Cuando el Honor Destruye una Vida
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Capítulo 1

El olor a azúcar y almendras tostadas me envolvía, un aroma que había sido mi hogar desde niña. Embarazada de cuatro meses, el dulzor a veces me provocaba náuseas, pero hoy no. Hoy me sentía feliz, pletórica.

Mi marido, Javier, me esperaba junto a la puerta de la pastelería familiar. Sus ojos brillaban al verme.

"¿Lista, mi amor? Vamos a por los resultados de nuestro campeón."

Me besó la frente y me tomó de la mano. Javier era enólogo en una de las bodegas más prestigiosas de la comarca, un hombre admirado, el marido perfecto. Nuestros padres, Manuel y Carmen, salieron a despedirnos.

Mi padre, un hombre de pocas palabras y fe inquebrantable, me puso una mano en el hombro.

"Que Dios os acompañe. Todo saldrá bien."

Mi madre, siempre más expresiva, me abrazó con fuerza.

"Cuídate mucho, hija. Y a mi nieto."

Sonreí, sintiéndome la mujer más afortunada del mundo. Tenía un negocio familiar próspero, unos padres que me adoraban y un marido que me quería. Y en mi vientre, crecía el fruto de nuestro amor.

En la clínica privada, el médico nos recibió con una sonrisa tranquilizadora.

"Enhorabuena, el bebé está perfectamente sano. No hay ninguna anomalía."

Sentí un alivio inmenso. Javier tomó el sobre con el informe, su rostro radiante de felicidad. Pero al abrirlo y leerlo, su sonrisa se desvaneció. Palideció.

El cambio fue tan brusco que me asusté.

"Javier, ¿qué pasa? El médico ha dicho que todo está bien."

No me respondió. Sus ojos, antes llenos de amor, ahora reflejaban un horror que no comprendía. Me agarró del brazo, su fuerza me hizo daño.

"Tenemos que programar un aborto. Ahora mismo."

Su voz era un susurro helado, irreconocible.

"¿Qué dices? ¿Te has vuelto loco? El bebé está sano."

"Haz lo que te digo, Sofía. Por nuestro bien."

Me zafé de su agarre, temblando. Esto no tenía sentido. No era mi Javier. Saqué el móvil y llamé a mis padres, mi voz rota por el pánico.

"Papá, mamá, venid a la clínica. Rápido. Javier... no sé qué le pasa."

Cuando llegaron, Javier, sin mediar palabra, le entregó el informe a mi padre. Esperaba que Manuel lo pusiera en su sitio, que defendiera a su hija y a su nieto.

Pero mi padre leyó el informe y su rostro se transformó en una máscara de furia. Sus ojos se inyectaron en sangre. Se giró hacia mí, levantando la mano.

"¡Monstruo!"

Gritó. El golpe nunca llegó, pero su odio me hirió más profundo.

"¡Ese demonio no puede nacer!"

Miré a mi madre, buscando ayuda, una explicación. Ella vaciló solo un segundo, un instante que se me clavó en el alma. Luego, su mirada se endureció.

"Hija, tenemos que purificarte. Es por tu bien."

En ese momento, el mundo que conocía se derrumbó. Las personas que más amaba se habían convertido en mis verdugos.

Me arrastraron fuera de la clínica, ignorando mis gritos y mis súplicas. Me encerraron en el viejo almacén de la finca, un lugar oscuro y húmedo que siempre me había dado miedo.

El terror, el estrés, el dolor de la traición... Mi cuerpo no pudo soportarlo. El calambre agudo en mi vientre fue el principio del fin. Perdí a mi bebé allí, en la suciedad y la oscuridad, sola.

Cuando me encontraron, cubierta de sangre y rota de dolor, no hubo compasión. Solo desprecio.

"Has traído la vergüenza a esta familia."

Me internaron en un convento en las montañas, un lugar conocido por su disciplina férrea. Las monjas eran sombras silenciosas y crueles. El frío, el hambre y la pena me consumieron.

Morí a los pocos meses, con el corazón roto y sin entender nunca por qué. ¿Qué había en ese informe? ¿Qué secreto era tan terrible como para destruirnos a todos?

            
            

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