Capítulo 4 Fuego Bajo La Piel

La alarma sonó como un cuerno arrancado al mismo Leviatán.

Desde la cúspide del Faro de Bruma, una bengala roja cruzó el cielo y partió la noche en dos.

El Lamento del Sol había entrado a la bahía de Nymira.

Y con él, una tempestad de sombras y cuentas pendientes.

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-¡A sus puestos! -gritó Cassian, espada en mano, su capa ondeando como estandarte de un reino sitiado-. ¡No dejéis que toquen tierra!

Desde las murallas, las ballestas y arcabuces vomitaban fuego. Pero el navío enemigo era más espectro que barco: su casco oscuro surcaba las aguas como una criatura viva, alimentada por magia marina y antiguos odios.

En la proa, de pie como una promesa rota, Selene la Rompejuramentos sonreía.

-Que comience la cacería.

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En los muelles, el caos era total: gritos, fuego, el retumbar de los metales chocando. Lyra corría con el mapa enrollado bajo el abrigo, protegiéndolo como si fuera un pedazo de su propia alma.

Una figura cayó frente a ella desde un tejado.

Ezra, sudoroso, espada desenvainada, jadeaba. Su mirada iba a ella, no al caos.

-Te estaba buscando.

-¡Ahora no! -gritó Lyra, esquivando una flecha que silbó junto a su mejilla.

Él la tomó de la muñeca y echaron a correr, juntos. Atravesaron los muelles en llamas, esquivando soldados y piratas. El cielo sangraba bengalas. El mar ardía.

Y por primera vez en años, sus manos se entrelazaron sin culpa... solo urgencia.

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Se refugiaron en un almacén abandonado. Afuera, el estruendo de la batalla era una respiración monstruosa.

-¿Aún desconfías de mí? -preguntó Ezra, con sangre seca en la ceja.

Lyra lo miró.

-No es eso. Es que cuando tú estás cerca... no sé quién soy.

Él se acercó un paso más.

-¿Y eso es algo malo?

-No -dijo ella, casi en un susurro-. Es peligroso.

Entonces lo besó.

Fuerte. Urgente. Como si algo se quebrara dentro de ella. Ezra respondió igual, con el mar entero latiéndole bajo la piel. Se aferraron como si el mundo se resquebrajara bajo sus pies.

Pero al separarse...

-Esto no lo cambia todo -susurró Lyra-. Todavía amo a Cassian.

Ezra bajó la mirada, pero no se apartó.

-No vine a ganarte, Lyra. Vine a protegerte. De él, si hace falta.

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En la muralla norte, Cassian luchaba como un hombre que no tenía a dónde huir.

Selene había desembarcado, envuelta en humo y acero.

-Cassian Drake -dijo ella, avanzando entre cuerpos caídos-. Qué desperdicio de pureza. Tenías potencial.

-Selene la Rompejuramentos -respondió él, alzando su espada-. Creí que los monstruos del mar eran menos teatrales.

Ella rió, y su risa era filo.

-Te pareces a tu hermano... pero hueles distinto. Menos pólvora. Más traición.

Y entonces lo atacó.

El duelo fue brutal. Selene era más rápida, más cruel. Cassian resistía como podía, retrocediendo paso a paso hasta que su espada voló lejos.

Ella alzó su lanza.

-Esto es por lo que me robó tu hermano.

Pero antes de asestar el golpe, una flecha silbó desde un tejado y desvió su brazo.

-¡Él no te pertenece! -gritó Lyra, tensando otra flecha en la ballesta.

Ezra irrumpió un segundo después, espada en mano, furia en la mirada.

Los tres se enfrentaron a Selene.

Como en los viejos tiempos... pero también como nunca antes.

Ella los miró.

Con odio. Y con una sombra de algo más.

Dolor.

-Esto no ha terminado. Lo que me quitasteis... lo pagaréis con sangre.

Y dio la orden.

Su tripulación se replegó, desapareciendo entre la niebla como si nunca hubieran estado.

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Horas después, el puerto aún ardía.

Los tres estaban solos en la cima del faro.

-Tarde o temprano, vais a tener que elegir -dijo Cassian, mirando el horizonte ennegrecido-. El mapa. El Nómada. Este juego entre nosotros.

-No es un juego -respondió Lyra, con el mapa en las manos, la sal del mar aún en los labios... y también el sabor de Ezra.

Ezra no dijo nada. Solo cerró los ojos ante la brisa.

Los tres sabían que esa tregua era apenas un suspiro antes de la tormenta.

Y en las profundidades,

el Nómada del Abismo...

abría los ojos.

            
            

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