Capítulo 3 Las memorias del umbral

El mundo al que Danna despertó no era del todo real.

Sus ojos se abrieron con dificultad, como si una capa invisible los cubriera, y lo primero que notó fue el cambio en la temperatura. Ya no hacía frío. El aire era denso y tibio, cargado con un aroma dulzón que no pertenecía a este tiempo. A su alrededor, todo parecía cubierto por una neblina ámbar: las paredes del sótano, el altar, la caja abierta... incluso el círculo tallado en el suelo ahora brillaba con una débil luz rojiza.

Y su madre estaba frente a ella.

O lo que quedaba de ella.

Vestía la misma bata blanca que llevaba la última noche que Danna la vio con vida, pero su rostro estaba pálido, casi translúcido, como si la luz pasara a través de su piel. Sus ojos, sin pupilas, estaban fijos en su hija, pero no transmitían amor ni tristeza. Solo vacío.

-Danna... hija mía... -La voz no sonaba como ella la recordaba-. Te dije que no volvieras.

Danna se incorporó lentamente. No podía moverse con rapidez, como si algo en esa dimensión la sujetara. Al mirar a su alrededor, se dio cuenta de que ya no estaba en el sótano, al menos no en el mismo. El espacio parecía expandido, más profundo, como si la casa hubiera revelado una segunda piel enterrada bajo la realidad.

-¿Qué es este lugar? ¿Dónde estoy?

-En el umbral -respondió la madre-. Entre lo que fue y lo que no debió ser.

La figura flotaba apenas unos centímetros sobre el suelo. Cada palabra que decía parecía arrancada de un pozo de ecos antiguos. Danna sintió que su cordura se estiraba con cada frase.

-Te busqué, mamá. Todos dijeron que te habías ido... pero yo sabía que no era así. Yo... te sentía.

La figura se estremeció. Un destello de humanidad pasó fugazmente por su rostro.

-Lo intenté, hija. Intenté advertirte. Pero la casa tiene hambre. Siempre la tuvo. La oscuridad que Matías abrió con sus rituales... no se cerró del todo. Nosotros somos las cicatrices de su error.

Danna miró a su alrededor. Las paredes del sótano pulsaban, como si respiraran. Voces comenzaban a escucharse a lo lejos, suaves al principio, luego más fuertes. Voces que no provenían de gargantas humanas. Gritos de niños, susurros de mujeres, lamentos prolongados.

-¿Por qué yo? -preguntó, sintiendo un escalofrío profundo-. ¿Por qué me eligió a mí?

-Porque tú fuiste la única que sobrevivió. Tú saliste cuando todos los demás quedaron atrapados.

Danna retrocedió.

-¿Clara? ¿Ella también...?

-Se quedó -dijo la figura-. Pero fue diferente. Ella quiso quedarse. Pensó que podía controlar la oscuridad. Que si comprendía los símbolos, si completaba el ritual, podría traerme de vuelta.

Danna sintió que las piernas le fallaban.

-No... no puede ser...

-Y tú eres la última. Si no cierras la grieta... la casa seguirá llamando.

La figura extendió una mano transparente. En su palma, algo comenzó a formarse: un fragmento de espejo, afilado y envuelto en hilos de sombra.

-Debes encontrar las tres llaves, Danna. Tres símbolos ocultos en esta casa. Cada uno sella un portal abierto por Matías. Solo entonces... podrás cerrar el umbral.

Antes de que pudiera preguntar más, la escena se desvaneció.

Danna cayó al suelo del sótano con un golpe seco. Tosió, buscando aire, y notó que la neblina había desaparecido. Todo estaba como antes. O casi.

En su mano, sostenía el fragmento de espejo.

Temblando, subió las escaleras. El día había caído ya, y la casa entera se sentía diferente. Más viva. Como si sus paredes palpitaban con expectación. El espejo del vestíbulo ya no estaba en el suelo. Había vuelto a colgarse solo.

En el reflejo, detrás de ella, se veía una figura caminando hacia su habitación.

No estaba sola.

Subió con rapidez y empujó la puerta. Nada. Solo la habitación vacía, iluminada por la luna. En la repisa, junto a la caja musical, encontró un cuaderno que no recordaba.

Era un diario. Pertenecía a Clara.

Lo abrió con manos sudorosas. Las primeras páginas estaban llenas de anotaciones caóticas: símbolos extraños, nombres que no reconocía, dibujos de círculos rituales. Pero en medio de todo eso, una frase se repetía:

"El espejo, la sangre y el susurro. Tres llaves. Tres puertas."

Pasó las páginas con rapidez hasta que encontró una anotación más clara, casi desesperada:

"Vi a la madre de Danna. Vi lo que quedó de ella. Está atrapada, pero no sola. Algo más está del otro lado, esperando. Si Danna vuelve... si se atreve... debo advertirle. La tercera llave es la más peligrosa. Porque no está hecha de objeto, sino de recuerdo."

Danna cerró el diario con fuerza. No podía seguir negándolo. La casa estaba viva. Y ella era parte del juego.

Esa noche, no intentó dormir. Se quedó sentada frente al espejo, observando su reflejo, esperando que algo -o alguien- le hablara.

Y justo antes del amanecer, un susurro atravesó el vidrio.

"Primera llave... bajo la cuna."

Su cuerpo se estremeció.

La cuna.

La de cuando era bebé.

La que aún estaba en el ático.

Y con una mezcla de terror y determinación, Danna supo que el verdadero descenso apenas comenzaba.

            
            

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