Me despido y me dirijo a mi habitación. Ya sola, la recorro con mi vista tratando de atesorar cada uno de recuerdos que evoco al contemplar este espacio tan mío que hace que me duela el corazón con el recuerdo de las palabras de mi padre. Mi habitación es mi santuario. A pesar de que no me gusta ser ostentosa, he cuidado que la decoración del lugar sea perfecta. Con las paredes pintadas en tonos amarillos y verdes claros, se resaltan algunas fotografías que he tomado y preparado como cuadros o posters. Amo la fotografía y el color. Me apasiona ver la gama de verdes y azules que puedes encontrar en una tarde soleada en el campo o en el bosque. Mi cama se convierte en un tributo a esos campos con sus sábanas amarillas y cojines en verde y azul. Sobre mis mesas de noche y escritorio se encuentran fotografías de mi familia, algunos paisajes capturados por mi cámara y la que más me llena de orgullo, una fotografía de mi loba.
Entro por la que podría ser la última vez a mi armario. Respiro profundo. Mi armario forma parte de mi refugio, a pesar de que es la parte de mis dominios que parcialmente controla mamá, para asegurarse que cuente con prendas de cada estilo que pueda utilizar a lo largo de mi vida; ¿qué puedo decir?, ha sido gratificante usar esa ropa. No puedo negar que mamá me conoce muy bien. Extrañaré ver a mis cuñadas actuar como niñas en una dulcería al entrar a mi vestidor cuando, con la excusa que habrá visita y no visten algo apropiado, toman algún vestido o blusa de mi armario en especial los que aún tienen su etiqueta. La mitad de las prendas ya se encuentran en mis maletas. La abuela fue bastante clara en que debía incluir desde jeans hasta algunos vestidos de gala en mi equipaje para sortear algunos eventos que ocurrirán en el internado. Busco un pijama para dormir y terminar de empacar.
Una vez que me he cerciorado por quincuagésima vez que no falta nada en mis maletas, me recuesto en mi cama pensado que será una noche larga y me costará dormir, pero me quedo profundamente dormida sobre mi cama, abrazando por última vez mis almohadas. A la mañana siguiente, no pude evitar contemplarme en el espejo por un largo rato antes de bajar. Mi figura alta, piel de porcelana y cabello de tono castaño claro que hace juego con mis ojos marrones no podían ocultar el miedo a lo desconocido que me enfrentaría. Siempre me mostraba callada, relajada y despreocupada. Dejaba que las personas pensaran que no le daba importancia a lo que ocurría a mi alrededor. Lo cierto es que estoy aterrorizada. Es un gran cambio en mi vida.
Millones de chicas sueñan con asistir a la escuela de mi familia y conocer a su pareja; y, sin dudar, esperan que sea un alfa, y uno poderoso. Siendo una loba alfa, me desagrada que alguien me domine. Este pensamiento ha rondado mi cabeza desde que pude transformarme. No espero a alguien que me quiera como trofeo y sólo piense en mi como máquina reproductora de bebés. Amo a los cachorros, son mi debilidad, pero me aturde verme embarazada toda mi vida. Sacudo mi cabeza para sacar esos pensamientos de mi mente, y me veo por última vez en el espejo. Soy amante de la comodidad así que un buen par de zapatos deportivos complementan mi vestuario de viaje.
Observo mi cabello, es bastante corto. En un momento de juego con los cachorros de la guardería, por accidente cortaron un gran mechón de mi cabello por arriba del nivel de mis hombros, por lo que tuve que cortarlo a esa altura, no tengo problema en recogerlo en una coleta. Mamá casi muere cuando lo vio así. Insistió que debía colocarme extensiones para disimularlo. Las lobas suelen ser bastante vanidosas con el cabello. Y una vez más queda claro que soy diferente del resto. Con mi silencio le doy a entender que si mi pareja espera una larga y espesa cabellera como requisito fundamental para estar conmigo podrá seguir su camino por la acera del frente.
Al bajar a desayunar, veo a las omegas con las que he compartido tardes de cocina, correr de un lado a otro, preparando la mesa con el desayuno para la familia. Ellas son las madres de las chicas de mi edad. Algunas estudian en la universidad a distancia. Y otras ya se encuentran emparejadas con chicos de nuestra manada. Extrañaré a estas damas. Después de un silencioso desayuno, todos se han reunido en el vestíbulo, me despido apresuradamente uno a uno con un cariñoso abrazo. Es importante mantener la calma y no caer en desesperación que haga a mis padres cambiar de idea y romper, aún antes de iniciar, la tradición de enviar a la única hija Blackwood a la escuela de Lunas.
El trayecto al colegio dura tres largas horas, vencida por el vaivén del automóvil sobre la suave carretera de asfalto, sin saber cuándo ni cómo, quedo dormida en el asiento trasero del automóvil. Un extraño sueño me atrapa. Veo a un imponente lobo en su forma humana, rodeado por una espesa neblina, busca atraparme, yo no sé qué hacer ni cómo moverme, él se acerca a mí y me doy cuenta de que no tengo miedo, sólo deseo ver su rostro, pero de súbito el automóvil se detiene sabiendo que llegamos a mi destino.
Cada estudiante tiene una hora de llegada programada. Es recibida por su tutora asignada durante un año, quien debe monitorear su progreso conforme al rendimiento que los profesores reporten.