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El día siguiente transcurre en una extraña mezcla de calma y expectativa. Desde el momento en que desperté, mis pensamientos están enfocados en Valeria y nuestro encuentro en la Plaza Armenia. Me tomo mi tiempo para elegir cuidadosamente qué ponerme, optando por algo sencillo pero elegante. Quiero sentirme cómoda, pero también quiero impresionarla.
Salgo de casa con tiempo de sobra, disfrutando del paseo bajo el sol tibio de la tarde. Sin embargo, a medida que me acerco al parque, la luz solar comienza a incomodarme. Siento una leve molestia en la piel, una sensación de ardor que intento ignorar. Tengo un poco de sueño, pero no me importa. Al llegar, la veo esperándome junto a la fuente, su figura resaltando contra el verde del paisaje. La belleza natural de Valeria es aún más deslumbrante bajo la luz del día.
-¡Sarah! -me llama al verme, y su sonrisa ilumina mi ánimo.
-Valeria, qué bueno verte -respondo, acercándome a ella.
-Gracias por venir. ¿Te apetece caminar un poco? -pregunta con una mirada cómplice.
-Claro, me encantaría.
Caminamos lado a lado por los senderos del parque, disfrutando de la tranquilidad y del canto de los pájaros. Las conversaciones fluyen de manera natural, sin esfuerzo. Hablamos de libros, de la ciudad, de nuestros sueños y aspiraciones. Cada palabra parece acercarnos más.
-Parece que te molesta el sol -observa de repente, notando cómo me aparto ligeramente de los rayos directos.
-Sí, no soy muy amiga de la luz solar -respondo con una sonrisa-. Prefiero la sombra.
Ella asiente, aunque parece intrigada.
Tras unos minutos, Valeria se detiene junto a un banco bajo la sombra de un árbol.
-¿Te gustaría sentarte un rato? -ofrece.
Asiento y nos sentamos juntas, disfrutando del silencio cómodo que nos envuelve. Miro alrededor, apreciando el ambiente sereno.
-¿Sabes? He estado pensando mucho en nuestro encuentro en la librería -dice de repente, rompiendo el silencio.
Siento un ligero nudo en el estómago, pero intento mantener la calma.
-Yo también. Fue... inesperado, pero agradable.
-Sí, fue como si algo más allá de nosotras hubiera orquestado ese momento.
Nos quedamos en silencio de nuevo, y puedo sentir la tensión en el aire. Quiero decir tantas cosas, pero no quiero asustarla.
-Eres una persona muy interesante, Sarah. Hay algo en ti que me intriga -comenta, jugando con un mechón de su cabello.
Siento una ligera presión en el pecho, consciente de lo que soy y del peligro que representa.
-Gracias, Tú también me pareces fascinante -respondo, intentando desviar la conversación-. ¿Qué planes tienes para el resto del día?
-No mucho, la verdad. Pensé en pasear un poco más y luego quizás leer en casa.
-Me encanta la idea de leer en un lugar tranquilo. Es mi forma favorita de desconectar.
-A veces creo que tienes un alma antigua, Sarah. Hay algo en ti que parece de otra época -dice con una sonrisa.
Río suavemente, aunque sus palabras me impactan más de lo que ella imagina.
-Supongo que soy una persona que aprecia las cosas simples.
Nos levantamos y comenzamos a caminar nuevamente. La conexión entre nosotras parece haberse fortalecido, y aunque no hemos expresado abiertamente nuestros sentimientos, hay una comprensión mutua que no necesita palabras.
-¿Te gustaría venir a mi casa un rato? -pregunta de repente-. Puedo mostrarte algunas de mis fotografías. Es algo más íntimo que una exposición.
Mi corazón se acelera, pero no puedo ocultar mi emoción.
-Me encantaría.
Seguimos caminando hasta llegar a su departamento por Thames y Soler, un edificio antiguo con detalles arquitectónicos que hablan de otra época. Subimos las escaleras y le pregunto si puedo entrar, como corresponde a los de mi raza. Me recibe un ambiente cálido y personal. Las paredes están adornadas con cuadros y estanterías repletas de libros y objetos curiosos.
-Bienvenida a mi hogar -dice Valeria con una sonrisa-. Ponte cómoda.
Me siento en el sofá mientras ella desaparece un momento en la cocina. Observo a mi alrededor, notando cómo cada elemento parece tener una historia. Hay algo acogedor en este espacio, una energía que me invita a relajarme, aunque mi naturaleza desconfiada me impide bajar la guardia del todo.
Valeria regresa con dos tazas de café humeante.
-Espero que te guste el Santos Bourbon -comenta, ofreciéndome una taza.
-Es mi favorito -respondo, sorprendida por la coincidencia.
-¡Qué bien! -dice, sentándose a mi lado-. Me encanta su aroma fuerte y reconfortante.
Tomamos un sorbo en silencio, y decido tomar la iniciativa para mantener el control de la conversación, ya que siempre necesito tener el control de todo.
-Entonces, Valeria, cuéntame más sobre ti. ¿A qué te dedicas?
Ella juega con la cucharita en su taza antes de responder.
-Soy psicóloga. Trabajo en un consultorio privado aquí en Palermo.
Asiento, fingiendo sorpresa.
-Eso explica tu habilidad para escuchar y hacer las preguntas adecuadas.
Ella ríe suavemente.
-Puede ser. Aunque fuera del consultorio intento no analizar demasiado a las personas.
-Debe ser un trabajo interesante. ¿Qué te llevó a elegir esa profesión?
Valeria suspira, mirando hacia la ventana.
-Siempre me ha fascinado la mente humana. Entender cómo pensamos, qué nos motiva, cómo superamos nuestras heridas... Es como explorar mundos internos infinitos.
-Es admirable. Ayudar a otros a navegar por sus propias tormentas.
-¿Y tú, Sarah? -pregunta, girando su atención hacia mí-. Nunca me dijiste a qué te dedicas.
Siento una ligera tensión. No me gusta hablar de mí misma. He pasado tanto tiempo manteniendo a la gente a distancia que abrirme se siente antinatural.
-Nada tan interesante como lo tuyo -respondo con una sonrisa evasiva-. Trabajo con objetos antiguos, restaurándolos y estudiando su origen. Es un trabajo tranquilo y en mi hogar.
-¿Como una restauradora de arte?
-Algo así. Me gusta pensar que ayudo a preservar fragmentos del pasado.
-Suena fascinante. Debes tener mucha paciencia y atención al detalle.
-Se requiere cierta meticulosidad, sí.
Valeria me observa atentamente, y siento que intenta leer más allá de mis palabras. Decido cambiar de rumbo.
-Tienes una colección interesante de libros -digo, señalando las estanterías-. ¿Tienes algún género favorito?
-Leo de todo un poco, pero siento una especial inclinación por las novelas que exploran la condición humana. Historias que profundizan en las emociones y las relaciones.
-Puedo entender por qué.
Ella sonríe y se levanta.
-Déjame mostrarte algo.
Me acerca un libro con una cubierta gastada.
-Este es uno de mis tesoros. Una edición antigua que encontré en una feria. Habla sobre la soledad y cómo nos afecta.
Tomo el libro entre mis manos, apreciando el tacto envejecido del papel.
-Debe ser una lectura intensa.
-Lo es. A veces me veo reflejada en sus páginas.
Siento un impulso de sinceridad, algo poco común en mí.
-La soledad puede ser tanto un refugio como una prisión. Depende de cómo la enfoquemos.
Valeria asiente lentamente.
-Parece que hablas desde la experiencia.
Desvío la mirada, incómoda con la dirección de la conversación.
-Tal vez. He pasado mucho tiempo sola, pero no me quejo.
Ella se sienta de nuevo a mi lado.
-No tienes que hablar de ello si no quieres. Solo... me interesa conocerte más.
Agradezco su consideración pero prefiero mantener mis barreras.
-Gracias.
Decido retomar el control.
-Cuéntame más sobre tu trabajo. Debe ser desafiante tratar con diferentes personas y sus problemas.
Val se anima al hablar de su profesión.
-Lo es, pero también es muy gratificante. Cada persona es un mundo, y ayudarlos a encontrar equilibrio es una experiencia única.
Mientras ella habla, me dedico a observarla. Hay una pasión genuina en sus palabras, una luz en sus ojos que revela su dedicación. Me pregunto cómo alguien puede entregarse tanto a los demás.
El tiempo pasa y nos sumergimos en conversaciones sobre libros, música y lugares favoritos de la ciudad.
Los libros son mi refugio contra el tiempo. Mientras los años borran rostros y cambian ciudades, ellos permanecen, guardando historias que nunca mueren. Son testigos silenciosos de vidas que ya no existen, de pensamientos que aún laten en la tinta desgastada.
Cada página es un puente hacia el pasado, un eco de voces que una vez llenaron el mundo. Yo, atrapada en la eternidad, encuentro consuelo en ellos. Son la única constante en un mundo que nunca deja de transformarse.
A veces los leo despacio, disfrutando cada palabra como si pudiera detener el tiempo. Otras veces los devoro, perdiéndome en sus relatos como si su historia pudiera llenar el vacío de los siglos.
-Se está haciendo tarde -comenta finalmente, mirando el reloj-. ¿Te gustaría quedarte a cenar? Podríamos pedir algo o cocinar juntas.
La idea es tentadora, pero sé que es mejor mantener cierta distancia.
-Te agradezco la invitación, pero creo que debería irme. Ha sido una tarde muy agradable.
Ella parece decepcionada, pero asiente comprensiva.
-Claro, lo entiendo. Otra vez será.
Nos ponemos de pie y me acompaña hasta la puerta. Antes de irme, siento el impulso de decir algo más.
-Val, gracias por compartir este tiempo conmigo. Realmente disfruto de tu compañía.
-Yo también disfruto de la tuya, Sarah. Espero que podamos repetirlo pronto.
-Me encantaría.
Sonreímos y, tras un momento de vacilación, nos despedimos con un leve abrazo. El contacto es breve pero cargado de una energía que me deja pensando mientras me alejo.
Su olor se quedó en el aire, golpeándome de forma inmediata y despertando una atracción casi instintiva. No fue un momento romántico en el sentido sutil de la palabra; simplemente, su perfume y el roce de su piel me recordaron de forma cruda que aún respondo a sensaciones muy reales.
Al llegar a casa, me siento junto a la ventana y miro el cielo nocturno. Las estrellas brillan débilmente sobre la ciudad. Me pregunto si estoy dispuesta a arriesgar mi soledad por la posibilidad de algo más. Es un camino incierto.