministrar medicamentos, oxígeno o anestesia.
Me acerqué en silencio, me aturdía el sonido del monitor cardíaco y los latidos de mi corazón. Era tan triste ver como se apagaba la vida de alguien tan joven, con tantas ganas de seguir. Su vida se apagaba lentamente y yo dejaba apagar mi vida por algo que tal vez no valía la pena, tal vez Sam ya ni pensaba en mí. Tomé su mano con mucho cuidado y dejé un pequeño beso en ella, aunque estaba dormido empecé a hablarle.
-Te he echado de menos -cerré los ojos, no quería llorar-, tuve que venir a buscarte, extraño mucho verte en la universidad, extraño tu compañía en la cafetería y los arándanos que me llevas.
Dibujé el contorno de su rostro con mis dedos.
»Vendré a verte todos los días hasta que podamos ir de paseo otra vez, extraño las caminatas por el parque.
Sonreí y me limpié las lágrimas, me agaché y susurré cerca a su oreja.
:-Extraño ver el azul de tus ojos para sumergirme en ellos.
Fueron necesarios unos minutos para recomponerme y regresar con la señora Raquel, tanta información en un día era complicado de digerir. Regresé a casa y una vez en mi habitación lloré tanto, me arrepentí por todas las veces que quise morir estando perfectamente sana y él con tanto por cumplir vivía cada segundo como si fuera el último porque no sabía si podría ver un nuevo amanecer.
Todos los días después de salir de la universidad iba a la clínica, le llevaba comida a la señora Raquel y entraba a verlo aunque fueran solo minutos. Le platicaba cualquier cosa y así lo hice el tiempo que estuvo en terapia intensiva. En una de las visitas cuando llegué a la clínica la señora Raquel me informó que Fer ya había reaccionado. Me puse muy feliz, pero no entré a verlo. Hablé con ella y le pedí que no le contara a Fer sobre mis visitas, ni mucho menos que yo sabía de su enfermedad.
Cuando recobró el sentido no volví,
pero siempre estaba preguntando por él. Hablaba todos los días con la señora Raquel, le pedí que no le contara a Fer que yo sabía la verdad. Mi petición la tomó por sorpresa, le expliqué que yo quería empezar una relación con él y no quería que pensara que era por lástima, quería que él mismo tomara la iniciativa de contarme. Ella aceptó, me dijo que ese sería nuestro secreto. Se puso feliz, me dijo que yo era un rayo de luz en la vida de su hijo.
Pero ella estaba equivocada porque era él mi rayo de luz. Tal vez me impulsaba el remordimiento y por eso quería estar con él, pero todo cambió. Después que le dieron el alta no volví a visitarlo, pero sí hablaba con la señora Raquel todos los días quien me mantenía al tanto de su salud. Después de un mes y medio regresó a la universidad.
Ese día lo esperé en la puerta, cuando él llegó me acerqué con una pequeña sonrisa en los labios y lo saludé. Su gesto de sorpresa era evidente, me devolvió la sonrisa, una hermosa como la luz del sol. Tenía un par de ojeras y aún se veía un poco pálido.
-Te eché mucho de menos, ¿dónde te habías metido? -le pregunté.
-Hola Kay -sonrió -, estaba de viaje y luego me cayó un virus terrible, pero ya volví.
Por alguna razón él quería mantener las cosas en secreto y no quería contarme.
-Me da mucho gusto saber que ya estás bien, te extrañé mucho.
Me miró fijamente.
-¿De verdad me echaste de menos? -sus ojos brillaron más de lo normal.
Tal vez estaba mal lo que pensaba hacer, pero decidí darle una oportunidad, un motivo de felicidad para su vida, un rayo de luz para la mía. Por algo podía empezar, el amor podría llegar luego.
-Por supuesto, ya me había acostumbrado a tu compañía. En estos días me di cuenta de lo bien que me siento contigo. ¿Me invitas a un helado después de clases?
Me miró perplejo como si no pudiera creerlo. Con una sonrisa hermosa asintió. Empezamos a compartir nuestro tiempo libre juntos, yo sabía que él debía tener ciertos cuidados así que siempre íbamos a lugares tranquilos y cuando me invitaba a bailar yo no tomaba licor porque sabía que él no lo hacía, regresábamos temprano a casa con la disculpa que yo estaba cansada. Salíamos a contemplar los atardeceres o las estrellas, cada momento a su lado era mágico. Fer era un hombre maravilloso, me trataba como una princesa. En sus hermosos ojos se reflejaba todo ese amor que sentía por mí.
Me sentía mal porque a pesar de todas esas atenciones que él tenía conmigo y la manera en que me sentía estando con él yo seguía pensando en Sam. Tal vez mis sentimientos no iban a cambiar nunca, pero si en mí estaba hacerlo feliz el tiempo que le quedara lo haría. No lo hacía por compasión, lo hacía porque quería devolverle un poco de todo lo que él me había dado. Gracias a él volví a encontrar sentido a mi vida. Él me sacó de ese mundo triste y oscuro. Si en mis manos estaba darle felicidad estaba dispuesta a hacerlo. Era consciente de que no lo amaba, pero él se había convertido en alguien importante para mí, sentía un cariño muy especial por él y lo único que quería era hacerlo muy feliz.
...
En una de nuestras salidas Fer me llevó a un parque; Warinanco Park. Desde ese día se convirtió en nuestro lugar favorito. Siempre visitábamos ese parque. Warinanco Park es un parque muy amplio, tiene una gran extensión en espacios abiertos, lagos donde abundan los patos, gansos y estacionalmente visitan aves migratorias. También cuenta con canchas para jugar tennis, soccer, baseball, basketball, entre otros, así como edificios para actividades culturales y artísticas, entre otras cosas. Pero lo que más amaba era caminar junto a él por las zonas verdes y sentarnos frente al lago a alimentar los patos.
...
Quedamos de ir al parque en la tarde, caminamos por los alrededores, el tiempo pasó tan rápido, como siempre pasaba cuando estábamos juntos. Nos tumbamos frente al lago a contemplar el atardecer. Giré la cabeza y lo miré fijamente, sus ojos azules brillaban tanto, podía ver lo feliz que era conmigo. El azul se había convertido en mi color favorito, aspiré muy despacio, quería ser la primera en dar ese paso.
Me acerqué un poco, él me miró con una hermosa sonrisa que me cubrió la piel de gallina. De repente sin que él lo esperara eliminé las distancia que nos separaba cubriendo sus labios con los míos. Su cara se transformó en un perfecto poema de sorpresa, estaba en shock.
Continuará...