"Solo no quiero problemas, Elena. Haz lo que quieras, pero que no interfiera con mis estudios."
Elena no estaba satisfecha, la falta de reacción de Sofía le robaba el placer. Así que continuó con sus pequeñas provocaciones, esperando quebrar la nueva coraza de su compañera de cuarto. Dejaba la jaula abierta a propósito por cortos periodos, o hacía comentarios en voz alta sobre lo "agresiva" que se ponía la serpiente cuando tenía hambre, esperando ver un atisbo de miedo en los ojos de Sofía.
Pero Sofía no le daba esa satisfacción, se mantenía enfocada en sus responsabilidades, en sus llamadas diarias a casa para hablar con su mamá y con Lucía, asegurándose de que todo estuviera bien, cada risa de su hermana a través del teléfono era un combustible para su determinación.
El resto de las chicas del pasillo, sin embargo, no compartían la aparente calma de Sofía. El rumor sobre la serpiente de Elena se había extendido, y el miedo era palpable. Una noche, mientras Sofía calentaba agua para un té en la cocina común, dos chicas, Carla y Mariana, se le acercaron con nerviosismo.
"Sofía, tienes que hacer algo," susurró Carla, mirando a ambos lados del pasillo.
"Esa cosa es peligrosa, Elena está loca, ¿y si se escapa?" añadió Mariana, abrazándose a sí misma. "Tú eres la que vive con ella, deberías hablar con la encargada, reportarla."
Sofía las miró con frialdad, eran las mismas chicas que la primera vez la habían ignorado, que habían dicho que no querían "meterse".
"¿Yo? ¿Por qué yo?" respondió Sofía, su tono era cortante. "Ya intenté hablar con Elena, no le importa, es su serpiente, su responsabilidad. Si tanto les preocupa, hablen ustedes con la encargada."
Carla y Mariana intercambiaron una mirada incómoda.
"Bueno... es que... ya sabes cómo es Elena," tartamudeó Carla. "Su familia tiene mucho dinero, donan mucho a la universidad, la encargada no le hará nada, solo nos meteremos en problemas."
Sofía sintió una oleada de desprecio, pero la ocultó detrás de una expresión neutral.
"Exacto," dijo Sofía, tomando su taza de té. "Ustedes no quieren problemas, yo tampoco, así que les sugiero que se mantengan alejadas de nuestro cuarto y dejen de molestarme."
Se dio la vuelta y las dejó allí, boquiabiertas y frustradas. Sabía que estaba siendo dura, pero la compasión y la solidaridad no le habían servido de nada en su vida anterior. Esta vez, cada quien era responsable de su propia seguridad. Su única prioridad era su familia, y para protegerlos, tenía que ser egoísta, tenía que ser implacable.
De vuelta en su cuarto, observó a Elena, que estaba pegada a su celular, riendo de algún video, mientras en la jaula, la serpiente yacía inmóvil, ignorada. Sofía recordó la envidia que Elena siempre le había tenido, una envidia que nunca entendió del todo. Sofía venía de una familia humilde, tenía que trabajar los fines de semana para pagar parte de sus gastos, mientras que Elena lo tenía todo. Pero Elena envidiaba la disciplina de Sofía, sus notas perfectas, el respeto que se había ganado de los profesores. Esa envidia era la raíz de su malicia, una necesidad de ver a Sofía fracasar, de verla sufrir.
La serpiente era solo la última herramienta en su arsenal de crueldad.
Sofía sintió una oleada de claridad, de propósito. Ya no se sentía como una víctima atrapada en un bucle de tiempo, se sentía como una jugadora que finalmente entendía las reglas del juego. La primera vida había sido un ensayo trágico, esta era la actuación real.
Miró la foto de su familia en la pared, la sonrisa de Lucía, la mirada orgullosa de sus padres.
Lo estoy haciendo por ustedes, pensó. Y esta vez, voy a ganar.
La sensación de que esta segunda oportunidad era real, tangible y llena de posibilidades, se asentó en su pecho, no como esperanza, sino como una certeza fría y dura como el acero.
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