Sofía lo observaba todo en silencio, desde su lado del cuarto. Podía ver el sufrimiento de la criatura, un sufrimiento que, irónicamente, le recordaba a su propio tormento en la primera línea de tiempo. Veía cómo la serpiente a veces golpeaba suavemente su cabeza contra el cristal, un gesto de desesperación silenciosa.
Una tarde, Elena llegó al cuarto y, al ver que el recipiente del agua estaba seco, simplemente lo golpeó con un dedo.
"Muévete, cosa floja," dijo con desdén. "Luego te pongo agua, ahora no tengo tiempo."
Y se fue, dejando a la serpiente abandonada a su suerte una vez más. A Sofía se le revolvió el estómago de la rabia, no por la serpiente en sí, sino por la crueldad casual de Elena, su total falta de empatía por cualquier ser vivo.
Esa noche, mientras Elena dormía profundamente, con la boca abierta y roncando suavemente, Sofía se levantó de su cama. En su mente, se libraba una batalla, una parte de ella, la parte que recordaba la mano mutilada de su hermana y la masacre de su familia, le gritaba que dejara morir a la criatura, que se merecía sufrir por lo que haría.
Pero otra parte, la estratega fría que había nacido de la tragedia, sabía que una serpiente muerta no le servía de nada, una serpiente débil no podría cumplir el papel que ella le había asignado en su plan. Necesitaba que la criatura estuviera fuerte, y más importante aún, necesitaba que su lealtad cambiara de bando.
Con movimientos sigilosos, se acercó a la jaula, llevaba una botella de agua purificada y un pequeño trozo de pollo crudo que había guardado de su cena. Abrió la tapa de la jaula con un cuidado infinito, el sonido fue casi imperceptible.
La serpiente se movió al instante, levantando la cabeza y emitiendo un leve siseo de advertencia. Sus ojos negros se fijaron en Sofía, llenos de desconfianza.
"Tranquila," susurró Sofía, su voz era apenas un murmullo. "No voy a hacerte daño."
Lentamente, vertió el agua fresca en el recipiente sucio, el sonido del líquido llenando el cuenco pareció calmar a la serpiente. Luego, usando unas pinzas largas que había comprado, le ofreció el trozo de pollo.
La serpiente la observó por un largo momento, su lengua bífida saliendo y entrando, probando el aire, evaluando la situación. Sofía permaneció inmóvil, conteniendo la respiración, su corazón latía con fuerza contra sus costillas. Era un momento crucial.
Finalmente, la serpiente se movió, se acercó lentamente al trozo de carne, y con un movimiento rápido, lo engulló.
Sofía sintió una extraña sensación de triunfo. Cerró la jaula con el mismo cuidado y volvió a su cama, su mente zumbando. La conexión se había establecido.
Este ritual se repitió durante las siguientes noches, Sofía se convirtió en la cuidadora secreta de la serpiente, la fuente de su sustento y confort. Limpiaba la jaula cuando Elena no estaba, le proporcionaba agua fresca y comida. La serpiente, a su vez, dejó de mostrarse hostil hacia ella, cuando Sofía se acercaba, ya no siseaba ni mostraba una postura defensiva, en su lugar, la observaba con una inteligencia tranquila, casi con reconocimiento.
Sofía sabía que estaba jugando con fuego, estaba alimentando al monstruo que había destruido su vida, pero ahora sentía que tenía el control. Tenía un plan a largo plazo para la criatura, una vez que todo terminara, se aseguraría de que fuera llevada a un santuario de reptiles, lejos de los humanos, donde pudiera vivir en paz. Era una extraña forma de responsabilidad que sentía hacia el animal, una responsabilidad que Elena nunca había mostrado.
Una tarde, mientras Sofía estaba en su ritual de cuidado secreto, notó algo nuevo, Elena había empezado a llevarse sus libros y algunas de sus cosas más caras del cuarto, al principio eran pequeños objetos, pero ahora estaba empacando una maleta. No lo hacía de forma obvia, sino a escondidas, como si no quisiera que nadie se diera cuenta.
Sofía frunció el ceño. Este comportamiento era nuevo, no había ocurrido en la primera línea de tiempo.
¿Qué estaba planeando Elena?
La repentina actividad de su compañera de cuarto encendió una alarma en la mente de Sofía, un nuevo e inesperado desarrollo en su juego de ajedrez. Y sabía, con una certeza helada, que no podía ser nada bueno.
---