La Justicia Siempre Gana
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Capítulo 1

La víspera de la Selectividad, el cielo sobre la Sierra de Grazalema se rompió. La lluvia caía a cántaros, golpeando con fuerza el techo del viejo refugio de montaña donde nos habíamos guarecido. El aire olía a tierra mojada y a pino.

"El último autobús sale en diez minutos", dijo Lucía, mi mejor amiga, mirando su reloj con nerviosismo. Su cara reflejaba la ansiedad que todos sentíamos. Perder ese autobús significaba perder el examen más importante de nuestras vidas.

Pero Mateo, mi novio, se cruzó de brazos, bloqueando la salida. Su mirada estaba fija en el sendero embarrado.

"No nos vamos sin Valeria".

Su voz era terca, inamovible.

"Mateo, va a llegar tarde", insistió Lucía. "Se fue hace una hora a buscar no sé qué flor rara. ¡Está loca!".

"Es para su herbario", la defendió él. "Es importante para ella".

"¿Más importante que nuestro futuro?", saltó otro compañero, con el pánico asomando en su voz.

En mi vida anterior, este fue el momento en que todo se fue al infierno. Grité, discutí, y al final, convencí a los demás para atar a Mateo y subirlo a la fuerza al autobús.

Llegamos a tiempo, sí. Pero Valeria no.

Ella se quedó atrapada en la sierra, perdió la Selectividad y su vida se convirtió en una sucesión de trabajos mal pagados. Años después, murió en un accidente en una fábrica, aplastada por una máquina. Mateo nunca me lo perdonó.

El día que fui a matricularme en la Universidad de Sevilla, feliz y llena de sueños, él me esperó en lo alto de la Giralda. Sus ojos estaban llenos de un odio que no comprendí hasta que sus manos me empujaron al vacío. "Esto es por Valeria", fue lo último que escuché.

Ahora, de vuelta en este refugio, con el mismo olor a lluvia y la misma tensión en el aire, sentí un frío helador. La memoria de la caída, del dolor, era tan real que me hizo temblar.

Pero esta vez, no iba a cometer el mismo error.

Respiré hondo y me acerqué a Mateo. Puse una mano en su brazo, mi voz suave y comprensiva.

"Tiene razón. La amistad es lo primero".

Todos me miraron como si me hubiera vuelto loca. Lucía abrió la boca para protestar, pero la detuve con una mirada.

"Esperaremos a Valeria. Juntos".

Mateo me miró, sorprendido y agradecido. Una sonrisa de triunfo se dibujó en su rostro. "Sabía que lo entenderías, Sofía. No eres como ellos".

Vi el motor del autobús arrancar a lo lejos, sus luces perforando la cortina de lluvia. Se detuvo un instante en la parada, esperando. Luego, con un suspiro de sus frenos de aire, se marchó, llevándose nuestro futuro con él.

Justo en ese momento, Valeria apareció en el claro, empapada y sonriente, con una estúpida orquídea en la mano.

"¡La encontré!", gritó, ajena a todo.

El silencio que siguió fue más ruidoso que la propia tormenta.

            
            

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