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CAPÍTULO 2.
MARCOS VACILLE:
CREO QUE ENCONTRÉ UN BUEN AMIGO.
(Cinco años después)
Las visitas de supervisión por parte de los trabajadores sociales habían cesado. Tras dos años, la estabilidad de Marcos era evidente. Las profesionales se aseguraban de su bienestar y constataron cómo el pequeño se expresaba con claridad, ofreciendo respuestas que cumplían con sus expectativas.
Las preguntas se mantenían cautelosas, sin revelar el verdadero propósito de la evaluación. Era crucial que el niño desconociera el origen de estas indagaciones, un asunto que, por el momento, concernía exclusivamente a sus padres adoptivos.
Las preguntas seguían siendo discretas, evitando revelar el motivo del interrogatorio. El niño no debía conocer su origen; por ahora, era un tema que competía a sus padres adoptivos. El señor Nicolás y la señora Beatrice se dedicaban a cuidarlo y protegerlo, brindándole un amor genuino, como si fuera su propio hijo. Marcos ya cursaba la primera etapa de la educación secundaria, el primer grado. Su madre lo dejaba en la entrada del colegio, despidiéndose con un beso y un cariñoso "Nos vemos más tarde, *piccola* (mi pequeño)".
-Adiós, mamá. *Ti amo* (te quiero).
Marcos entraba al aula junto a sus compañeros. La maestra no dejaba de admirar su inteligencia; a su corta edad, ya sabía leer y escribir, aunque aún le faltaba perfeccionar algunos detalles. Así transcurrían los años.
Marcos creció, y en la secundaria, cursando segundo grado o un nivel superior, se convirtió en objeto de atención por parte de muchas chicas que lo pretendían. No es que ninguna le resultara interesante, simplemente prefería evitar problemas dentro del colegio, pues algo caracterizaba a Marcos: su profundo respeto por sus padres y su deseo de no causarles disgustos.
Su padre, Nicolás Vacille, trabajaba en un bufete que comenzaba a ganar reconocimiento en Roma, bajo el nombre de ABOGADOS & ARIZPE. Esto lo impulsaba a comportarse con responsabilidad. Y no podía dejar de mencionar a su madre, Beatrice Gucci, una artista con una verdadera pasión por la pintura. Su obra también había alcanzado notoriedad; ¡quién no tenía un cuadro suyo en casa! Estas eran dos razones de peso para él.
Sin embargo, Marcos, además de todo esto, ya se involucraba en sus propias aventuras y escapadas, aprovechando las horas libres que sabía que siempre tendría.
Algunas veces a la semana, Marcos regresaba a casa sintiéndose como si nada hubiera ocurrido. Ya no era el niño que mamá y papá llevaban de la mano al hogar o al colegio; ahora disfrutaba de una creciente independencia. Desde muy pequeño, Nicolás había comenzado a instruir a Marcos en ciertos aspectos de las leyes, con la esperanza de despertar su interés y soñando con que, en el futuro, su hijo eligiera estudiar Derecho.
(Catorce años después...)
Con el paso del tiempo, el señor Nicolás adquirió una casa en una zona prestigiosa de la ciudad, y su labor como abogado había sido tan valorada que ahora era socio de la firma, cuyo nombre había evolucionado a Abogados ARIZPE & VACILLE. Llevaba varios años trabajando en el mismo lugar.
-Hijo, -saludó Nicolás al verlo.
-¡Papá, buenos días! -respondió su hijo con entusiasmo.
-¿Listo para enfrentar esta nueva meta? -le preguntó.
-Sí, estoy contento. Es un paso más. Ir a la universidad representa un nuevo ambiente que me motiva a conocer gente nueva y, tal vez, hacer nuevos amigos; sobre todo, me impulsa a seguir una carrera universitaria -exclamó Marcos con gran entusiasmo.
-¡Excelente! Me alegra mucho saber que sigues teniendo el mismo interés de antes.
-No lo he perdido, papá.
En ese instante, Beatrice apareció, encontrándose con sus dos amores conversando en la sala.
-¿Reunión sin mí? -dijo con una sonrisa.
-Hola, mamá, buenos días. -Ella se acercó a ellos y Marcos les dio un beso efusivo que les provocó una risa por lo divertido y exagerado de su saludo-.
-Buenos días, pequeño grandulón.
-Está bien, está bien, ya basta de tantos abrazos, que se te está haciendo tarde -dijo Nicolás-. Aquí tienes la llave del coche; a partir de ahora tendrás un medio para ir a la universidad y a los lugares que desees.
Marcos no esperaba el regalo de su padre. Se acercó a él, lo abrazó con fuerza y le dio unas suaves palmadas en la espalda como muestra de agradecimiento. Si antes se sentía contento, ahora experimentaba una felicidad genuina.
-Gracias, papá, te lo agradezco mucho, la verdad es que no me lo esperaba.
-Lo hago porque te lo mereces y es algo que necesitas. Solo te pido que tengas cuidado.
-Sí, hijo, ten mucho cuidado -añadió Beatrice.
Marcos salió de casa con una sonrisa radiante, sintiéndose seguro gracias a la confianza que le transmitían sus padres. Se subió a su coche y, antes de arrancar, se abrochó el cinturón de seguridad. Se colocó los auriculares, conectó su teléfono y seleccionó la música que deseaba escuchar. Luego, encendió el motor y comenzó a conducir, con las manos firmes en el volante y los dedos marcando el ritmo de la melodía. Su rostro reflejaba felicidad mientras se dirigía a la universidad. Las calles estaban tranquilas, con pocos coches circulando a esa hora temprana. Hoy era su primer día y necesitaba familiarizarse con el lugar y su nueva aula. Estacionó el coche, apagó el motor y salió del vehículo. Se detuvo un instante para contemplar la imponente estructura del edificio, dejando escapar un suspiro ante lo que le esperaba en su interior. Se ajustó la mochila y, sintiéndose preparado, se dirigió hacia la entrada, observando a otros estudiantes caminar con el mismo propósito.
Iba distraído y chocó con alguien, haciéndole caer el teléfono que sostenía en la mano.
-Perdón, no te vi -se disculpó Marcos con el desconocido.
-No te preocupes, yo también venía distraído. Parece que hoy todos andamos un poco despistados -comentó el chico con tranquilidad.
-Sí, supongo. Mi nombre es Marcos Davide Vacille Gucci -dijo mientras extendía la mano.
-Y el tuyo es... -lo miró con atención.
El otro chico lo observó con cautela y respondió:
-Soy Emiliano Alexandro Ferrer Sposti.
La presentación se selló con un apretón de manos.
-¿Vas a entrar?
-De hecho, sí.
Ambos se dirigieron al interior y conversaron mientras recorrían los pasillos. A medida que la charla avanzaba, la comunicación se volvía más fluida. Marcos, con su tendencia a ser más locuaz, dejaba que su incipiente instinto de abogado tomara protagonismo. En contraste, Emiliano se mostraba más reservado, respondiendo a las preguntas con cierta indiferencia y planteando alguna que otra cuestión.
-Bueno, parece que vamos a coincidir en algunas clases -comentó Emiliano con calma.
-Sí, creo que es una coincidencia.
-Me parece que la carrera que elegiste es interesante, aunque también la veo complicada -expresó con naturalidad.
-Estoy de acuerdo con lo de Derecho, no me imagino aprendiendo todas las leyes. Sin embargo, admiro la profesión. -Y así continuaron caminando, compartiendo algunas ideas, hasta dirigirse a la cafetería. Marcos invitó a un desayuno ligero.
Una vez allí, se sentaron y, mientras Marcos observaba a su alrededor, se sintió atraído por las figuras femeninas que pasaban frente a él, dejando que su mirada las recorriera discretamente.
-Parece que estás desnudando a todas con la mirada -le dijo Emiliano con humor-. Deberías ser un poco más discreto.
-Al parecer no. ¡Sí lo estoy! Eso es muy diferente -dejó escapar una risa traviesa-. Tranquilo, lo soy; ellas no se dan cuenta.
Marcos tuvo la intuición de que Emiliano sería un buen amigo desde el momento en que tropezó con él y le cayó bien. Se dijo a sí mismo: «Creo que he encontrado a un buen amigo».