Capítulo 4 Ecos de un poder olvidado

El invierno comenzaba a rozar los límites de Aster con sus dedos helados. Las hojas de los árboles habían tomado tonos ocres y rojizos, y el aire olía a madera quemada y sopa caliente. Adelia pasaba más horas en la biblioteca mágica de Polo, un lugar encantado donde los libros murmuraban entre ellos cuando pensaban que nadie los escuchaba.

El mago había notado que el poder de Adelia estaba creciendo más rápido de lo normal. Sus escudos mágicos ahora resistían ataques simulados sin debilitarse, y podía levitar objetos del tamaño de una carreta con facilidad. Pero más allá de eso, algo en su núcleo brillaba con una luz ancestral.

-Tu magia no es solo elemental, Adelia -le explicó Polo una tarde mientras hojeaba un libro polvoriento con la encuadernación en cuero azul-. Hay un eco en ti... como una reliquia viviente de algo antiguo. Más allá de los hombres lobo. Más allá incluso de los magos.

-¿Qué significa eso? -preguntó ella, sentada en el suelo con un cuaderno abierto lleno de runas.

-Significa que tus raíces no están donde creías. Podrías estar ligada a los Primigenios.

El nombre le provocó un escalofrío. Había escuchado cuentos de los Primigenios, seres anteriores a los reinos modernos, que caminaban entre mundos, capaces de crear y destruir con la misma facilidad. Pensaba que eran mitos.

-¿Y si no quiero ese poder? -preguntó con la voz baja, con miedo real.

-Entonces no lo usas. Pero debes conocerlo. El conocimiento no obliga, pero sí protege.

Esa noche, Polo la llevó a una caverna a las afueras del pueblo. Era un lugar sagrado, donde los antiguos magos sellaban cristales con recuerdos y visiones. Allí, entre los estalactitas, le entregó un fragmento de cuarzo con un brillo violeta.

-Cierra los ojos y sosténlo -le dijo-. Déjalo mostrarte lo que guarda.

Cuando lo hizo, una visión la envolvió: vio una mujer que se parecía a ella, de cabello plateado como la luna, luchando contra un demonio de fuego en un campo de batalla desolado. Con una sola palabra, la mujer creó una barrera tan poderosa que desgarró la tierra a su alrededor.

Adelia soltó el cristal, jadeando.

-¿Quién era?

-No lo sé con certeza -dijo Polo, pero sus ojos estaban vidriosos, como si supiera más de lo que decía-. Pero es parte de tu linaje. Y si esa visión es precisa, el mismo mal que enfrentó ella podría estar despertando ahora.

Durante las semanas siguientes, Adelia entrenó día y noche. Aprendió a leer las líneas de poder en el aire, a concentrar fuego en sus palmas hasta que el calor era tan puro que podía derretir piedra. Aprendió a abrir portales entre puntos cercanos. Polo le enseñó a canalizar magia a través de emociones positivas: amor, esperanza, gratitud. Era más difícil, pero mucho más poderosa.

Un día, mientras practicaba en el bosque, sintió una perturbación. Un rugido le llegó desde el sur, seguido por una oleada de energía oscura. Corrió hacia la colina y vio una nube de sombras moviéndose como una marea. Demonios, cientos de ellos, avanzando hacia un contingente de soldados.

-¡Polo! -gritó mientras corría de regreso al pueblo.

Él ya la esperaba, con su bastón en alto y un grimorio abierto flotando frente a él.

-Hay que ayudar. No podemos ignorarlo.

-¿Y los aldeanos?

-Ya están protegidos. Vamos.

Y así, montados sobre un disco de energía, se lanzaron al encuentro de la oscuridad. El campo de batalla era un caos: soldados lobo luchaban contra demonios con garras negras y ojos ígneos. En medio del desastre, un guerrero caía, cubierto de sangre, con su pecho atravesado por una lanza de sombra.

-¡Polo, allí!

Adelia descendió, alzó una barrera, y justo a tiempo protegió al hombre de otro ataque. Con un movimiento fluido, alzó a tres demonios en el aire y los incineró. El suelo tembló bajo sus pies, pero ella se mantuvo firme.

Cuando el último demonio huyó, la noche cayó con un suspiro. Se arrodilló junto al herido. Tenía el rostro cubierto de barro y sangre, pero aún así sus ojos dorados brillaban en la oscuridad. Era Das, el rey de los hombres lobo.

-¿Quién...? -susurró antes de perder la conciencia.

Adelia se congeló. Algo en su interior estalló en calor. Era diferente a todo lo que había sentido. Una atracción profunda, dolorosa... familiar.

-¿Qué está pasando? -murmuró.

Polo llegó a su lado y al ver al herido frunció el ceño.

-Este es Das, el Alfa Supremo. Si él ha caído... la guerra va mal.

-No puede quedarse aquí. Lo matarán si regresa en este estado.

-Entonces lo llevaremos a casa.

Adelia no replicó, pero su corazón latía con fuerza. No podía apartar la vista de él, y al tocar su mano para estabilizar su energía, una chispa los conectó. Ella supo, sin que nadie se lo dijera: Das era su pareja predestinada. Su segunda oportunidad.

Y eso la asustaba más que cualquier demonio.

            
            

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