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Los días pasan lentamente, y la incertidumbre comienza a consumir mi paciencia. Cada vez que entro en la librería, mi corazón late con anticipación, solo para hundirse al no encontrar a Valeria. La sección de literatura gótica, antes mi refugio, ahora es un recordatorio de su ausencia. Me pregunto si fue solo una casualidad, un encuentro efímero que no volverá a repetirse.
Hoy, mientras recorro los estantes por enésima vez, siento el peso de la decepción. Mis dedos rozan los lomos de los libros sin realmente prestar atención. Una voz interna me reprocha por insistir tanto.
-Estás obsesionándote, Sarah -murmuro para mí misma-. Debes dejarlo ir.
Me detengo y cierro los ojos un instante, intentando calmar la agitación en mi interior. Quizás es hora de aceptar lo obvio. Tal vez fue mejor así. Pero una parte de mí se resiste a renunciar.
Mientras me dirijo hacia la salida, perdida en mis pensamientos, choco accidentalmente con alguien.
-Perdón -digo, levantando la vista.
-No te preocupes -responde una voz que reconozco al instante.
Mi corazón se acelera. Es ella. Está frente a mí, sosteniendo un par de libros y con una expresión de sorpresa en su rostro.
-Sarah, ¡qué coincidencia! -exclama, con una sonrisa nerviosa.
-Valeria... hola -respondo, intentando mantener la compostura-. Sí, es una sorpresa verte aquí.
Ella juega con las esquinas de los libros que lleva en las manos, evitando mi mirada por un segundo antes de volver a encontrar mis ojos.
-He estado... ocupada últimamente -dice, como si sintiera la necesidad de explicar su ausencia.
-Entiendo. Yo también he tenido días complicados -miento, aunque en realidad mis días han girado en torno a la posibilidad de encontrarla.
Nos quedamos en silencio por un instante, una tensión palpable flota en el aire. Ambas queremos decir más, pero las palabras se nos escapan.
-¿Has encontrado algo interesante? -pregunta finalmente, señalando el libro que sostengo.
Miro el título sin realmente haberlo notado antes.
-Oh, sí... es una colección de relatos clásicos. Pensé en revisarlos de nuevo.
-Me encanta ese libro -comenta con una sonrisa tímida-. Tiene algunas historias que te hacen pensar.
-Así es.
El silencio vuelve a asentarse entre nosotras. Siento mi pulso en los oídos y me esfuerzo por encontrar algo que decir.
-¿Te gustaría... tomar un café? -propongo de repente, sorprendida por mi propia iniciativa.
Ella parpadea, como si no esperara la invitación.
-Claro, me encantaría -responde finalmente, y puedo ver un leve sonrojo en sus mejillas.
Salimos de la librería juntas, caminando lado a lado hacia la cafetería más cercana. El camino está lleno de pequeños roces y miradas fugaces. Ninguna de las dos menciona la extraña coincidencia de habernos encontrado nuevamente, como si temieran que al nombrarla pudiera desvanecerse.
En la cafetería, encontramos una mesa en una esquina tranquila. Pedimos nuestras bebidas y la conversación comienza de forma vacilante, pero poco a poco fluye con más naturalidad.
-¿Qué has estado leyendo últimamente? -pregunta Valeria, revolviendo su café sin mirarme directamente.
-He estado revisitando algunos clásicos. A veces encuentro nuevos detalles que antes pasé por alto.
-Eso es lo maravilloso de los buenos libros -responde-. Siempre ofrecen algo nuevo en cada lectura.
Asiento, observando cómo evita sostener mi mirada por mucho tiempo. Hay una energía entre nosotras, una corriente subterránea que ambas percibimos pero que ninguna se atreve a mencionar.
-¿Y tú? -inquiero-. ¿Alguna recomendación?
-He estado explorando autores contemporáneos argentinos. Hay voces interesantes emergiendo en la escena literaria.
Me habla de sus descubrimientos con pasión, y me pierdo en el movimiento de sus labios, en la forma en que sus ojos se iluminan cuando algo le entusiasma.
-Deberíamos intercambiar libros alguna vez -sugiero.
-Sí, me parece una gran idea -responde, y esta vez sostiene mi mirada un poco más, antes de desviarla nuevamente.
El tiempo pasa sin que nos demos cuenta. Cuando finalmente nos damos cuenta de la hora, el sol comienza a decaer en el horizonte.
Hay un momento de duda, como si ambas estuviéramos pensando lo mismo pero sin saber cómo expresarlo. Finalmente, Valeria saca su teléfono y me mira con cierta timidez.
-¿Te parece si intercambiamos números? Así podemos coordinar mejor lo de la exposición y... bueno, mantenernos en contacto.
Siento una calidez que se expande en mi pecho.
-Claro, me parece una excelente idea.
Intercambiamos nuestros números, y al guardar su contacto en mi teléfono, no puedo evitar sonreír.
-Listo -dice ella guardando su móvil-. Entonces, te escribo para ponernos de acuerdo.
-Perfecto. Quedo a la espera.
Nos miramos durante unos segundos más, ninguna de los dos queriendo ser la primera en despedirse.
-Bueno... creo que debo irme -dice finalmente.
-Sí, yo también.
-Cuídate.
-Tú también!
Con una última sonrisa, se da la vuelta y comienza a caminar calle abajo. La observo alejarse hasta que desaparece entre la gente. Guardo mi teléfono en el bolsillo, sintiendo una mezcla de alegría y anticipación. Esta vez, sé que no dependeré del azar para volver a verla.