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El amanecer no trajo consuelo. A pesar de la tenue luz filtrándose por las cortinas, la casa seguía sumida en esa penumbra persistente, como si se negara a soltar la noche. Danna despertó sentada en la cama, aún con el relicario apretado en la mano. Apenas durmió. Cada vez que cerraba los ojos, revivía la visión del niño sin rostro en el ático, su pecho abierto, sus manos extendidas hacia ella como si suplicara... o reclamara.
No podía esperar más. La segunda llave era una promesa incierta, pero también una advertencia. Y algo dentro de ella, quizás lo poco que quedaba de Clara, le gritaba que si dudaba, sería demasiado tarde.
Pero antes, necesitaba entender. Saber más de la primera llave. El relicario, el espejo, la fotografía. ¿Por qué Clara estaba en esa imagen? ¿Por qué tenía los ojos vacíos?
El diario de Clara aún estaba sobre la repisa. Danna lo abrió, revisando páginas con desesperación. Encontró una anotación apenas legible, escrita con tinta corrida:
"El niño sin rostro es el primero. Matías lo atrapó entre dos mundos. La cuna fue el ancla. Su nombre era Elián. Solo su sangre podía abrir el primer sello. Pero sin cuerpo, solo queda su lamento. Y su sombra."
Elián.
Un nombre que nunca había escuchado en su familia. Danna pensó en sus abuelos, en los años de silencio, en las habitaciones que nunca se abrían. ¿Era un pariente perdido? ¿Un niño sacrificado?
Las preguntas ardían, pero no había tiempo para respuestas.
Volvió al ático antes de que el sol subiera del todo. Esta vez no dudó al empujar la trampilla. Subió, cruzó la oscuridad densa, y se acercó a la cuna. A plena vista, parecía un objeto inofensivo. Pero Danna sabía que allí dormía algo antiguo.
Encendió una vela. Quería observar con más cuidado.
Miró los barrotes. Las tallas eran más complejas de lo que recordaba. No solo eran diseños florales o figuras decorativas. Eran símbolos. Sellos. Rúnicos. Algunos idénticos a los del círculo del sótano.
Uno en particular llamó su atención: una espiral abierta que terminaba en una gota. Al tocarlo, el metal de la cuna vibró.
Danna retrocedió. El aire se congeló.
Y entonces oyó el llanto.
Un sollozo agudo, débil, proveniente del colchón. Se agachó, lentamente, y retiró la tela polvorienta. Bajo esta, encontró algo que no estaba allí antes: una sábana ensangrentada, perfectamente doblada.
La desdobló con manos temblorosas.
Envuelto en ella, había un pequeño hueso. Humano. Infantil. Una vértebra, aún con un trozo de piel adherida.
Danna cayó de rodillas.
El nombre "Elián" ardía en su mente.
El relicario en su pecho comenzó a emitir calor, como si reaccionara a la presencia del hueso. Entonces, la cuna se sacudió violentamente. Los barrotes crujieron, y una figura surgió de entre las sombras, gateando hacia ella con movimientos rotos.
El niño.
Ya no flotaba. Caminaba como una marioneta mal ensamblada. La falta de rostro era ahora un abismo oscuro, y de su pecho colgaban fragmentos de lo que alguna vez fue corazón.
-Mamá... -susurró con una voz que se filtró entre los dientes de Danna, helándola por dentro-. ¿Por qué me dejaste?
Ella no podía moverse.
-No soy tu madre -logró decir-. Soy Danna. Vine a ayudarte. Quiero devolverte...
Pero el niño gritó.
No un grito humano, sino un chillido que retumbó en el ático y se desparramó por las paredes. La vela se apagó. Danna cayó al suelo, cubriéndose los oídos.
Y entonces, una luz roja surgió del relicario.
El niño se detuvo. El hueco donde debería estar su rostro giró lentamente hacia la luz. Lentamente, comenzó a deshacerse. Como humo, su figura se volvió partículas flotantes, danzando alrededor del relicario antes de ser absorbidas por completo.
El hueso cayó al suelo. Ahora estaba limpio, como si nunca hubiese tocado la sangre.
Y la voz volvió.
No la del niño.
Sino la de Clara.
-La primera llave ya no grita. Has sellado el umbral del nacimiento.
Danna, aún en el suelo, lloró.
Pero no por miedo.
Sino por rabia.
Más tarde, en la cocina, observó el hueso colocado sobre un mantel. El relicario seguía caliente. Revisó de nuevo el diario de Clara, buscando pistas sobre la siguiente llave. Encontró un mapa hecho a mano. Una figura triangular, con tres círculos: cuna, espejo, y un tercero sin nombre, marcado con el símbolo del infinito roto.
Junto al dibujo, una frase:
"La segunda llave está atrapada donde la sangre tocó el reflejo. El sitio donde perdí el control. El baño. El agua. El otro lado."
El baño de la vieja escuela.
Ese era el lugar.
Y Danna entendió que el horror apenas estaba en su fase más tierna.