Elena, ajena a la tormenta que se desataba dentro de Sofía, entró con la misma sonrisa petulante y la caja de cartón en sus manos, la movía con un cuidado fingido, como si llevara un tesoro.
"Mira, Sofi, te va a encantar," dijo, su tono lleno de una anticipación maliciosa, esperando la reacción de miedo y asco que tanto disfrutaba provocar en Sofía.
Dejó la caja en su cama y la abrió, revelando a la serpiente de cascabel enroscada. La criatura levantó la cabeza, su cascabel vibró suavemente, un sonido que para Sofía era el preludio de la muerte. La primera vez, ese sonido la había paralizado, esta vez, la ancló en la realidad, solidificó su resolución.
Sofía se obligó a relajar los músculos, a controlar la respiración, a borrar de su rostro cualquier rastro de la tormenta interior. Recordó cada detalle de lo que estaba por venir, cada intento fallido de razonar con Elena, cada súplica a las autoridades de la residencia que fue ignorada. Sabía que el camino de la víctima, el de la razón y las reglas, solo llevaba a la tumba de su familia.
Así que hizo lo inesperado.
Se levantó de su silla, no con un salto de pánico, sino con un movimiento lento y deliberado, y se acercó a la cama de Elena. Una sonrisa se dibujó en sus labios, una sonrisa que no llegaba a sus ojos, que permanecían fríos como el hielo.
"Vaya, Elena," dijo Sofía, su voz era suave, casi un susurro. "Es... interesante."
La reacción de Elena fue de pura confusión, su sonrisa vaciló, su plan de atormentar a Sofía se había topado con una pared, esperaba gritos, llanto, ruegos, no esta extraña y serena curiosidad.
"¿Te gusta?" preguntó Elena, sin poder ocultar un matiz de decepción en su voz.
"Nunca he visto una tan de cerca," continuó Sofía, manteniendo su mirada fija en la serpiente. "¿Dónde la encontraste?"
Sofía estaba jugando un nuevo juego, uno cuyas reglas ella misma escribiría. Recordó con una claridad dolorosa cómo la primera vez había intentado de todo, había hablado con la encargada de la residencia, quien minimizó el problema diciendo que eran "cosas de chicas", había intentado razonar con Elena, quien se burlaba de su "cobardía", había intentado advertir a los demás residentes, quienes no querían meterse en problemas con la familia adinerada de Elena.
Cada puerta se había cerrado en su cara, cada intento solo había servido para que Elena se sintiera más poderosa y para que la serpiente la marcara aún más como su enemiga. Recordó la forma en que la serpiente reaccionaba a sus palabras, a su miedo. La criatura no solo era inteligente, era sensible a las emociones, a las intenciones. Elena, en su superficialidad, la usaba como un simple objeto para asustar, pero no entendía el verdadero poder que tenía en sus manos.
Elena, por su parte, observaba a Sofía con una mezcla de desconcierto e irritación, la reacción de Sofía le había robado toda la diversión.
"Por el arroyo, te dije," respondió secamente. "Pensé que te daría un infarto, pero parece que finalmente te está creciendo algo de carácter."
Sofía ignoró la pulla, su mente trabajaba a una velocidad vertiginosa, analizando las variables, trazando un nuevo camino. En la primera vida, la serpiente la odiaba a ella porque Sofía la rechazaba, Elena era simplemente la dueña indiferente. Esta vez, Sofía tenía que cambiar esa dinámica fundamental. Tenía que hacer que la serpiente viera a Elena no como su cuidadora, sino como su carcelera.
Se inclinó un poco más sobre la caja, su mirada nunca dejó a la serpiente.
"Hay que tener cuidado con ella," dijo Sofía, su voz ahora teñida de una falsa preocupación. "Se ve frágil. ¿Sabes qué come? ¿Necesita algo especial?"
Elena se encogió de hombros, perdiendo el interés.
"No sé, supongo que ratones o algo así, ya veré después."
En esa frase, Sofía vio su oportunidad. La negligencia de Elena sería su principal arma.
Sofía se enderezó y volvió a su escritorio, su corazón latía con una fuerza brutal, una mezcla de terror y una extraña euforia. Se sentó y fingió volver a sus apuntes, pero las palabras en la página no tenían sentido.
No volveré a fallar, se juró a sí misma. No volveré a suplicar, no volveré a ser la víctima.
Miró de reojo a Elena, que ya estaba absorta en su teléfono, ignorando a la criatura en la caja. Luego miró a la serpiente, que todavía la observaba.
Tú y yo tenemos una cuenta pendiente, pensó Sofía, dirigiéndose al reptil. Pero esta vez, no seré yo quien pague el precio. Protegeré a mi familia, y me aseguraré de que tú y tu dueña obtengan exactamente lo que se merecen.
La segunda oportunidad no era un regalo, era un campo de batalla. Y Sofía, armada con el conocimiento del futuro, estaba lista para luchar.
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