La víspera de la selectividad, mi novio Mateo me impidió tomar el último autobús por esperar a Valeria, su "pura" amiga de la infancia, que se había ido a buscar una flor. Cedí a su terquedad y a mi amor ciego, abandonando mi futuro por el de ellos. Al final, Valeria perdió el examen, su vida se desmoronó y murió en un accidente laboral.
Mateo nunca me perdonó mi "éxito" y el día que fui a matricularme en la universidad, él me esperaba en la Giralda. Sus manos me empujaron al vacío, sellando mi destino con sus últimas palabras: "Esto es por Valeria". Morí creyendo en la bondad de otros, traicionada por aquellos a quienes más había querido.
Pero entonces, desperté.
Volví al mismo refugio, a la misma noche de lluvia torrencial, con el mismo dilema y el olor a pino mojado. Esta vez, el frío intenso no era solo por la tormenta, sino por el recuerdo vívido de la caída, del odio en los ojos de Mateo.
¿Cometería el mismo error por segunda vez? No.
Respiré hondo, el plan claro en mi mente. La venganza es un plato que se sirve frío, y yo acababa de empezar a cocinarlo.