El médico entró en la habitación.
Era un hombre mayor, con ojos amables y una expresión grave.
Puso las radiografías en el negatoscopio.
"Las fracturas son conminutas", dijo, con un tono profesional pero sombrío. "Múltiples fragmentos de hueso. Hemos hecho todo lo posible, pero..."
Hizo una pausa.
"El pronóstico no es bueno. Podrá caminar, con ayuda de un bastón, quizás. Pero bailar... me temo que eso se ha acabado para siempre, señorita Montoya."
La sentencia final.
Dicha con calma, con profesionalidad.
Pero cada palabra era un clavo en mi ataúd.
El médico carraspeó, incómodo bajo la intensa mirada de Alejandro.
"Hay una posibilidad. Una cirugía experimental en Suiza. Pero el cirujano es... selectivo. Solo opera a pacientes recomendados por personas de su círculo."
Miró a Alejandro.
"Casualmente, es un gran amigo de la familia Rivas. Si la señorita Sofía intercediera por usted..."
La trampa era perfecta.
Para salvar mi futuro, tenía que volver a humillarme.
Tenía que rogarle a mi enemiga.
Una humillación orquestada, sin duda, por Sofía y su madre.
Miré al médico, luego a Alejandro.
Mi voz salió sorprendentemente firme.
"Gracias, doctor. Pero no será necesario."
"¿Cómo dice?", preguntó el médico, confundido.
"Prefiero morir."
La frase quedó suspendida en el aire, cargada de una finalidad absoluta.
El médico se quedó sin palabras, mirándome como si estuviera loca.
Y quizás lo estaba.
Alejandro explotó.
"¡¿Estás loca?! ¡¿Has perdido el juicio?!", gritó, su rostro rojo de ira.
"¡Es tu única oportunidad! ¡¿Vas a tirarla por la borda por tu estúpido orgullo?!"
Se acercó a la cama, su cuerpo tenso como un resorte.
"¡Tienes que vivir, Isabela! ¡Tienes que recuperarte!"
Su desesperación era casi patética.
"¿Para qué?", le pregunté, mi voz helada. "¿Para que puedas seguir torturándome? ¿Para que Sofía pueda seguir disfrutando de mi sufrimiento?"
Lo miré directamente a los ojos.
"No le pediré nada a esa mujer. Nunca."
"Ella es la asesina de mi madre. Y tú eres mi verdugo."
"Preferiría arrastrarme por el suelo el resto de mi vida antes que deberle algo a cualquiera de los dos."
Mi desafío lo golpeó como una bofetada.
"¡No me hagas obligarte!", siseó, la furia brillando en sus ojos.
"¿Y cómo lo harás? ¿Me romperás los brazos también?"
Una risa amarga brotó de mi garganta.
"Adelante, Halcón. Mátame. Hazme el favor. Es lo único bueno que podrías hacer por mí ahora."
"Prefiero el infierno a arrodillarme ante ella otra vez."
Su rostro se contrajo de dolor. La furia se desvaneció, reemplazada por una desesperación absoluta.
Dio un paso atrás, como si mis palabras lo hubieran quemado.
Cerré los ojos, agotada.
El mundo podía derrumbarse a mi alrededor.
Alejandro podía gritar, suplicar, amenazar.
No importaba.
Había tomado una decisión.
Mi cuerpo estaba roto, pero mi voluntad era de acero.
No cedería.
Nunca más.