Millie entendió perfectamente a quién se refería y su expresión se tensó. Su sonrisa vaciló y respondió con frialdad: "Si un gato sigue persiguiendo gatas callejeras, quizá su casa no es suficiente para él".
Hizo una pausa y agregó punzante: "Está claro que no puede controlarlo".
Rosanna dejó escapar un suave suspiro y dijo: "Es cierto. Así que, cuando se calmen las cosas, voy a castrarlo para que deje esa costumbre".
Luego, añadió con un toque de sarcasmo: "Aun así, me da un poco de pena esa gata que se pasa el día merodeando por ahí abajo detrás de mi gato. Todavía está en celo, ¿qué hará?".
Millie no pudo ocultar su enfado, pero no se lo echó en cara a Rosanna porque había gente alrededor.
Su conversación se interrumpió cuando se abrieron las puertas del ascensor.
Millie acompañó a Rosanna y a los demás hasta la última planta antes de marcharse.
Entre bastidores, Cecily Mason, la maquilladora de Rosanna, se acercó y le susurró: "Cuando mencionaste lo del gato, vi que la señorita Rogers no parecía muy contenta. Te miró con mucha hostilidad. Es la favorita de Oliver, y no podemos permitirnos tener problemas con ella. Ten más cuidado la próxima vez que le hables".
"¿La favorita de Oliver?", murmuró Rosanna con voz sarcástica. "Desde luego, no es alguien con quien pueda permitirme tener problemas".
Todos en Qegan sabían que Oliver estaba enamorado de Millie. Lo que no sabían era que Rosanna era en realidad su esposa.
Ella se recordó en seguida que su salud valía más que cualquier triángulo amoroso sin sentido. No valía la pena gastar su atención en ese embrollo.
La fiesta de fin de año estaba programada para las cinco de la tarde en la gran sala de conferencias, en la última planta del edificio del Grupo Marshall.
La semana pasada, la empresa había formalizado su colaboración con la cadena de televisión y, ayer por la tarde, el director del evento, Jeffrey Brewer, había traído al equipo de cámaras e iluminación para que lo preparara todo.
Rosanna y su copresentador subieron al escenario para hacer un ensayo.
Con más de tres años de experiencia y tras haber presentado innumerables eventos importantes, manejar una sala con menos de mil invitados era pan comido para la muchacha.
Una vez que ella y su compañero repitieron sus entradas y sus roles, Rosanna se escabulló entre bastidores y se sentó en un rincón tranquilo para repasar su guion.
De repente, el sonido de unos pasos llenó la entrada, y la voz de una joven asistente resonó: "El señor Marshall y la señorita Rogers han llegado".
Al oír eso, Rosanna se mordió el labio inferior.
Parecía que, cuanto más se esforzaba por evitar ver a Oliver y Millie haciendo alarde de su relación, más empeño ponía el universo en ponerlos delante de sus narices.
Se negó a dejarse afectar y mantuvo la mirada fija en el guion.
Pero apenas pasaron treinta segundos antes de que su mirada se desviara involuntariamente hacia Oliver.
Él charló un momento con Jeffrey y luego se dirigió a saludar a su compañero presentador.
Un momento después, Rosanna oyó los pasos familiares acercándose.
Mantuvo la mirada baja y actuó como si no se hubiera dado cuenta de que Oliver se aproximaba.
"Rosanna, el señor Marshall vino a visitarnos", dijo enseguida Jeffrey al darse cuenta de su actitud.
Sin otra opción, ella se puso de pie, le echó un rápido vistazo a Oliver y lo saludó como si fuera un extraño. "Señor Marshall", dijo con voz monótona.
"Señorita Williams". Oliver le hizo un gesto cortés con la cabeza y añadió, con un tono frío pero educado: "Si hubo algún descuido en la acogida, no dude en señalárnoslo. Pero le agradecería que no le complicara las cosas a mi secretaria".
Rosanna parpadeó, desconcertada por la acusación.
¿Complicarle las cosas a su secretaria?
¿De qué estaba hablando?
Ella no había hecho nada. Mientras Millie no empezara a establecer una conversación, no tenía ningún interés en hablar con ella.
Por su parte, la secretaria en cuestión permanecía en silencio detrás de Oliver, con las cejas ligeramente fruncidas, con aspecto de alguien que necesitaba protección.
"Vine aquí con Rosanna. Ella y la señorita Rogers solo estaban hablando de cuidar mascotas. Creo que hubo un malentendido, señor Marshall". Jeffrey soltó una risita incómoda y se interpuso para mediar. No dejaba de mirar a Rosanna, instándola en silencio a que se disculpara y arreglara las cosas.
Solo entonces la muchacha entendió la situación: Millie fue directamente a Oliver y tergiversó su breve intercambio para convertirlo en una especie de queja.
Por eso estaba él allí, para vengarse de ella por esa idiota.
Si Millie no le hubiera dado el primer golpe, ella no habría respondido.
Pero, por supuesto, Oliver solo creía lo que su pobre secretaria le había dicho.
Rosanna sabía que explicarlo no cambiaría nada, así que no tenía sentido hacerlo. Decidió mantenerse firme y conservar la poca dignidad que le quedaba.
"Señor Marshall", dijo con frialdad. "Escuche bien, porque solo lo diré una vez. Nunca le he puesto las cosas difíciles a la señorita Rogers".
Antes de que Oliver pudiera responder, Jeffrey se acercó y tiró sutilmente de la manga de Rosanna, esperando que ella captara la indirecta y dejara de hablar.
La muchacha apartó la vista de su esposo, tomó su guion y se dirigió hacia la sala de maquillaje.
Detrás, la voz melosa de Millie la siguió. "Debí exagerar. Es mi culpa por juzgar mal a la señorita Williams. Me disculparé con ella ahora, y olvidemos que esto sucedió...".
Rosanna no se molestó en escuchar. Empujó la puerta del camerino y entró, seguida de cerca por Cecily.
Esta vez, el Grupo Marshall se había esforzado al máximo para el evento de fin de año, e incluso había camerinos separados para los presentadores.
Rosanna trajo tres vestidos diferentes y, tras charlar con su compañero presentador, escogió el que le parecía más elegante.
Mientras Cecily la maquillaba, empezó a charlar con ella.
"Aunque su estatus social no es el mismo, se nota por cómo lo mira que Millie realmente siente algo por Oliver. Pero en cuanto a los sentimientos de él por ella... Es difícil decirlo con certeza".
Rosanna sonrió con amargura. "Tu juicio es erróneo. Está claro que Oliver también siente algo profundo por esa chica".
Cecily la miró con curiosidad. "Parece que lo conoces".
La expresión de Rosanna se torció con sarcasmo. "No tengo la suerte de conocer a alguien como él".
Cecily entornó los ojos. "Tengo la sensación de que hay algo entre ustedes... Si no es eso, entonces tal vez él está interesado en ti".
"No digas tonterías", respondió la muchacha enseguida. "Todos en Qegan saben que Oliver está enamorado de Millie. Incluso vino aquí hoy solo para defenderla".
Años de trabajo en un lugar tan competitivo como la cadena de televisión le habían enseñado a Cecily cuándo debía contenerse, así que, intuyendo que había tocado un punto sensible, no insistió.
"Todos los presentadores aquí tienen algún tipo de patrocinador detrás. Oliver puede ser un mujeriego, pero es guapo y rico. Incluso si una mujer acaba siendo su pequeño secreto, no pierde nada".
Rosanna se burló: "Quizás... Pero apuesto a que ser su esposa es más una maldición que un sueño".
Cecily arqueó una ceja. "¿Por qué piensas eso? No es cierto".
Ella se rio con complicidad. "Bueno, por muy salvaje que sea fuera, en casa tiene que cumplir con su parte en casa. Normalmente se puede saber cómo es un hombre en la cama por sus rasgos, como una mandíbula fuerte, un cabello espeso... ¿Y Oliver? Tiene todos los indicios. Apuesto a que es increíble en la cama".
El comentario tomó a Rosanna por sorpresa, porque las palabras casuales de Cecily habían dado accidentalmente en el clavo.
Durante los dos primeros años de su matrimonio, ella y Oliver vivían como extraños bajo el mismo techo, e incluso dormían en habitaciones separadas.
Aparte de la primera vez, no tuvieron ninguna intimidad física en esos dos años.
Sin embargo, en el tercer año, Oliver entró borracho en su habitación una noche, y eso lo cambió todo.
Por mucho que ella se resistiera, él siempre sabía cómo hacer que su cuerpo la traicionara. Odiaba que tuviera ese poder. Y odiaba aún más recordar exactamente lo bien que se sentía.
"Ser su esposa significa tener dinero para gastar y sexo increíble. Y si tuvieran un hijo juntos, no se divorciarían fácilmente", dijo Cecily. "Su esposa no tendría ninguna presión ni necesidad de trabajar. Eso es mucho mejor que nosotros trabajando tan duro todos los días solo para ganarnos la vida".
Rosanna sintió que su molestia aumentaba con cada palabra, pero antes de que pudiera responder, alguien llamó a la puerta.
Esta se abrió y entró Oliver.