La Justicia Siempre Gana
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Capítulo 2

"¿Habéis perdido el autobús por mí?", preguntó Valeria, con un falso tono de preocupación que no engañaba a nadie.

Mateo se apresuró a tranquilizarla. "No te preocupes, Val. No es tu culpa. Ya encontraremos una solución".

La cara de Lucía era un poema. Miraba a Mateo y a Valeria con una mezcla de incredulidad y rabia. Los demás compañeros empezaron a murmurar, el pánico inicial transformándose en un enfado creciente.

"¿Una solución? ¡Mateo, no hay solución!", gritó Carlos, uno de los chicos. "¡Hemos perdido la Selectividad! ¿Sabes lo que significa eso para nosotros? ¡Un año entero a la basura!".

"No seáis tan dramáticos", respondió Valeria, encogiéndose de hombros. "Es solo un examen".

"¡Para ti será solo un examen!", replicó Lucía, incapaz de contenerse más. "Algunos de nosotros no tenemos padres ricos que nos paguen una universidad privada. ¡Esta era nuestra única oportunidad!".

La tensión era insoportable. Mateo se puso delante de Valeria, como un perro guardián. "¡Dejadla en paz! ¡No es culpa suya que la tormenta se pusiera así!".

En ese momento, las luces del refugio parpadearon y se apagaron. La oscuridad fue total, solo rota por los relámpagos lejanos. Alguien intentó llamar con su móvil.

"No hay señal. Nada".

El pánico volvió, esta vez más fuerte. Estábamos atrapados, incomunicados y sin forma de volver a la ciudad.

Fue entonces cuando decidí actuar.

"Esperad", dije, fingiendo recordar algo de repente. "Mi abuelo... me dio un teléfono por satélite para emergencias. Dijo que, viviendo en el campo, nunca se sabe".

Todos se giraron hacia mí, sus ojos brillando con una nueva esperanza en la oscuridad. Saqué de mi mochila el pesado y anticuado teléfono, un trasto que mi abuelo me obligó a llevar "por si acaso".

Marqué su número. La voz de mi abuelo, Don Alejandro, el dueño de una de las bodegas más antiguas y prestigiosas de Jerez, sonó al otro lado, clara y potente a pesar de la distancia.

"¿Sofía? ¿Qué ocurre? ¿Estás bien?".

"Abuelo, estoy bien, pero estamos atrapados en la sierra de Grazalema. Ha habido un desprendimiento y la carretera está cortada".

"No digas más. Mándame tu ubicación. El helicóptero sale para allá ahora mismo".

Colgué y miré al grupo.

"Mi abuelo manda su helicóptero a buscarnos", anuncié con calma.

La noticia fue como una bomba. El alivio inicial dio paso a la sorpresa y a las preguntas. ¿Un helicóptero? ¿Tu abuelo?

Mateo me miraba con una expresión extraña, una mezcla de confusión y sospecha. "¿Desde cuándo tu familia tiene un helicóptero, Sofía?".

"Es de la bodega de mi abuelo", respondí con simpleza, como si fuera lo más normal del mundo. "Para emergencias y visitas importantes".

La revelación de mi verdadera identidad había comenzado. Y ellos, en su ignorancia, no tenían ni idea de la tormenta que se les venía encima.

            
            

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