Los días siguientes fueron un desfile de pretendientes torpes.
El primero fue un chico llamado Javier, que intentó impresionarme hablándome de los caballos de polo de su padre.
Lo ignoré, concentrada en un problema de física.
Luego vino Pablo, que me dejó una caja de bombones belgas en mi mesa.
Se los di al conserje.
Todos fracasaban. Yo era una fortaleza. Mi única pasión eran los libros, mi única meta, la Selectividad.
La frustración del grupo de Sofía crecía. Podía sentir sus miradas en mi nuca durante las clases.
Finalmente, le tocó el turno a él.
Mateo.
El chico más popular de la escuela. El capitán del equipo de fútbol, el heredero de un imperio de bodegas.
Y el número uno de la clase.
Lo había observado desde lejos. Admiraba su inteligencia, la forma en que resolvía ecuaciones complejas en la pizarra como si fueran sumas sencillas.
Él tenía acceso a todo lo que yo necesitaba: los mejores tutores, apuntes que valían oro, el conocimiento para entrar en la mejor universidad.
Una tarde, me abordó en la biblioteca.
"Hola."
Su voz era grave, más suave de lo que esperaba.
Levanté la vista de mi libro de historia.
"Hola."
"He visto tus notas. Eres buena, pero podrías ser mejor."
No dije nada.
"Sé que te cuesta química. Yo puedo ayudarte."
Lo miré fijamente, buscando la mentira en sus ojos oscuros. Estaba allí, pero muy bien escondida detrás de una fachada de interés genuino.
Recordé la conversación en el baño. Este era el plan. El gran premio.
Pero en su propuesta vi mi oportunidad.
"¿Por qué harías eso?"
"Porque me interesas."
Una mentira tan grande que casi me hizo sonreír.
Pero yo también podía jugar.
Fingí dudar, como si su atención me abrumara.
"No quiero distracciones. Necesito estudiar."
"Estudiar juntos no es una distracción," insistió él. "Podemos ayudarnos mutuamente."
Era la alianza inesperada. El depredador ofreciendo ayuda a la presa.
Y la presa, sabiendo que era una trampa, decidió entrar por voluntad propia.
"De acuerdo," dije finalmente, con una falsa timidez. "Pero solo si prometes que nos centraremos en los estudios."
Una sonrisa de triunfo cruzó su rostro por un instante.
Creyó que había ganado.
No sabía que el juego acababa de cambiar de reglas. Y ahora, la que controlaba el tablero era yo.