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El amanecer en San Emilia era distinto. El sol apenas podía abrirse paso entre las nubes eternamente grises, y el aire tenía un peso que no se aligeraba con la luz. En la casona, la mañana no trajo alivio, solo un silencio más denso que el de la noche.
Danna bajó lentamente las escaleras. Cada rincón de la casa parecía haber cambiado durante la madrugada, como si las sombras hubieran reordenado los espacios a su antojo. Notó que la puerta del sótano estaba abierta unos centímetros. No recordaba haberla tocado. Su madre siempre la mantenía sellada, incluso cuando era niña.
Se acercó con cautela. El aire que salía de allí abajo era frío y húmedo. Un olor a tierra mojada mezclado con algo más rancio. A pesar del terror que sentía, sus pies se movieron por voluntad propia, como si algo tirara de ella desde la oscuridad.
Justo cuando iba a empujar la puerta, un fuerte golpe sonó a su espalda. Danna giró con el corazón en la garganta.
Era el espejo.
El mismo del vestíbulo. Se había caído de la pared, pero no se había roto. Solo estaba allí, en el suelo, intacto. Su reflejo, sin embargo, no mostraba la sala en la que estaba. Mostraba el pasillo de arriba.
Y una figura parada frente a su antigua habitación.
Una mujer, de espaldas. Cabello largo, vestido blanco.
-Mamá... -susurró, sin pensarlo.
Cuando miró hacia el piso superior, no había nadie. Pero el espejo seguía mostrando la figura. Con movimientos temblorosos, Danna retrocedió, alejándose del marco. Cerró los ojos un momento, y cuando los abrió, la imagen ya no estaba.
Decidió salir. El aire en la casa se había vuelto irrespirable. Caminó hacia el pueblo con paso acelerado, ignorando los murmullos de los vecinos que apenas se atrevían a mirarla.
En la parroquia encontró al padre Esteban, un hombre delgado y envejecido que la conocía desde pequeña. Él la reconoció de inmediato y, para su sorpresa, la abrazó con una calidez honesta.
-No pensé que volverías jamás -dijo con voz grave-. Después de todo lo que ocurrió.
-¿Qué fue lo que ocurrió, padre? -preguntó Danna-. Nadie nunca me lo dijo. Ni sobre mamá, ni sobre Clara. Todo fueron silencios.
El sacerdote la observó en silencio por un instante, como si estuviera debatiéndose entre protegerla o decirle la verdad.
-Tu madre no desapareció -dijo finalmente-. Se la llevó la casa.
Danna se rió, aunque el sonido le salió quebrado.
-¿Qué significa eso?
-Hay cosas en esa casa que pertenecen a otro tiempo, a otra realidad. Tu familia ha vivido allí por generaciones, y no todas esas generaciones estuvieron... en paz.
Le habló de un diario antiguo, escrito por uno de sus antepasados, Matías Del Canto, un hombre obsesionado con la vida después de la muerte. Según los registros, Matías realizó rituales extraños en la casa, convencido de que podía hablar con los muertos. La entrada final del diario mencionaba "una grieta entre mundos" en el sótano.
-¿Aún existe ese diario? -preguntó ella, con un nudo en la garganta.
-Sí. Lo tiene Sofía, la bibliotecaria. Pero dudo que quiera dártelo.
-¿Por qué no?
-Porque también perdió a alguien en esa casa. A su hermana menor, hace más de veinte años. Nadie la vio entrar. Pero juró que una noche, la casa la llamó... y nunca volvió a salir.
Danna regresó esa tarde, obligándose a cruzar el umbral. No podía irse. No sin respuestas. Recorrió la sala, el comedor, la cocina. Nada parecía tener sentido. Pero al entrar al estudio, encontró algo que la hizo detenerse.
Una fotografía que no recordaba.
Era antigua, en blanco y negro. Mostraba a una mujer muy parecida a su madre, pero con un vestido del siglo XIX. A su lado, un hombre alto, con mirada penetrante: Matías Del Canto. Detrás de ellos, la misma casa. Pero era diferente. Más viva, más luminosa.
Al reverso de la foto había una frase escrita a mano: "Los que escuchan el llamado no siempre regresan completos."
Una ráfaga de viento sacudió las cortinas, aunque todas las ventanas estaban cerradas. La puerta del sótano crujió, y esta vez no se contuvo.
Bajó.
Los escalones estaban húmedos, cubiertos de moho. El aire se volvía más pesado con cada peldaño. Y al llegar al fondo, lo vio.
Un círculo tallado en el suelo. Inscripciones en un idioma que no reconocía. Velas apagadas, calaveras de animales, objetos que parecían parte de un altar pagano. En el centro, una caja de madera cubierta de polvo.
La abrió.
Dentro había una carta.
> "Si lees esto, es porque has sentido el llamado. Como yo, como tantos antes que tú. La casa no perdona. La casa no olvida. Pero a veces... abre la puerta para que algo entre. Y a cambio, alguien debe salir."
> -M. Del Canto.
Danna sintió un golpe seco en la nuca. Cayó al suelo, y por un momento, todo fue oscuridad.
Pero no estaba sola.
Voces comenzaron a murmurar a su alrededor. Voces conocidas. Voces que no pertenecían al presente.
-Danna... despierta... no te dejes atrapar...
Entre sombras, una figura se acercó.
Era su madre.
Pero sus ojos no eran humanos.