No Te Merece Mi Amor
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Capítulo 1

El sudor empapaba mi camisa, pegándose a mi espalda mientras el último compás de la bulería resonaba en el tablao. Mis discípulos, un torbellino de energía y pasión, terminaron la coreografía con una precisión que me llenó de orgullo. El público del Concurso Nacional de Arte Flamenco estalló en aplausos, un trueno que sacudió el teatro. Ganamos. Para la academia de mi esposa, Luciana.

De vuelta en el camerino, la euforia era palpable. Patrick Brooks, mi alumno más avanzado, me abrazó con fuerza.

"¡Maestro, lo logramos! ¡Somos los mejores de Andalucía!"

Luciana entró en ese momento, su sonrisa era tan brillante como las joyas que adornaban su cuello. Me besó, un gesto rápido y casi de negocios.

"Máximo, mi amor, sabía que lo conseguirías. Has traído la gloria a la academia 'Alma de Fuego'. Como te prometí, tendrás esa bonificación de 50.000 euros para renovar el estudio. Compra los mejores espejos, el mejor suelo, lo que necesites."

Sus palabras eran música para mis oídos, no por el dinero, sino por el reconocimiento. Siete años de matrimonio, siete años construyendo su academia desde cero con mi nombre y mi sudor. Finalmente, parecía que valoraba mi esfuerzo.

Pero la euforia, como el eco de un zapateado, se desvaneció rápido.

Dos días después, en lugar de una transferencia bancaria, un mensajero entregó un pequeño paquete en la academia. Dentro, envueltas en papel de seda barato, había un lote de castañuelas de recuerdo. De esas que venden a los turistas en las tiendas de souvenirs. En la factura, grapada a la caja, una cifra me golpeó con la fuerza de una bofetada: 50 euros.

Luciana me llamó por teléfono, su voz sonaba despreocupada, casi divertida.

"¿Recibiste mi regalo, cariño? Son un pequeño detalle para celebrar la victoria. Pensé que te harían ilusión."

"Luciana, hablamos de 50.000 euros para la academia."

"Ay, Máximo, no seas tan materialista. El dinero es solo dinero. Lo importante es el gesto, el arte. Además, la bodega ha tenido unos gastos inesperados. Ya veremos lo de la reforma más adelante."

Colgó antes de que pudiera responder. Me quedé mirando las castañuelas de plástico, un símbolo perfecto de sus promesas vacías. La humillación era un sabor amargo en mi boca.

Esa misma noche, la amargura se convirtió en veneno. Mientras revisaba mis redes sociales sin pensar, una publicación me heló la sangre. Era de Leon Castillo, el bailarín que Luciana había contratado recientemente. Un chico con cara bonita y movimientos mediocres, más preocupado por sus seguidores de Instagram que por el duende del flamenco.

En la foto, Leon posaba sonriente apoyado en el capó de un deportivo rojo brillante. El texto debajo de la imagen lo decía todo.

"¡Gracias a mi increíble mentora y patrocinadora, Luciana Garcia, por este regalo de promoción a bailarín principal! ¡Un coche de 50.000 euros para celebrar un nuevo comienzo! Eres la mejor."

El mismo número. La misma cantidad. Mi bonificación prometida, la recompensa por mi victoria, ahora estaba aparcada en su garaje. No era por gastos inesperados de la bodega. Era por él.

Mi teléfono vibró. Era un mensaje de Luciana.

"¿Viste el coche de Leon? Es importante invertir en la imagen de la academia. Él atrae a un público más joven. No te pongas celoso, Máximo. Tú tienes tu arte, él tiene su... valor comercial."

Cerré los ojos. Siete años. Siete años de creer que construíamos algo juntos. En ese instante, supe que nuestro matrimonio, al igual que sus promesas, no valía ni los cincuenta euros de esas estúpidas castañuelas.

            
            

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