Capítulo 3 Reflejos

La luz tenue del amanecer se filtra por las persianas de mi apartamento, dibujando sombras alargadas en las paredes. No he dormido, no puedo. Mis pensamientos giran en torno a ella, a ese encuentro que aún resuena en mí como el eco de una melodía persistente. Me siento en el marco de la ventana, observando cómo Buenos Aires despierta lentamente. La ciudad vibra con una energía que contrasta con el vacío que a veces siento por dentro.

Sobre la mesa descansa un ejemplar desgastado de "Carmilla", el libro que ella sostenía aquel día en la librería. Lo tomo entre mis manos, recorriendo con los dedos las letras doradas del título. Hay tanto de mí en estas páginas, en esa dualidad de deseo y temor. Carmilla, una vampira atrapada entre su naturaleza y sus sentimientos, luchando contra un amor que no debe ser. Es imposible no trazar un paralelismo con mi propia existencia.

Leo algunos fragmentos, perdiéndome en las descripciones de aquellos paisajes lejanos, en los susurros de un amor prohibido. Las palabras resuenan en mi mente, despiertan emociones que creía adormecidas.

"Sentía hacia mí una atracción magnética, una fuerza que la impulsaba irremediablemente a mi lado..."

Cierro el libro de golpe, intentando sacudir esa sensación. Me levanto y me preparo para salir. Necesito aire, movimiento.

Las calles de Palermo están llenas de vida. El sol baña las aceras y las risas de la gente llenan el aire. Me pierdo entre la multitud, intentando mimetizarme, ser una más. Sin embargo, siempre hay una distancia, una barrera invisible que me separa del resto. Es el peso de mi secreto, de lo que soy.

Paso frente a un café y el aroma profundo me invita a entrar. Me siento en una mesa junto a la ventana y pido una taza. Observando a la gente pasar, imagino historias, vidas entrelazadas ajenas a la mía.

El sonido vibrante de mi teléfono me saca de mis ensoñaciones. Lo saco del bolso con cierta ansiedad. Es un mensaje de Valeria.

"Hola, Sarah. ¿Cómo va tu día? Hay una exposición de libros este fin de semana. Estaba pensando en preguntarte si te gustaría acompañarme.

Una sonrisa se dibuja en mi rostro casi sin darme cuenta. Tecleo con rapidez.

"¡Hola, Valeria! Mi día va bien, gracias. Sí, claro que estoy interesada. Estaba esperando tu mensaje :)"

Envío el texto y espero, sintiendo una ligera agitación. Apenas pasan unos segundos y su respuesta llega.

"¡Genial! ¿Te parece si nos encontramos en la entrada a las 7 pm?"

"Perfecto, allí estaré. Me hace mucha ilusión. ¿Cómo va tu día?"

Mientras espero su respuesta, noto cómo mi humor ha mejorado. Su presencia, aunque sea a través de una pantalla, tiene el poder de iluminarme.

El camarero trae mi café y le doy las gracias con una sonrisa. Tomo un sorbo, dejando que el sabor amargo me despierte los sentidos.

Mi teléfono vibra de nuevo.

"Un poco ajetreado, pero bien. Acabo de salir de una reunión y necesitaba desconectar. ¿Te apetece que nos veamos antes de la exposición? Podríamos tomar algo o pasear un rato."

Mi corazón se acelera. La idea de pasar más tiempo con ella es tentadora, pero también me asusta. Sin embargo, no puedo ni quiero seguir evitando esto.

"Me encantaría. ¿Te parece bien mañana por la tarde?"

Que intensas.

"¡Sí, perfecto! ¿A las 5 pm en el parque de la Plaza Armenia?"

"Allí estaré. Nos vemos mañana entonces."

Que loco.

Guardo el teléfono y suelto un suspiro. Las emociones se agolpan en mi interior: alegría, expectación, pero también miedo. El recuerdo de Carmilla vuelve a mi mente. Ella también se acercó demasiado, y las consecuencias fueron devastadoras. ¿Estoy repitiendo sus pasos?

Termino mi café y salgo del local. Decido caminar sin rumbo fijo, dejando que la ciudad me lleve. Los edificios históricos se mezclan con construcciones modernas, reflejando el caos y la belleza de Buenos Aires. Las voces en las calles, el sonido lejano de un bandoneón, todo se funde en un murmullo constante.

Pero luego dudo. ¿Es prudente? ¿Estoy llevando esto demasiado lejos?

Me detengo en seco, consciente de que debo ser cauta. No puedo repetir los errores del pasado. Mi naturaleza es un riesgo que no debo subestimar.

Salgo de la librería y el sol comienza a descender, tiñendo el cielo de tonos anaranjados. Decido que es hora de regresar a casa.

Al llegar, me siento junto a la ventana. Desde aquí, las luces de la ciudad parecen estrellas caídas. Me pregunto qué estará haciendo Valeria en este momento. ¿Pensará en mí como yo en ella?

Tomo nuevamente el libro y releo algunas líneas.

"Pero en mis sueños, siempre estaba a mi lado, su imagen nunca me abandonaba..."

Cierro el libro y lo dejo a un lado. Mañana la veré, y quizás pueda encontrar respuestas a estas dudas que me consumen. Debo enfrentarlo, pero con cuidado.

La noche se extiende ante mí, y aunque el mundo duerme, mis pensamientos permanecen despiertos. Afuera, Buenos Aires sigue su ritmo, ajena a mis conflictos internos. Mientras tanto, me preparo para lo que vendrá.

            
            

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