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Magia y risas
Los días se tornaron semanas, y las semanas comenzaron a encadenarse como cuentas de un collar de memorias. La vida en Aster parecía salida de una fábula encantada: cada rincón del pueblo tenía algo que contar, desde las gárgolas del templo que lloraban rocío al amanecer hasta el misterioso pozo en el centro del pueblo que murmuraba secretos cuando nadie lo miraba directamente.
Adelia había hallado un hogar. Aunque los recuerdos del rechazo y la brutalidad sufrida a manos de Erik y la manada Luna Azul aún la visitaban en sueños, la calidez de su nuevo entorno suavizaba las cicatrices. Polo, su mentor y figura paterna, no solo le enseñaba magia elemental, sino también a reír, a cocinar pan sin quemarlo (casi siempre), y a encontrar belleza en las pequeñas cosas.
-Lo primero que debes entender -le decía Polo, mientras removía un brebaje burbujeante-, es que la magia no responde al miedo. Responde a la intención... y a veces al sentido del humor.
Una mañana, Adelia se despertó con un sobresalto. Había soñado con una criatura enorme, de ojos dorados y garras ardientes que la perseguía a través de un bosque de espejos. Al abrir los ojos, se encontró con el rostro de Polo a centímetros del suyo, con una expresión tan seria que casi parecía molesto... si no fuera por el par de bigotes felinos pintados con carbón en su rostro.
-¡Buenos días, aprendiz de hechicera! -dijo él solemnemente, sin mencionar su travesura-. Hoy es el festival de los Ramilletes Brillantes. ¡Tienes tareas mágicas que cumplir!
-¿Y el maquillaje felino es parte del entrenamiento? -preguntó ella entre risas, aún con el corazón acelerado por el sueño.
-Claro. Parte del arte del disfraz. Nunca sabes cuándo necesitarás pasar por un gato gigante -dijo Polo mientras se alejaba con pasos teatrales.
El festival era una celebración anual donde los habitantes agradecían a la tierra por sus cosechas. Había música, danzas, fuegos artificiales y una competencia de hechizos amistosos para aquellos que sabían manejar algo de magia. Como era de esperarse, Polo solía ser el único participante... hasta ahora.
-¿Quieres participar? -le preguntó mientras ella decoraba una mesa con pétalos flotantes usando su don de levitación-. Podrías mostrar un poco de lo que has aprendido.
Adelia dudó. El miedo al juicio aún se escondía en los rincones de su alma, pero las sonrisas que los aldeanos le ofrecían cada día le recordaban que ya no era la misma loba temerosa.
-Lo intentaré -dijo finalmente.
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El día del festival, el pueblo se transformó. Las casas estaban adornadas con cintas, hojas doradas y faroles de colores. Los niños corrían disfrazados de hadas, duendes y lobos buenos (una ocurrencia de Polo, sin duda). La plaza principal olía a miel caliente, pan recién horneado y dulces de frutos secos.
Adelia ayudó desde temprano a montar las carpas, a encantar las luces flotantes, y a calmar a un caballo que se negaba a tirar el carruaje principal. Usó un hechizo de susurro que Polo le había enseñado. El animal se tranquilizó al instante.
-Esa chica tiene magia en las venas -comentó la tabernera, impresionada.
Cuando el sol comenzó a descender, las presentaciones empezaron.
Adelia se presentó en el pequeño escenario con el corazón latiendo como un tambor. Cuando Polo anunció su número, todos guardaron silencio.
-Mi aprendiz, Adelia, nos mostrará una danza elemental con fuego, aire y música -anunció con voz orgullosa.
Ella respiró hondo y alzó los brazos. Una suave brisa comenzó a girar a su alrededor. Luego, pequeñas esferas de fuego flotaron en el aire, danzando con la corriente de viento. Con un gesto, hizo que las llamas formaran figuras: aves, hojas, una loba plateada.
A mitad del espectáculo, sintió que su conexión con los elementos se profundizaba. El fuego obedecía con suavidad, sin temerle. El aire parecía protegerla. Era como si los elementos quisieran mostrarle su aprobación.
La multitud estalló en aplausos. Algunos incluso vitoreaban su nombre. Por primera vez en mucho tiempo, Adelia sintió que su poder no era una maldición ni una carga, sino un regalo. Un puente hacia los demás.
Más tarde, durante el banquete del festival, se sentó con los aldeanos, riendo con los niños, compartiendo historias de cuando Polo accidentalmente convirtió su propio sombrero en un gallo (una anécdota que parecía variar cada vez que él la contaba).
-¡Y entonces el gallo saltó a la cabeza de la alcaldesa y cantó como si fuera el amanecer! -gritó Polo con un tenedor en la mano, provocando carcajadas.
Fue una noche mágica, pero no por los hechizos ni los fuegos artificiales, sino por la sensación de pertenencia.
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En los días que siguieron, su entrenamiento se intensificó. Polo parecía apurado, inquieto, como si presintiera algo. Le enseñó a crear escudos mágicos, a detectar rastros de energía oscura, y a controlar sus emociones durante un combate.
-La rabia es un fuego útil, pero si no lo contienes, te consume desde dentro -le dijo una tarde mientras ambos practicaban con esferas de energía en el claro.
Un día, durante una caminata a la colina sur, encontraron un cadáver de animal descompuesto, con marcas negras extrañas en el pelaje.
-¿Esto es normal? -preguntó Adelia, agachándose con precaución.
-No -respondió Polo-. Esto es magia oscura. Alguien o algo estuvo aquí.
Desde ese día, comenzaron a usar amuletos de protección cada vez que salían.
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A pesar del entrenamiento, Adelia se mantenía conectada con la comunidad. Ayudó a organizar una feria de trueque, asistió en el parto de una vaca (aunque casi se desmaya con el primer mugido) y se convirtió en una especie de niñera honoraria para los hijos de la panadera.
-¡Hazme volar otra vez! -le pedía Luno, el más pequeño.
-¡No, que después no se baja! -intervenía su hermana con los brazos cruzados.
Adelia los hacía flotar unos segundos por encima del césped y luego reír al dejarlos caer suavemente sobre una pila de hojas.
Una tarde, mientras pintaban piedras con caras graciosas, uno de los niños le preguntó:
-¿Tienes mamá?
Adelia se quedó quieta unos segundos. Luego, sonrió con ternura.
-Tuve una. Era fuerte. Y siempre decía que las flores nacen aunque el invierno sea largo.
-¡Como tú! -gritó otro, y todos asintieron.
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Un día, mientras caminaban de regreso al pueblo, un pequeño grupo de comerciantes llegó corriendo por el camino, con el rostro pálido.
-¡Vienen desde el sur! ¡Sombras con alas! ¡Demonios! -gritó uno de ellos.
Polo los tranquilizó y mandó un hechizo de protección alrededor de Aster. Esa noche, se reunió con los ancianos del pueblo. Adelia escuchó desde la puerta.
-Si las sombras están regresando, no es coincidencia -dijo Polo-. El equilibrio está rompiéndose.
Esa noche, cuando ella se recostó, su núcleo ardía. No por miedo, sino por una nueva sensación: responsabilidad. Ya no era una loba sola huyendo. Era una protectora. Una guardiana.
Pero entre las sombras de su conciencia, una imagen volvía una y otra vez: un par de ojos dorados, intensos, tristes... y peligrosamente familiares.
-¿Quién eres? -murmuró al viento-. ¿Por qué siento que te conozco?
No sabía que, muy lejos de allí, esos mismos ojos también soñaban con una figura envuelta en fuego y luz.